Una Razón

1

—No es justo.
Me giro atónita hacia la persona que había hablado. El profesor se da la vuelta al igual y clava sus ojos oscuros en los suyos bicolores.
—¿Disculpa?
El chico parece entonces consciente de lo que acababa de decir y le veo titubear, pero al final continúa hablando.
—Que no es justo que la eches de clase porque no entienda su asignatura. Así la va a entender mucho menos.
—Y a ti quién te ha dicho que opines sobre lo que decido hacer o no hacer.
Escucho un par de risas al fondo de la clase pero yo estoy centrada en él. En el niño nuevo. Eso es todo lo que sé de él, que es nuevo. Pero ya está. No sé ni su nombre y él solo sabrá el mío por la regañina del profe. No sabemos nada el uno del otro, entonces, ¿por qué me está defendiendo?
—Nadie, pero la estás regalando por no saber operar con polinomios y en vez de explicárselo la sacas de clase.
—Te voy a quitar el punto extra que te he dado antes y os quiero a los dos fuera de mi clase.
—Pero...
—La próxima vez te lo piensas mejor antes de contestarle a un profesor.
Dios cómo odio a este señor. El profesor de matemáticas es probablemente una de las principales razones por las que me quiero ir de este lugar. Pero hoy no voy a llorar de rabia, porque no voy a estar sola. Nunca lloro cuando hay alguien presente, o al menos intento no hacerlo, no quiero que la gente me vea débil. Pero sobre todo hoy no tengo rabia, tengo curiosidad. Quiero saber más del chico que me ha ayudado, aunque solo haya logrado empeorarlo para él también.
Dejo que él salga primero y cuando el profesor se gira le saco el dedo del medio y cierro con un portazo.
Cuento hasta diez para calmarme y acallar a las voces como me enseñaron antes de girarme hacía él.
Uno.
Dos.
Tres.
Respiro profundamente.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
Respiro de nuevo.
Siete.
Ocho.
Nueve.
Diez.
***
Ya más calmada lanzo la mochila al suelo y me siento encima, tampoco es que llevé muchas cosas dentro más que algunos libros y el abrigo que he metido ahí para no tener que cargarlo conmigo.
Sigue sin haber silencio en mi cabeza, pero al menos las voces hablan bajo. Se que tengo que distraerme para que siga siendo así y no vuelvan a gritar, así que miro al chico. También se ha sentado en el suelo, frente a mi en la pared contraria y jugaba con sus manos nervioso. Ahí es cuando me doy cuenta de que lo he vuelto a hacer y relajo la mano, me estaba clavando las uñas en la palma de la mano y he vuelto a abrir las heridas con forma de media luna que me he formado inconscientemente al intentar calmarme.
—¿Por qué lo has hecho?—le pregunto y él me mira.
Miro sus ojos, uno verde y uno marrón. No sé si alguien alguna vez los ha considerado raros, supongo que sí, pero a mí me parecen fascinantes. Pero por supuesto eso no se lo voy a decir a él.
—¿El qué?
Saco un pequeño espejo para ver si el maquillaje sigue en su sitio cubriendo todas las estrellas. Es una manía que tengo desde que las nuevas amigas de Laura se rieron de mí por mis pecas y me hicieron odiarlas tanto como para cubrirlas cada día.
—Defenderme.
—Pues porque no es justo lo que ha hecho. Debería darnos clase, no echarnos.
—Ya, bueno, un poco mi culpa es, por ser tonta y no enterarme de nada.
—No digas eso.
—¿Por qué? Si no pasa nada, no es ningún secreto.
Se queda en silencio mientras yo guardo el espejo, todo sigue bien, al menos en lo que respecta a mi piel.
—¿Cómo te llamas?—pregunto al cabo de un rato de silencio.
—Mateo.




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