Hoy me he despertado más pronto de lo normal, todavía es madrugada. Me quedo en la cama un rato sin saber que hacer o en qué pensar. Me siento rara, solo hay silencio. Pero claro, las voces no tardan en volver. Creo que me estoy volviendo loca. Mi habitación me asfixia, mi casa entera lo hace. Salgo de la cama y como todavía es pronto puedo escabullirme fuera de casa sin que se den cuenta. Voy hacía el ascensor con la llave en la mano.
Hace unos meses al conserje se le cayó una de las copias de las llaves que llevan a la azotea del edificio, yo la encontré y decidí ir arriba.
Es mi sitio ahora, para cuando necesito despejarme.
Me siento en el borde con los pies colgando. Miro hacía abajo, mis pies oscilan entre lo seguro y el vacío.
A veces siento que sería tan fácil como simplemente dar un paso, o un pequeño impulso, y dejarme caer. Abajo no hay nada, por lo que mi cuerpo caería, para descansar en el cemento de la acera.
Sacudo la cabeza evitando esos pensamientos y me centro en el momento.
Me encanta la madrugada, es un momento muy extraño. Todo parece estar en silencio, el cielo está oscuro e incluso los olores son diferentes. Todo se siente tan... irreal. Una lástima que casi todo el mundo esté dormido como para presenciarlo. Miro el cielo, oscuro y con algunas estrellas que consiguen combatir la contaminación lumínica, a lo lejos se puede distinguir el brillo del sol que comienza a hacer su aparición de nuevo en la tierra.
Miro hacía arriba. Hacía la luna.
La luna sabe lo que es estar sola, lo que es no sentirte querido ni por tus más cercanos.
La luna necesita al sol para brillar, pero al sol le da igual, el sol está más centrado en la tierra que en la luna.
Muchas veces me siento como la luna.
A veces siento que yo también necesito a alguien para brillar. Pero no soy como la luna. Yo no tengo un sol.
El viento sopla, levantando algunos mechones de mi pelo. Cierro los ojos, disfrutando la sensación. Aquí arriba, todo se siente más ligero.
Respiro hondo y dejo escapar un suspiro.
Estoy cansada.
Pero no físicamente, no de una manera que pueda resolverse con una siesta o con una noche de sueño. Es un cansancio más profundo, un agotamiento que se ha arraigado en cada rincón de mi ser, que me acompaña a todas partes.
Abro los ojos y miro de nuevo hacia abajo.
Tan fácil.
Solo un paso.
Un ligero impulso.
Sacudo la cabeza, alejando esos pensamientos antes de que se vuelvan demasiado tentadores. Me obligo a mirar al frente, a las luces distantes de la ciudad, a las pocas estrellas que aún no han sido devoradas por el amanecer.
Solo aguanta un poco más.
No sé de dónde viene esa voz. No es una de las que me atormentan a diario. Es distinta. Es mía.
Meto las manos en los bolsillos de mi sudadera y saco el móvil. No sé por qué lo hago, ni qué espero encontrar. Solo deslizo el dedo por la pantalla, como si fuera una costumbre más.
No tengo redes sociales, solo empeoraría las cosas, ver la vida perfecta de los demás con sus viajes caros y ropas lujosas y tantas sonrisas perfectas con historias de amor de película. Mucho tengo ya para encima compararme con esas personas también.
Sin pensarlo demasiado, abro la conversación con Mateo.
Últimos mensajes:
Mateo: ¿Te gusta? El libro, digo.
Nova: Está bien.
Mateo: Solo "bien"? Suena como que no te convence.
Nova: No importa. Es un libro, ya está.
Mateo: Perdón, no quería molestarte.
Paso el dedo por la pantalla, leyendo las palabras en silencio.
Mateo es diferente.
Eso no significa que no se vaya a cansar.
Eso no significa que vaya a quedarse.
Aún así, sin saber muy bien por qué, mis dedos comienzan a escribir.
Nova: ¿Estás despierto?
La pantalla queda en silencio. No hay respuesta inmediata.
Tiene sentido. Es de madrugada.
Me guardo el móvil y vuelvo a mirar el cielo.
La luna sigue ahí, solitaria y silenciosa.
Como yo.
Y sin embargo, sigue brillando. Mientras yo me apago más cada día.