Una promesa de amor

CAPÍTULO 12: GUERRAS Y FANTASMAS

Erick Thompson

El sonido del teléfono no cesaba. Estaba sentado en mi oficina, rodeado de papeles que parecían multiplicarse sin control, mientras las llamadas y correos electrónicos llegaban sin parar. Había días en los que todo en la empresa se desmoronaba con la misma rapidez con la que los problemas llegaban, y hoy era uno de esos días.

Miré el reloj. Las nueve de la mañana. Ya era tarde para empezar, pero no me quedaba otra opción. Mis pies estaban pesados y mi mente aún no lograba despejarse completamente. Las luces frías del despacho iluminaban el escritorio desordenado con montones de documentos sin firmar, contratos pendientes y hojas con números que no dejaban de darme dolores de cabeza.

El teléfono sonó nuevamente, y sin mirarlo, lo levanté. Victoria, sabía que no necesitaba palabras para saber que las cosas estaban complicadas. La escuché suspirar al otro lado de la línea antes de hablar.

— Señor Thompson, el informe de los inversionistas está listo, pero hay algo que necesitaría revisar con usted.

Sabía que el "algo" era un problema que podría terminar en una pérdida millonaria. Tomé un sorbo de café y, con una mirada agotada, respondí:

— Pásame el informe. Lo revisaré después de la reunión con los ejecutivos.

Colgué y tomé una respiración profunda. La presión era constante. No había descanso, no había espacio para errores. Mi imperio se construía sobre detalles minuciosos, y un fallo podía derrumbarlo todo.

A las diez en punto, entraron en la sala de conferencias los primeros ejecutivos. Sus caras estaban tensas, como siempre que había malas noticias. Yo no era muy diferente. Pero lo que más me irritaba era esa sensación de estar rodeado de personas que no entendían la magnitud de lo que realmente estaba en juego. Para ellos, era solo un negocio, solo números. Para mí, era todo.

— Señor Thompson, los datos financieros del trimestre no son lo que esperábamos —dijo Donovan señalando un gráfico que reflejaba una caída de ingresos preocupante.

— Lo veo — Respondí con calma, aunque por dentro mi mente estaba corriendo a mil por hora, buscando una salida. — ¿Qué propuestas tenemos para corregir esto?

Las sugerencias empezaron a llegar una tras otra, pero ninguna era lo suficientemente sólida. Mi mente estaba agotada, pero no podía mostrar debilidad. Nadie podía ver cómo las piezas de este rompecabezas empresarial comenzaban a desmoronarse. Si alguien lo descubría, todo mi mundo podría venirse abajo en un segundo.

Al medio día, decidí que necesitaba un respiro. No podía seguir así. Salí de la sala de conferencias y me dirigí al balcón de mi oficina, mirando la ciudad. Londres nunca se detenía, y yo tampoco podía hacerlo. El viento frío me golpeó la cara, pero me ayudó a despejar la mente. En esos momentos, me sentía más dueño de mi destino. Por un breve segundo, mi imperio parecía bajo control.

Volví a la sala de conferencias, más decidido, más enfocado. La reunión continuó por una hora más. Tomé decisiones rápidas y difíciles, algunas incluso arriesgadas. El tiempo ya no me favorecía, pero tenía que actuar. No podía permitir que mis fallos llegaran a la primera plana de los periódicos.

A la una de la tarde, Victoria me llamó para avisarme que el almuerzo estaba listo. No tenía ganas de comer, pero era un ritual necesario para no parecer un esclavo del trabajo ante aquellos que esperaban ver al hombre de negocios perfecto. Salí de la oficina y me dirigí al restaurante privado al que siempre acudía para evitar que los curiosos me siguieran.

Mientras comía en silencio, repasaba cada detalle de la mañana. Los problemas en la empresa no desaparecerían por arte de magia. Sabía que tendría que poner manos a la obra de inmediato para que todo se solucionara antes de que fuera demasiado tarde.

Apenas terminé el almuerzo, Marcos, apareció en la puerta del restaurante privado. Tenía esa mirada seria que siempre indicaba que algo importante estaba por suceder. No era de los que interrumpían cuando uno se tomaba un respiro, pero hoy no había otra opción.

— Señor Thompson, el consejo ha convocado una reunión urgente —dijo con voz firme, casi como si la noticia fuera una bomba de tiempo a punto de estallar.

Mi estómago se tensó al instante. Los consejos eran siempre tensos, pero con esa urgencia, no presagiaba nada bueno.

— ¿Por qué? —pregunté sin rodeos, mientras me levantaba de la mesa. La conversación de la mañana con los ejecutivos y los problemas de la empresa ya parecían menores ante la inminente noticia que acababa de recibir.

— Es sobre el atentado contra Andrew Jones —respondió Marcos — El consejo cree tener información sobre quién está detrás del atentado. Saben que no fue un simple ataque aislado. Está relacionado con la disputa entre las familias. Aparentemente, alguien dentro de la organización está moviendo fichas en las sombras.

Mi mente empezó a girar rápidamente, procesando cada palabra que Marcos me había dicho. ¿Qué implicaciones tenía esto para el equilibrio del poder entre las familias? La situación de Andrew no solo era un riesgo para él, sino para todo el Imperio de Sangre.

— ¿Han identificado a los responsables? —pregunté, aunque sabía que la respuesta probablemente sería más confusa que clara.

— No aún, pero hay sospechas. Nadie sabe a ciencia cierta, pero hay rumores. — Marqué una pausa en mi mente. Los rumores, especialmente en nuestro mundo, podían ser más peligrosos que cualquier otra cosa.

Me pasé una mano por el rostro, frustrado. Estaba claro que el atentado contra Andrew no era solo una cuestión personal. Esto era parte de algo mucho mayor. Cada movimiento dentro de las familias tenía repercusiones en el Imperio.

— ¿Dónde será la reunión? —pregunté, levantándome de la silla con decisión. Sabía que el consejo no iba a esperar.

— En la sede principal. Todos los líderes estarán allí. — Marcos no necesitaba decir más. Ya sabía que tendría que ir, y con ello, toda la tensión de la situación aumentaba. Las piezas de este rompecabezas estaban encajando, pero ninguna de ellas era buena para nadie.




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