El viaje de vuelta se le hizo mucho más largo que el de ida, debido a lo nerviosa que se sentía, y en cuanto llegó a su casa, casi no atinó a introducir la combinación en el pequeño teclado-cerradura. Cuando por fin consiguió entrar, se precipitó por el recibidor llamando a Aroa. Pero su silueta recortada ante la ventana le hizo frenar en seco.
- ¡Tú! - le espetó, acercándose a grandes zancadas.
Jeoh se volvió lentamente y mostró su mejor sonrisa, lo que hizo que las ganas de Elia de estrangularle, súbitamente, se evaporasen. Entonces, él se acercó y la besó. Inicialmente, la joven se quedó petrificada pero, en cuanto la soltó, le asestó un puñetazo en la mandíbula. Él retrocedió y se llevó una mano a la mejilla dolorida, mientras ella lo miraba con furia.
- ¿Qué haces tú aquí? - masculló la joven -.¡Explícate!
- ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! - repuso él, alejándose un par de pasos, intimidado por la vehemencia de sus palabras -. ¡Antella me dijo dónde vivías y tu robot me abrió al decirle que eras mi amiga! ¡No hace falta que te pongas así!
Elia se quedó boquiabierta, mientras sentía cómo la ira bullía en su interior.
- ¡Yo no...! - gritó, pero una voz mecánica la interrumpió en ese instante.
- Señorita, ¿va todo bien? - Aroa asomó en ese instante la cabeza desde el despacho con su inocencia habitual, propia de una máquina -. ¡Ah, veo que ya se ha encontrado con nuestro invitado! - observó en el mismo tono.
Elia apretó los puños y contuvo el impulso repentino de despiezar lentamente a su mayordomo. A veces era tan ingenuo... Mientras tanto, Jeoh se había levantado y acercado a ella.
- Elia, por favor, discúlpame por entrar así en tu casa. Pero necesitaba hablar contigo.
- Ya - se mofó ella, apartándose de él como si su mero contacto le quemase en la piel -. Ya he visto en la reunión todo lo que te importaba. ¡Ni me has mirado! - le espetó con rabia.
Él pareció perplejo un instante.
- Ayer me pareció que Antella no aprobaba demasiado nuestra relación - arguyó con calma - y hoy he preferido adularla porque sé que así se siente cómoda. Y confiada - se acercó un paso más a ella -. Necesito que acepte este pacto, Elia. Atom lo necesita.
La joven arqueó una ceja, escéptica.
- ¿Qué es lo que me ocultas, Jeoh? - quiso saber.
Él suspiró y se dejó caer en un sofá.
- Si te lo cuento, ¿prometes no decir nada?
Elia asintió.
- Pero antes debo saber una cosa. Si sabes que Antella desaprueba que nos llevemos bien, ¿por qué le has pedido mi dirección?
Jeoh la miró entonces a los ojos con cierto desafío velado.
- Porque no quiero esconderme - decretó -. Voy a seguir adulando a Antella todo lo que haga falta, pero nadie me puede impedir tener otro tipo de relaciones.
Elia soltó una risita sarcástica.
- No sé si ella estaría de acuerdo con ese planteamiento - apostilló.
Jeoh sonrió, irónico.
- Tampoco me preocupa. La decisión está ya tomada, mañana se firmará el tratado, y Atom saldrá de la bancarrota.
- ¿Bancarrota?
Elia se había quedado de piedra, y Jeoh pareció ser consciente de que había hablado de más, porque agachó la cabeza y comenzó a retorcerse las manos nerviosamente. Cuando su anfitriona se hubo recuperado de la sorpresa, sintió que tenía que ayudarle. Parecía realmente abatido.
- Oye, Jeoh - lo llamó mientras se sentaba a su lado -. No voy a decir nada, si es lo que piensas.
Él compuso una mueca triste.
- Pero no estás de acuerdo con la firma.
Elia torció el gesto.
- Hay algo que me escama en los datos que nos entregasteis - confesó.
Si él se había sincerado, ¿qué motivos había para ocultarlo? Sin embargo, la reacción de él no fue la que esperaba. Jeoh pareció aún más apenado que antes, y Elia se preguntó con cierto temor si no habría acertado en sus suposiciones. Sin embargo, su "invitado" no parecía querer decir más, por lo que la joven decidió llamar a Aroa.
- Por favor, Aroa, ¿podrías servirnos el almuerzo?
El robot se quedó pensativo - a su manera - un segundo.
- ¿Querrán compartir el almuerzo de usted, señorita? Solo he preparado una ración de cada cosa.
Elia le dirigió una mirada interrogante a Jeoh que él le devolvió con cierta resignación. El herssiano musitó algo así como: "no tengo hambre", pero Elia decidió ignorarle, y le hizo una seña afirmativa a Aroa. Este aceptó sin rechistar, y poco después depositó dos bandejas en la mesita auxiliar que había frente a ellos.
- Bueno - dijo Elia -. ¿Por qué no me cuentas todo desde el principio?
Jeoh alzó la vista, y al ver su determinación, asintió.