Capítulo XIII.

Pierre.

Antes de que pudiera procesar lo que había sucedido, el sonido de unos pasos apresurados resonó en el pasillo.

Era un guardia.

—¡Señorita Selene! —gritó, abriendo la puerta de golpe.

Sus ojos se clavaron en mí y en el cuerpo sin vida de su "señorita".

No lo pensé más de dos veces, corrí hacia el balcón y me lancé al vacío.

Caí en el tejado inclinado de un ala del palacio, resbalándome por las tejas hasta que logré agarrarme al borde con las manos. La caída había dejado mis músculos temblorosos, pero no podía detenerme, al menos no en este momento.

El palacio de Areka era alto, y no había más opción que escalar; mis manos se aferraron a las grietas y salientes de la pared mientras descendía.

Cuando mis pies finalmente tocaron el suelo, no me di el lujo de descansar. Corrí hacia los establos, donde vi un carruaje con un conductor medio dormido.

—¡A Freedonia! —exclamé, lanzándole un par de monedas de oro.

El conductor apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que subiera de un salto al vehículo; el carruaje arrancó con un crujido de ruedas, alejándome del palacio.

El viaje de regreso a Freedonia fue interminable.

El paisaje que pasaba frente a mí, campos vacíos y bosques oscuros, apenas lograban distraerme del remolino de emociones que me consumía.

—Llegaremos al castillo de Freedonia al amanecer, señor.

—Bien.

Apenas el sol comenzó a pintar el horizonte, las torres del castillo de Freedonia se alzaron ante mí. El carruaje se detuvo frente a las puertas principales, bajé, sintiendo cómo el frío de la mañana se adentraba en mis huesos.

Los guardias me observaron con desconfianza, pero no dijeron nada.

Una vez dentro, el eco de mis pasos resonó en los pasillos mientras me dirigía al salón principal.

Cuando empujé las enormes puertas, allí estaba ella, sentada en su trono, con una copa de vino en la mano y una sonrisa tranquila.

—Pierre. —Su voz era venenosa, como siempre. —Parece que has vuelto con vida, no lo esperaba…