La sala del Consejo Administrativo de Bersecorp SL ya estaba atestada de gente cuando ella llegó. Antella le dirigió un rápido saludo antes de entregarle un dispositivo portátil que contenía el dossier resumido del proyecto "Atom". Elia trató de que no se notase el temblor de sus manos cuando lo recogió, y se dirigió a su asiento con la cabeza gacha. Una vez allí, enchufó el aparatito a la mesa y de inmediato surgieron del proyector diversas imágenes, tablas y columnas de datos. La joven fingió estudiarlo con interés mientras los demás se iban sentando. Por lo que, hasta que no alzó la vista, no lo vio. Y el corazón le dio un vuelco.
Jeoh estaba hablando amigablemente con Antella, y Elia frunció el ceño. ¿No decía que no le interesaba? ¿A razón de qué ese coqueteo? Por si fuese poco, cuando por fin la Presidenta atenuó las luces para que todos viesen mejor la información en los proyectores, él no le dirigió ni una mirada. Elia sintió una punzada, y el miedo de aquella mañana se intensificó. Cuando Antella por fin tomó la palabra, la joven vicepresidenta temblaba como una hoja.
La reunión se le hizo eterna de tan nerviosa como estaba. De vez en cuando echaba miradas de reojo a Jeoh, pero este solo parecía tener ojos para Antella. Elia respiró hondo sin que se notase mucho y trató de prestar atención a la exposición de la Presidenta, pero apenas lo consiguió. El miedo la tenía atenazada.
- Entonces, ¿votamos? - dijo entonces Antella, y Elia pegó un bote, asustada. ¿Ya era el momento?
Por lo visto, sí. El primero en votar fue Marko Hitten, un ingeniero jefe casi recién nombrado unos meses antes, de cuatro brazos y rostro reptiliano, con el que Elia apenas había intercambiado tres palabras fuera de aquel despacho. Siguiéndole, todos los consejeros fueron dando su voto. La mayoría eran afirmativos exceptuando las abstenciones, pero Elia no estaba dispuesta a ceder. Aquel proyecto era una locura, y además se sentía herida por la actitud de Jeoh. Así que, cuando le tocó hablar, lo hizo con rotundidad:
- ¡No!
La sala se sumió de inmediato en un silencio sepulcral y, tras el acaloramiento inicial, Elia se dio cuenta, aterrada, de que había metido la pata. Hasta el fondo. La hostilidad era patente, sobre todo en los ojos de Antella.
- ¿Cómo dices? - siseó esta última.
Elia no se amedrentó; sabía lo que tenía que hacer, sabía que había sido sincera, por lo que se aseguró de que también Jeoh la miraba, con expresión desconcertada, y después tomó su maletín con ambas manos y sentenció, procurando que la voz no le temblase:
- Mi voto es "no". Pero, como sé que ante una mayoría eso no vale nada, prefiero dejarlo en vuestras manos. Dimito.
Un rumor incrédulo recorrió la mesa de punta a punta. Ahora, todos la contemplaban boquiabiertos, como si se hubiese transformado en un animal exótico y peligroso. Antella entrecerró los ojos.
- ¿Estás segura?
Elia alzó la barbilla, sosteniéndole la mirada.
- Sí.
Y ante la mirada atónita de los demás directivos, se levantó sin apagar el proyector y salió de la sala. Ni siquiera se dignó a mirar dos veces a Jeoh Kyrke cuando pasó por su lado, aunque notó sus ojos azul mar clavados en su nuca hasta que las puertas del ascensor se cerraron a sus espaldas.
Su apartamento estaba abundantemente iluminado cuando traspuso la puerta corredera de entrada, y su robot doméstico, que limpiaba el salón con aire ausente, alzó la cabeza al oírla entrar. Sólo la luz ligeramente más brillante de sus bombillas oculares denotó su sorpresa.
- Señorita - la llamó con su tono monocorde y metálico -, ¿puedo preguntarle qué sucede?
Elia espiró con fuerza a la vez que avanzaba hacia el despacho con determinación, pero no respondió. Como suponía, su mayordomo no se dio por vencido, e intentó reprimir una sonrisa triste. Ojalá fuese un humano; a veces, su lealtad en los malos momentos hacía que casi lo pareciese.
- No es nada, Aroa - lo tranquilizó mientras depositaba el maletín en su cajón.
Aroa era el diminutivo cariñoso para AR84, el número de serie que identificaba a su fiel criado. Tantos años de soledad y engaños por parte de los vivos habían hecho que Elia sintiese que aquel pedazo de metal y caucho era la única criatura en la que podía confiar.
- Simplemente he dimitido - confesó con sencillez al fin, volviéndose.
Aroa inclinó su cabeza blanca y negra en un gesto indefinido: ¿curiosidad, lástima...? Elia no podía saberlo. Además, se suponía que los robots no tenían esas cualidades. Pero a la joven la consoló lo indecible, puesto que algo sí tenía claro: aquello significaba: "pase lo que pase, estaré contigo". Elia estuvo tentada de darle un abrazo, pero se contuvo a tiempo. Sin embargo, le apoyó una mano tranquilizadora en el hombro antes de salir del cuarto.
- Me voy a cambiar, Aroa - lo avisó -. Sigue con lo que estabas haciendo, anda.