Ante los ojos del niño pequeño, la Navidad siempre era igual.
Su padrastro borracho y violento llegaba maldiciendo a sus jefes, maldiciendo la cena y maldiciendo al pequeño niño que temblaba como una hoja, escondido en un rincón.
—¿Qué hace ese bastardo? —preguntó a su mujer antes de escupir al piso—. ¿Hasta cuándo debo seguir alimentando a este mocoso que ni siquiera es mi sangre?
—Cariño, cálmate, olvídate de él, hoy es Nochebuena... ¿No quieres cenar? —la madre colocándose en frente del niño para protegerlo intentó calmarlo.
El hombre carraspeó y de su bolsa solo sacó un regalo.
—Toma, criatura —literalmente se lo lanzó a la niña más pequeña, que sentada en el viejo sofá, feliz comenzó a abrirlo.
El niño ni siquiera esperaba nada, porque nunca recibía nada de ese hombre. Él lo odiaba por ser hijo de otro, un hijo que su madre tuvo antes de casarse con él.
—Niños a la mesa a comer —habló la madre.
Ambos niños corrieron a la mesa, la niña feliz con su nueva muñeca.
Tomaron asiento mirando deslumbrados el huesudo pollo que su madre consiguió en rebaja, las pocas ensaladas, y el puré de papas. La situación económica no es la mejor, su casa literalmente se cae a pedazos. Aun así, aunque la cena es pequeña para los niños, es un lujo por el cual han esperado todo el año.
La madre le sirvió su porción a cada uno. Pero cuando el pequeño niño estaba a punto de comer, su padrastro colocó su mano entre él y su plato, deteniéndolo.
—Esta cena se compró con mi dinero, tu padre no puso un peso. No hay dinero, no hay comida —habló el hombre con tono agrio—, si quieres comer, ve a donde tu padre y dile que te dé dinero.
—Cariño... —se quejó la mujer colocándose de pie—. No es momento para hablar de eso...
—Claro porque soy yo quien debe gastar en ese mocoso ¿No es acaso su padre un empresario con mucho dinero? ¿Por qué no le da una pensión suficiente para mantener a la familia?
—Es complicada... pero no es un tema para hablar en la mesa y...
—¡¿Cuándo entonces?! —dijo golpeando la mesa con rabia, haciendo saltar los vasos con bebestible a punto de volcarlos.
La mujer calló, solo miró de reojo a su marido antes de tomar al niño de la mano y llevarlo a la puerta.
—Eric, ve a comprarte algo —le dijo dándole dos dólares—. Vuelve a casa más tarde cuando tu padre se calme.
El niño la contempló, desolado. Tomó el dinero sin quejarse y salió de la casa. Es una suerte que la Navidad en esta parte del planeta sea en pleno verano si no sufriría aún más. Las luces de colores de las otras casas iluminan las solitarias calles.
Al final no encontró ningún local abierto a estas horas, es Nochebuena, todo el mundo ya está en casa compartiendo con sus familias. Bajó a la orilla de un riachuelo y se sentó en el pasto contemplando el cielo rodeado de estrellas.
—Oye niño, ¿qué haces aquí? ¿Huiste de casa también? —una niña con el cabello desordenado apareció a su lado trayendo una mochila a su espalda.
Eric no respondió, solo la contempló en silencio.
—¿Oye no tienes lengua? —la niña con poca delicadeza le hundió un dedo en la mejilla—. Yo hui de casa, mi padre es un tonto...
Infló sus mejillas antes de sentarse a su lado en el pasto.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó con curiosidad abriendo sus dos ojos desplegando sus largas pestañas.
Titubeó antes de responder con timidez.
—Eric...
La niña se quedó mirándolo antes de darle un manotazo en la espalda que casi le arrancó los pulmones.
—Esa no es la forma correcta de hacerlo, mira esto —se colocó de pie mirando hacia el río—. Yo soy Daniela Flores, futura jefa de la familia Flores y seré más poderosa que mi padre, mi deber será cuidar a mi tonto hermanito y ser la mujer más poderosa de todas.
Sacó su brazo mostrando su pequeño músculo.
—Estoy entrenando para ser una futura matona, los sicarios ganan bien...
Eric pestañeó antes de echarse a reír.
—Niño tonto —la pequeña se quejó dejándose caer a su lado—. Supongo que no has traído nada, compartiremos mi cena navideña.
De su mochila sacó una bolsa de papas fritas, unas galletas y una soda. Y comenzó a repartir las porciones sobre un paño de tela que también sacó de entre sus cosas. Eric la observaba en silencio notando la meticulosidad de la niña al ordenar cada cosa.
—Listo, la cena está servida —dijo con orgullo y ambos niños compartieron la comida.
La noche es calidad y tranquila, ambos comieron felices, Daniela no deja de hablar mientras Eric solo guardaba silencio. Luego la niña se colocó de pie tomándolo de la mano.
—Es hora de los villancicos, ¿te sabes noche de paz? —inquirió la pequeña.
—Sí, lo canté en la escuela.
—Genial, cantemos.
Mientras las dos voces infantiles se elevaban en la soledad de la noche de verano, Eric comenzó a llorar. De todas sus Navidades podría decir que esta era la mejor. La niña dejó de cantar secándole las lágrimas con su misma ropa.
—Oye, no llores, tienes que estar feliz —le dijo haciendo pucheros contagiándose de la tristeza del niño. Luego revisó sus bolsillos hasta encontrar un broche para cabello—. Toma, un regalo, feliz Navidad.
Eric recibió el regalo sorprendido, aunque fuera algo que él nunca usaría, estaba feliz.
—¡Mira, una estrella fugaz! —gritó Daniela tomándolo de la mano y luego juntando las suyas lo instó a pedir un deseo—. Deseo que las próximas Navidades las pasemos juntos por siempre hasta envejecer, así no estarás más triste, es una promesa ¿No es así, niño bobo?
Eric la contempló, sorprendido, luego junto a sus manos y pidió el mismo deseo.
—Feliz Navidad, Eric...
—Valverde —agregó sonriendo.
—Feliz Navidad, Eric Valverde —completó la niña.
—Feliz Navidad, Daniela Flores —señaló el niño.
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—¿Señor, sus helados? —la voz que acababa de hablar hizo al hombre volver a su presente.