Seis meses después.
Mateo lee una y otra vez el último mensaje que recibió de ella.
"Adiós, Ojazos"
Eso era todo. Un adiós sin contexto, sin haber estado hablando antes.
Cuando recibió el mensaje estaba confundido, no le encontraba sentido.
Pero después de la llamada lo entendió todo y su mundo se vino abajo y lloró. Lloró de frustración, de pena, de rabia, de culpa. Se culpaba a sí mismo porque sabía que podía haberlo evitado y la odiaba a ella por haber hecho aquello. Por haberlo hecho sin pensar en el o los demás. Egoísta pensaba. Pero en el fondo sabía que no podía culparla.
Y entre todo ese cúmulo de emociones había un pensamiento se repetía constantemente en su cabeza:
Debería haber estado ahí.
Debería haber estado ahí.
Debería haber estado ahí.
Debería haber estado ahí.
Debería haber estado ahí.
Debería haber estado ahí.
Debería haber estado ahí.