El resto del día lo dediqué a ver la tele, casos policiales para ser exactos, comer frutas aunque no quiera.
Mi mamá se fue a bañar y ahora estoy yo sola en esta habitación más oscura que donde no me entra el sol.
—Dios mío, prende la luz—dice mi mamá.
—No, déjame morir en mi propia miseria—me metí debajo de las colchas.
Mi mamá como siempre interrumpiendo mi tranquilidad aprendiendo la luz, y quitándome las colchas.
—Por Dios mamá, déjame estar tranquila un momento.
—Da un poco de vida a esta habitación.
—¡¿Vida?!.
—Sí luz, vida.
—¡No me hables de vida cuando yo soy la que me estoy muriendo! ¡No sabes nada! ¡Entiende, tengo cáncer! ¡¿Cuando los vas a aceptar?—reí sarcásticamente—, no sabes nada mamá, déjame disfrutar un poco de mi propia mierda.
—¡¿Qué mierda Lucy?! ¡¿Acaso crees que no me es feo saber que mi única hija tiene cáncer?! ¡Saber que en algún momento te vas a acostar a dormir y ya nos vas a despertar! ¡Deja de ser egoísta, deja de pensar solo en ti!—lágrimas se formaron en sus ojos.
—¡Bien soy una egoísta, que solo pienso en mi! ¡Déjame mamá! ¡Voy a morir!.
Creo que no voy a poder hablar en días.
Varias enfermeras entraron. ¿Qué mierda?
—Agarren sus brazos—le dio un golpe con la uña a una jeringuilla.
Dos enfermeras me tomaron de los brazos, solo sentí un piquete en mi brazo izquierdo, después todo fue borroso, después negro.
No sé que hora era, en esta habitación no había ningún reloj, es como si recién estuviera oscureciendo o amaneciendo. Tengo un hambre feroz que podría comerme una vaca si así quisiera.
Salí de mi habitación y en menos de un micro segundo me di la vuelta para ver la hora en un reloj que esta justo arriba del ascensor, me durmieron a eso de las 5 de la tarde, es obvio que el sedante no me dejaría dormida más de 10 horas, son las 4:25 de la mañana, con razón muero de hambre.
Como a dos pasillos esta una máquina expendedora que conozco muy bien, pasar 8 meses en una hospital nos es tan malo, tiene sus ventajas ¿qué cuales son? Fácil, saquear una máquina expendedora.
Mientras caminaba recordé como le había hablado a mi mamá, estuvo mal, lo sé, solo que en ese momento solo quería estar sola, no obstante no justifica que le haya faltado el respeto de esa forma, después de todo ella ha sido la que a estado conmigo siempre.
La maquina expendedora esta a tan sólo unos pasos de mi, yo estoy a tan sólo unos pasos de la mayor felicidad que pueda tener alguna persona.
Y ahí estaban mis papitas favoritas, mis chocolates favoritos, mis bebidas favoritas, esto era como el cielo, ¿será así el cielo? Porque si es así, ¿piernas para qué te tengo?. No podía robar mucho o se darían cuenta así que tengo que ser inteligente al momento de elegir, no quiero que me cambien de pasillo, el pasillo 8 es el terror de cualquier persona, no hay máquinas expendedoras, están las enfermeras que con una sola mirada te metió más de mil cuchillos.
Empecé haciendo varios movimientos a la maquina para así poner mis dulces más al borde, después agarre un palito que se utilizaba cuando la maquina se trababa y comencé a meter por donde salían los dulces.
¡Mierda!
El sonido de una silla moverse hizo que me diera la vuelta con el corazón en la boca del miedo a que alguien me descubra, no, mejor empiezo a pensar que voy a decir.
—¿Robando dulces?—preguntó.
—Casi me matas del susto—puse una mano en mi pecho.
—Yo de ti mejor tengo cuidado, cuando mueves mucho la máquina emite un sonido de alarma.
Cierto, hace como un mes pusieron una alarma a la máquina, se dieron cuenta ya que de un día a otro faltaban demasiados dulces.
—Yo sí pensaba pagar.
—AJA, y tu me caes bien.
—¿Qué haces tú aquí a estas horas primeramente?—pregunté poniendo las manos en mi cintura.
—Digo, son cerca de las 5 de la mañana—añadí
—Siempre tan curiosa, pero bueno, hagamos una tregua, tu responde lo que yo te pregunte y yo respondo lo que tu preguntes.
—Bien, ¿qué quieres saber?.
—¿Qué haces aquí a esta hora asaltando una máquina expendedora?.
—Tenía hambre—respondí simple—, mi turno, ¿qué haces tú aquí a esta hora?
—Venía a recuperar los aretes de mi hermana, según ellos no traía aretes pero ella jamás sale sin aretes, así que... aquí estoy.
—¿Por qué no esperaste hasta más tarde?.
—Hey, hey. Mi turno, ¿qué enfermedad tienes?.
—Tengo cáncer, ¿o acaso eres ciego?.
—¿Qué tipo?.
—Leucemia, ¿acabaste? Porque si me permites tengo que irme.
—No, agarra todos los dulces que quieras, ah, para mí solo unos chocolates ferrero, vamos a ir a conocernos más.
—¿Qué te hace creer que voy a ir contigo?—¿qué creía? no soy fácil.
¡Pero si eres más fácil que la tabla del 1!.
Dijo esa voz que siempre me atormenta.
—Vamos, es una salida como amigos.
—¿Donde me vas a llevar a esta hora?—pregunté alzando una ceja curiosa.
—Mm, tal vez te voy a secuestrar, después te mataré y después voy a vender tus órganos al mercado negro, vamos no seas tonta, no vamos a salir del hospital si es lo que te preocupa.
—Bien, ¿cuantos chocolates quieres?
—Diez, también unas papas de limón.
—Solo diré que si me descubren te echaré la culpa—hablé dándome la vuelta para sacar los chocolates, papas y varias bebidas.
—Bueno, tú fuiste la que estaba robando primero.
—Idiota—susurré.
—¿Qué dijiste?
—Nada.
—Ya esta, ¿me puedes esperar aquí? Voy por mi gorro, este es muy fino—le pedí entregándole los dulces.
—Te espero pues, solo ve rápido.
Salí caminando rápido, porque lo que estoy haciendo no es correr, tengo que jalar una máquina y eso no me permite.
Fui a mi armario y agarré mi gorro de unas papitas con ojos, es muy ñoño para la gente pero a mi me gusta.
—Ya te estabas tardando mucho, casi me duermo.