Una promesa de amor

EXTRA: TORMENTA

Ercik Thompson

Diez años atrás.

Estába en casa. El día había comenzado como cualquiera, con el sonido suave de la ciudad filtrándose por las ventanas del penthouse, el murmullo distante de la vida de Londres. Keiran estaba tirado en el sofá, jugando con su teléfono, como siempre. Yo me encontraba cerca de la ventana, observando las luces de la ciudad, perdido en mis pensamientos. A pesar de que ambos sabíamos que nuestras vidas eran cualquier cosa menos normal, nos gustaba encontrar ese momento de calma, aunque solo fuera por unos minutos.

Pero el silencio se rompió repentinamente. El sonido del teléfono de Keiran vibró sobre la mesa. Me di cuenta al instante de que algo no estaba bien, solo por el hecho de que no lo había ignorado, como normalmente hacía. No tenía que ser un genio para saber que la llamada no era una de esas charlas triviales con algún amigo.

Keiran levantó la vista de su teléfono y, al principio, su rostro no mostró nada fuera de lo común. Pero luego, en cuestión de segundos, sus ojos se estrecharon y su expresión se tornó seria. El tipo de serio que solo se ve cuando hay algo grave. Yo lo observé, esperando, sintiendo cómo mi propio pulso aumentaba.

—¿Qué pasa? —pregunté, acercándome mientras veía cómo su rostro se endurecía.

Keiran no me respondió de inmediato. Escuchó unos segundos más, y luego colgó el teléfono con rapidez. Estaba quieto por un momento, antes de levantar la mirada hacia mí.

—Anabell está en problemas —dijo, y su voz sonaba grave, cortante—. La han encontrado en un bar golpeando a unos chicos. Está… bien, pero tenemos que ir rápido.

No dije nada. Al principio, me quedé helado. Sabía que Anabell tenía un carácter fuerte, que no le temía a nada, pero jamás pensé que llegaría a eso. No podía imaginarme la situación en su cabeza. Podía oír la preocupación en la voz de Keiran, pero también la furia. La furia que siempre tenía cuando se trataba de su hermana. A pesar de la relación algo distante que tenía con ella, sabía que Anabell lo volvía loco. Era su hermana, y Keiran no soportaba verla en apuros.

Sin perder tiempo, salimos del penthouse y nos dirigimos al coche. Keiran estaba tenso, más que nunca. El coche rugió al arrancar, y no nos dijo ni una palabra. Los dos sabíamos que las palabras en ese momento no cambiaban nada. Yo sentía la incomodidad en el aire, como si todo lo que pasaba fuera a estallar en cualquier momento.

El tráfico de Londres era lo de siempre, un caos total. Pero en lugar de la típica impaciencia de Keiran, noté que sus manos temblaban ligeramente mientras sujetaba el volante. Los nudos en mi estómago se apretaban más con cada segundo que pasaba. Sabía que Keiran estaba preocupado, pero también estaba molesto. Y no podía culparlo. Anabell, aunque fuerte y decidida, siempre había tomado riesgos innecesarios. Y esta vez parecía que se había pasado de la raya.

Cuando finalmente llegamos al lugar, todo sucedió demasiado rápido. Un bar, pequeño y oscuro, se encontraba en el centro de la escena. Había varios chicos en el suelo, uno de ellos con la cara cubierta de sangre, otro con la ropa rasgada. En medio de ellos, estaba Anabell, de pie, con la mirada desafiante, como si no le importara lo que había hecho. Su rostro estaba ligeramente magullado, pero era evidente que había ganado la pelea. El brillo en sus ojos decía todo: había disfrutado cada segundo de esa pelea.

Keiran no esperó ni un segundo antes de dar un paso hacia ella. Su expresión estaba completamente transformada. La preocupación y la ira luchaban por dominar su rostro. Me acerqué, manteniendo una distancia prudente, mientras observaba la escena.

—Anabell, ¿qué demonios hiciste? —la voz de Keiran salió baja, pero firme, llena de esa preocupación que solo él podía mostrar. Estaba tratando de controlar su enojo, pero se notaba que le costaba.

Anabell no lo miró de inmediato. Estaba mirando a los chicos que estaban tendidos en el suelo, como si todo lo que había sucedido no le importara en lo más mínimo. Ella parecía estar disfrutando de su victoria, aunque las marcas en su rostro indicaban que no había sido una pelea fácil.

—Nada que no pudiera manejar —respondió ella finalmente, sin inmutarse, y luego lanzó una mirada fría hacia Keiran—. Ya está. Ellos saben lo que pasa cuando se meten conmigo.

Keiran dio un paso más, acercándose aún más, su enojo palpable. Los chicos, viendo la tensión en el aire, no se atrevían a moverse. Anabell no les había dejado ni la más mínima oportunidad.

—¡No me importa lo que ellos sepan! —exclamó Keiran, con la voz temblando de frustración—. ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Esto no es un juego, Anabell. Podrían haberle hecho algo. ¡Podrían haber…!

Anabell finalmente lo miró, pero no con miedo ni remordimiento. Su rostro se mantuvo impasible, pero pude ver la chispa de algo en sus ojos.

—No es para tanto —dijo, pero su tono sonaba como si se estuviera convenciendo a sí misma más que a Keiran—. Ya está, ya me encargué de ellos. No pasa nada.

Keiran respiró hondo, claramente tratando de calmarse, pero no lo estaba logrando. Este no era el tipo de situación con la que estaba acostumbrado a tratar. Anabell parecía estar cada vez más metida en un mundo de autodestrucción, pero no quería admitirlo. Estaba demasiado acostumbrada a que su voluntad fuera inquebrantable.

—¡No es solo eso, Anabell! —Keiran apretó los dientes, casi gritando—. ¡Esto no puede seguir así! Esto no es un juego, y no voy a quedarme callado mientras sigues metiéndote en problemas.

Anabell lo miró fijamente, pero en su rostro no había signos de arrepentimiento. Solo la misma arrogancia que siempre mostraba cuando se sentía invencible.

—No te preocupes por mí. Yo me encargo —respondió, girándose sin esperar una respuesta.

Keiran la siguió, incapaz de controlar su enojo, y yo, en silencio, los seguí también.




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