Una Razón

12

El chico de los ojos bicolores ya estaba ahí cuando la chica de las constelaciones llegó.

Mateo está sentado en una de las mesas del fondo, con un par de libros abiertos frente a él. Nova duda en acercarse. Parte de ella quiere darse la vuelta y largarse antes de que la viera, pero ya es tarde. Él levanta la mirada y sonríe de inmediato.

—Puntual —dice, señalando la silla frente a él.

Nova pone los ojos en blanco y se sienta sin decir nada. Saca su cuaderno y la deja sobre la mesa con desgana.

—¿Por qué quedamos en la biblioteca?—pregunta en voz baja.

—Porque en una cafetería habría mucho ruido, y en el parque nos congelaríamos y se nos volaría todo con el viento—responde él con naturalidad—. Además, aquí no hay distracciones.

Nova no dice nada.

Mateo cierra uno de los libros que tenía abiertos y la mira con curiosidad.

—¿Te gusta leer?

—¿Otra vez con eso?

—Es una pregunta simple.

Nova suspira, fingiendo fastidio.

—Sí.

—¿Qué género?

—Depende.

Mateo sonríe y Nova entonces se fija en los hoyuelos que tiene el chico.

—Eres de respuestas muy detalladas, ¿eh?

Nova no le responde, simplemente coge su boli y comienza a garabatear en la esquina de la hoja.

El chico de los ojos bicolores la observa por unos segundos antes de cambiar de tema.

—Vale, hablemos del proyecto.

Ella asiente, aliviada de que dejara de hacer preguntas personales.

Ambos comienzan a trabajar, dividiendo el tema en partes, buscando información en los libros que tienen y anotando ideas. Nova se sorprende al darse cuenta de que no es tan incómodo como había esperado.

Mateo no habla demasiado, solo lo necesario. Y cuando lo hace, su voz suena tranquila, sin prisa ni exigencias.

Por primera vez en mucho tiempo, trabajar con alguien no se sentía como un castigo.

Después de un rato, Mateo apoya la espalda en la silla y la mira.

—¿Siempre te quedas tanto en el instituto?

Nova deja el boli sobre la mesa.

—¿A qué viene eso?

—Solo preguntaba. Casi siempre eres la última en salir.

La chica de las constelaciones desvía la mirada. Otra vez las preguntas personales.

—No me gusta estar en casa.

Mateo no insiste en el tema.

Pasan unos minutos en silencio antes de que él hablara de nuevo.

—¿Quieres un descanso?

Nova frunce el ceño.

—¿Para qué?

—Para despejar la mente —responde Mateo con tranquilidad—. Podemos dar una vuelta o comprar algo de comer.

—No tengo hambre.

Mateo la observa por unos segundos antes de volver a concentrarse en su cuaderno. Nova finge que hace lo mismo, pero su mente está en otra parte.

"No me gusta estar en casa."

¿Por qué ha dicho eso?

No le debe explicaciones a nadie, mucho menos a él. Pero aún siente su mirada curiosa sobre ella, como si intentara entender algo que ni ella misma puede explicar.

Molesta consigo misma, garabatea la esquina de la hoja.

—Siempre haces eso —comenta Mateo de repente.

Nova detiene el boli.

—¿Hago qué?

—Garabatear cuando no quieres hablar.

Ella aprieta la mandíbula.

—No es verdad.

Mateo sonríe levemente y señala el cuaderno.

—Entonces, ¿qué es eso?

Nova mira su propia hoja. Sin darse cuenta, ha llenado toda la esquina con líneas caóticas, una sobre otra, hasta que la tinta ha traspasado el papel.

—Solo me concentro mejor así.

—Ah.

No dice nada más, pero su expresión lo dice todo. No te creo.

Y eso la irrita.

—Voy al baño —murmura, levantándose sin esperar respuesta.

Camina entre las mesas sin mirar atrás. No sabe por qué necesita alejarse, pero lo hace.

Empuja la puerta del baño y se encierra en uno de los cubículos.

Apoya la espalda contra la puerta y cierra los ojos.

Respira.

Uno.

Dos.

Tres.

Pero no funciona.

Las voces no se callan.

Mateo pregunta demasiado. Es demasiado observador. No debería importarle. Nadie pregunta por ella, nadie nota esas cosas. ¿Por qué él sí?

Mira sus manos. Las uñas han dejado pequeñas medias lunas en sus palmas.

"Solo relájate", se dice.

Se odia un poco por necesitar este momento.

Se odia por sentir que, por un segundo, trabajar con él no ha sido tan malo.

Después de unos minutos, sale del baño. Se enjuaga la cara con agua fría y se mira en el espejo. Su maquillaje sigue intacto, pero aún siente que se le ve en la cara todo lo que está intentando esconder.

Cuando vuelve a la mesa, Mateo no dice nada sobre su ausencia.

Simplemente le pasa un papel con unas anotaciones.

—Estuve resumiendo esto mientras no estabas —dice sin mirarla demasiado—. Dime si quieres que cambie algo.

Nova lo lee en silencio.

Mateo no insiste. No pregunta. No le dice que tardó mucho ni que notó su incomodidad.

Y por alguna razón, eso la tranquiliza.

—Está bien —responde al final.

Y continúan trabajando, como si nada hubiera pasado.

Cuando salieron de la biblioteca, el aire de la tarde era frío, pero no desagradable.

—Nos vemos mañana —dijo Mateo, metiendo las manos en los bolsillos.

Nova asintió, sin saber qué más decir.

Él la miró por unos segundos, como si quisiera decir algo más, pero al final solo le dedicó una última sonrisa antes de alejarse.

Nova se quedó en su lugar, observándolo irse, con una extraña sensación en el pecho.

No sabía qué era, pero no le gustaba.

No le gustaba sentir que alguien estaba intentando quedarse.

Porque la gente nunca se quedaba.

Y Mateo no iba a ser la excepción.




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