— Debes decidir, hija mía. Eres la única que puede tomar esta decisión; yo solo estoy aquí para acompañarte —la voz era cálida y reconfortante, pero la responsabilidad pesaba como una losa sobre mi pecho.
— Pero tengo miedo. ¿Y si la decisión que tomo es la equivocada? No quiero fallar otra vez —mi voz apenas era un susurro, tembloroso, cargado de duda.
— Te entiendo, hija, pero así es la vida. Cualquiera sea la decisión que tomes, siempre estaré a tu lado.
El sonido de la máquina donde mi cuerpo estaba conectado llenaba la habitación, monótono y persistente. Y entonces, el silencio. El pitido final que anunciaba mi partida. Lo último que escuché fue el llanto desgarrador de mi familia, y sus gritos al cielo, preguntándole a Dios por qué me había llevado tan pronto.
Lo que nunca sabrán es que fui yo quien tomó esta decisión. Nunca entenderán, y espero que jamás se enteren, que mi vida en la tierra había sido una lucha constante contra una tristeza insondable.
Frente a ellos, me esforzaba por sonreír, por parecer feliz. Pero por dentro, moría lentamente.
— Vamos, mi niña —la voz luminosa volvió a resonar, llena de paciencia y ternura.
— ¡No! Por favor, quiero regresar. Solo quiero regresar.
— ¿Estás segura? —su pregunta no llevaba juicio, solo comprensión.
No sabía lo que sentía. No sabía si esa decisión sería la correcta. Pensé que al estar aquí encontraría paz, y al principio lo hice. Pero ahora, un dolor desconocido se apoderaba de mi ser. No era físico, era algo más profundo, como si mi alma misma se agitara.
— Sí, quiero volver —dije al fin, con más firmeza de la que sentía.
De repente, una luz cegadora me envolvió, y, junto a ella, el sonido inconfundible del monitor que volvía a registrar mis latidos. Había regresado. Estaba viva.
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Editado: 31.03.2025