Una rosa y mil espinas.

Capítulo VIII.

Pierre.

Los días se convirtieron en semanas, y cada jornada era peor que la anterior.

El entrenamiento era imposible; tenía que correr hasta desmayarme, levantar pesas que me hacían temblar, aprender a blandir armas que parecían más pesadas que yo mismo. Y mi cuerpo, acostumbrado a la desnutrición y la debilidad, se rebelaba contra mí en cada movimiento.

La princesa siempre estaba ahí, observándome desde lejos. Cada vez que caía al suelo, ella simplemente me decía "Levántate".

Y lo hacía, no porque quisiera complacerla, sino porque sabía que no tenía otra opción.

Cada vez que me sentía tentado a rendirme, recordaba el rostro de mi hermana, su cuerpo frágil y su risa; era por ella que seguía adelante.

Al final de esos tres meses, el hombre que se miraba en el espejo ya no era el mismo.

Mi cuerpo era más fuerte, mis movimientos más firmes, pero el costo había sido alto; mis manos estaban llenas de callos, mis músculos dolían constantemente y mis noches estaban plagadas de pesadillas.

Una mañana, mientras practicaba con la espada en el patio, la princesa se acercó.

—Es suficiente, has demostrado tu valía, Pierre.

—Ahora tengo una misión para ti.

—Quiero que mates a la hija del duque de Areka.

El silencio que siguió fue ensordecedor; la espada se me cayó de las manos.

—¿¡Q-qué!?

—Lo que escuchaste, la hija del duque de Areka me arrebató algo importante, y quiero que te encargues de ella.

Mi mente se negó a procesar sus palabras.

—No lo haré, no soy un asesino.

Su expresión se endureció, y un brillo sádico apareció en su mirar.

—Oh, Pierre. —Se inclinó hacia mí. —Si no lo haces, destruiré lo único que tienes.

Mi corazón se detuvo.

—Tú... No te atreverías...

—Prueba mi determinación, entonces, y ve a tu casa, Pierre, mira lo que ya he hecho.

¿Qué?

Cuando llegué a lo que solía ser mi hogar, lo encontré en ruinas.

Las paredes estaban ennegrecidas por el fuego, y el aire olía a cenizas...

¿Qué clase de monstruo era esa mujer?

—N-no, es imposible... mi hermana, no, ella no pudo estar aquí...

—¡Esto no está pasando!




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