Una Razón

11

—¿Quieres trabajar en el proyecto esta tarde? —me pregunta Mateo.

Mateo no se rinde.

Pensé que después de ignorarlo anoche entendería la indirecta, pero aquí está, preguntando si quiero hacer el proyecto con él. Como si de verdad le importara. Como si de verdad quisiera hacerlo conmigo y no fuera una obligación.

—No sé —respondo, y me odio a mí misma por no rechazarlo directamente.

Si de verdad no quiero que se acerque, ¿por qué no le digo que no? ¿Por qué dejo abierta la posibilidad?

Mateo no se lo piensa mucho antes de responder.

—Si no quieres, lo entiendo. Pero no voy a dejar que lo hagas sola.

Me quedo en silencio.

Nadie me ha dicho eso antes.

Siempre he hecho todo sola. No porque quiera, sino porque es lo que me toca. Los profesores siempre me asignan a alguien al azar, y esa persona siempre busca la forma de deshacerse de mí. A veces lo hacen con excusas baratas, otras simplemente ignorándome hasta que acabo haciéndolo todo por mi cuenta.

Pero Mateo no.

Mateo dice que no me va a dejar hacerlo sola.

¿Por qué?

—Está bien —digo antes de que las voces me convenzan de lo contrario—. Pero no en mi casa.

—Vale. Podemos ir a la biblioteca o a una cafetería.

Asiento, pero no hago ningún esfuerzo en sonreír. No quiero que piense que esto es más de lo que es.

Porque no es nada. No puede ser nada.

Camino por los pasillos del instituto con la cabeza baja, con la esperanza de que nadie me note, pero es imposible. Puedo sentir sus miradas, escucho los susurros, las risas ahogadas de siempre.

Paso junto a Laura.

No me mira.

Tampoco la miro.

No hay razón para hacerlo.

No sé si me alegra o me duele que todo sea así.

Raquel y Olivia están con ella. No necesito escucharlas para saber que están hablando de mí. Lo han hecho desde hace años, y desde que Laura decidió dejarme atrás para ser una de ellas aún más.

"Es mejor así", me digo, pero no lo siento de verdad.

El profesor de matemáticas entra en clase, y sé que el infierno está por comenzar.

No sé qué es peor, si que me saque a la pizarra para exponerme o que me ignore por completo. Hoy elige lo segundo.

—Bien, hoy vamos a continuar con las ecuaciones—anuncia mientras escribe en la pizarra—. Pero antes, necesito que alguien me explique el ejercicio de los deberes.

La clase guarda silencio.

"Por favor, que no me mire. Por favor, que no me mire."

—Laura —dice de repente—, ¿puedes explicarlo?

Cierro los ojos un segundo. Respiro.

No sé si es porque de verdad le interesa su respuesta o porque solo quiere asegurarse de que no participo en clase.

Laura responde. La escucho hablar con una voz que me resulta extraña, aunque la conozco desde siempre. Suena segura. Como si nunca le hubieran temblado las manos al resolver un problema en el cuaderno.

El profesor asiente, satisfecho, y sigue con la clase.

Mateo me lanza una mirada de reojo.

No le devuelvo la mirada.

No quiero que me vea.

No quiero que nadie me vea.

Cuando el timbre suena, recojo mis cosas y salgo antes de que alguien pueda detenerme. Necesito aire.

Mateo me sigue.

—¿A qué hora quedamos? —pregunta con naturalidad, como si nada pasara.

—Después del instituto —respondo.

—Bien.

Y luego, por alguna razón que no entiendo, sonríe.

Como si de verdad no le importara lo difícil que soy.

Como si de verdad no le importara que no quiero confiar en él.

Como si de verdad...

Como si de verdad quisiera ser mi amigo.

Nunca he sabido abrirme a las personas, y las pocas veces que lo he hecho he acabado regañada, ignorada, se han reido de mi o me han echado a mi la culpa de todo lo que me pasa.

Así que me lo quedo todo para mi misma, hasta que exploto y todo ese dolor se transforma en rabia. Y eso es lo único que ve la gente: la explosion, la rabia y el enfado. Asumen que estás enfadada sin pararse a pensar en lo que hay detrás. Confunden el dolor con un enfado y lo resuelven con el típico: "ya se le pasará."

Como si fuera un berrinche.

Como si el dolor fuera algo pasajero.

Como si fuera tan fácil.

Mateo no me ha visto explotar todavía. No me ha visto mandar todo a la mierda, ni gritar a los profesores, ni largarme de clase sin mirar atrás. Solo ha visto los restos de lo que queda después: la tristeza, el vacío, el agotamiento.

Quizá por eso sigue aquí.

Quizá cuando vea la otra parte, cuando vea todo lo que hay en mi interior, se aleje como los demás.

Y entonces todo volverá a ser como siempre.

—Te veo después, Nova —dice Mateo antes de girarse para ir a su clase.

No responde, pero lo veo alejarse con las manos en los bolsillos, caminando con esa tranquilidad que parece no romperse nunca. Como si nada le afectara.

Ojalá pudiera ser así.

Ojalá no me afectara nada.

Pero me afecta.

Y me duele.

Y estoy cansada.

Miro el reloj. Aún falta todo un día de clases antes de vernos en la biblioteca.

Ojalá pudiera saltarme el resto del día.

Ojalá pudiera saltarme todo.




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