Una promesa de amor

CAPÍTULO 6: EL ENCUENTRO

Anabell Jones

Me desperté con el sol entrando débilmente a través de las cortinas, un sol que no parecía brillar para mí. La noche había sido larga y el sueño, aunque presente, no había logrado calmar la tormenta que rondaba en mi mente. Había pasado demasiadas cosas en tan poco tiempo, y no estaba preparada para enfrentar el futuro sin que todo estuviera en su lugar. Me vestí con rapidez, los movimientos automáticos de alguien que, a pesar de estar rota por dentro, sabía que no podía dejar que se notara. No iba a permitir que nadie viera el daño que me estaba causando todo esto.

Cuando llegué al hospital, la primera sensación fue la de estar atrapada en un lugar que no quería estar, un lugar que me devolvía una y otra vez a los recuerdos de mi infancia, cuando la familia Jones estaba unida y todo parecía estar bajo control. Ahora, sin embargo, todo estaba fuera de lugar. Cuando entré a la habitación de Andrew, lo vi despierto, su rostro algo pálido, pero sus ojos llenos de la misma energía inquieta de siempre.

—Hermana… —su voz sonó rasposa, pero se esforzó por sonreír—. No pensaba verte tan pronto.

Me acerqué a su cama, sintiendo que una ola de alivio me recorría al ver que estaba despierto y consciente. Su estado no parecía tan grave, pero el terror del atentado seguía latente en mi mente.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté, intentando sonar tranquila, aunque mi corazón se debatía entre mil emociones.

—Como si me hubiera pasado un tren por encima, pero… estoy bien. ¿Y tú? —Su pregunta me tomó por sorpresa. Su mirada me decía que sabía que algo no estaba bien, que había algo que yo no le estaba contando.

Suspiré y me senté en la silla junto a su cama. Miré sus ojos, esos ojos que siempre habían estado llenos de confianza y juventud, pero ahora, había algo más allí. Una preocupación que no lograba disimular.

—He estado mejor —respondí, el eco de mis propias palabras sonando vacías.

En ese momento, la puerta se abrió y mi madre entró a la habitación. Al verla, sentí un nudo en el estómago. Cuando me vio, frunció el ceño, como si ya supiera que algo no estaba bien. Y no me equivoqué.

—Anabell, ayer estuviste fuera de lugar —dijo con tono firme, aunque no exento de preocupación—. ¿Qué te pasa? ¿Qué pretendes hacer?

La dureza de su voz no me sorprendió, pero, aun así, me hizo sentir como si todo lo que había hecho la noche anterior fuera un error. Pero, me quede en silencio, no sabía cómo comenzar.

—¿Qué piensas hacer, Anabell? —me preguntó Andrew, interrumpiendo el silencio. Su mirada era directa, curiosa. Parecía que había adivinado algo en mi actitud, algo que no había dicho en voz alta.

El peso de su pregunta cayó sobre mí, y no pude evitar dudar por un momento. No quería ser directa, no quería asumir lo que estaba pasando, pero las piezas comenzaban a encajar.

—Quiero ser la heredera —dije finalmente, aunque las palabras me costaron. No me resultaba fácil admitirlo, incluso ante mi hermano. Después de todo, no era solo una cuestión de deseo personal, sino de supervivencia para nuestra familia. Alguien tenía que tomar las riendas, y ese alguien no era Adriel.

La tensión en la habitación era palpable, como si el aire se hubiera vuelto denso e irrespirable. Andrew no dejaba de mirarme con esa expresión que solo él podía hacer, mezcla de desconfianza, incredulidad y, sobre todo, dolor. Mi madre permanecía en silencio, pero sus ojos no dejaban de evaluar la situación. Sabía que no iba a ser fácil.

—¿La heredera? —repitió Andrew, su voz grave y un tanto cargada de incomodidad—. ¿De verdad? Después de todo lo que hiciste, después de todo lo que pasó... ¿vas a decidir ahora que es tu momento?

El golpe de sus palabras fue directo al corazón. Me dolió. Me dolió porque sabía que tenía razón, en parte. No había estado allí. No había estado en los momentos más difíciles. Había huido, lo admitía. Me había alejado cuando más lo necesitaban, cuando más nuestra familia necesitaba a alguien que tomara las riendas. Me fui, y eso no se podía borrar. Pero ahora todo era distinto. Todo había cambiado.

Me quedé en silencio por unos momentos, mirando al suelo, mientras intentaba recuperar la calma. Mi hermano tenía toda la razón para sentirse traicionado, porque en su lugar yo también lo estaría.

—Andrew... —dije al fin, y al escuchar mi propia voz, me di cuenta de lo quebrada que sonaba. Me mordí el labio para recomponerme—. No fue por querer abandonarlos. Fue por no saber cómo... cómo seguir. Cuando Keiran murió, me hundí. Estaba... destruida. No sabía cómo seguir adelante, cómo continuar con algo que ni yo misma entendía. Todo se desmoronó y me perdí en la oscuridad, en la desesperación. No quise dejarlos. No quería estar sola. Pero fue lo único que supe hacer en ese momento. Fue más que miedo, fue... huir de una carga que sentía que no podía manejar.

Mis palabras se colaron en el aire, pero me costaba encontrar las correctas. Lo que estaba diciendo, por mucho que quisiera que Andrew lo entendiera, era tan personal, tan doloroso, que no podía evitar que mi voz se quebrara. Yo lo sabía, lo había sentido, pero esa sensación de estar perdida por tanto tiempo no era algo fácil de admitir.

Andrew me observó, como si intentara leer entre líneas, entender el significado detrás de cada palabra. Al principio, no parecía convencido, ni dispuesto a aceptar mis excusas. Estaba molesto, pero no era solo rabia lo que veía en sus ojos. Era una mezcla de tristeza, de una herida profunda que yo misma había causado al irme, al abandonarlo todo.

—Y ahora, ¿vas a tomar el puesto de heredera porque ya no te queda más opción? —dijo con voz más baja, pero con un tono de desconcierto que dolió aún más que cualquier reproche. Su mirada no se apartaba de la mía.

—No, Andrew... —mis palabras eran ahora más firmes, a pesar de la tensión que aún sentía en mi pecho—. No lo hago porque ya no me quede otra opción. No lo hago porque me parezca fácil o porque quiero el poder. Lo hago porque sé que, si no lo hago yo, el caos se va a apoderar de todo lo que hemos construido, todo lo que nuestra familia ha luchado por mantener.




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