Una santa para un pecador

Una apuesta a cambio

Alan

Una apuesta más. Tiro las cartas con expresión seria contemplando a mi nervioso oponente. El ambiente huele a tabaco y alcohol, y la música a lo lejos, llena de risas de hombres y mujeres, no me perturban, estoy en mi propio ambiente, me siento cómodo y poderoso, más cuando veo esa desesperación en mis contrincantes. Sonrío y paso una de mis manos por mi cabellera negra. Llevo encima un traje blanco de fina tela, y una camisa negra cuyos primeros botones desabrochados dejan ver parte de mi pecho. Tomo un trago sin quitar la mirada de mi oponente, no deja de parecerme divertido como se sienten al filo de la locura cuando ya los tengo en la palma de mi mano. Me satisface verlos sufrir, ver como sudan desesperados luego de apostar toda su fortuna. Una bella mujer me rodea con sus brazos y le sonrió antes de murmurarle al oído invitándola a un lugar en que ambos podemos estar solos y pasarla mejor.

 

—Prepara unas copas para celebrar otra victoria —la mujer, de cabellos castaños y ondulados, mueve la cabeza sonriendo con sus labios rojos y mirando con disimulo al otro jugador que estupefacto detiene sus ojos sobre ella.

 

—Esto se acabó, gané —y dicho esto dejo caer las cartas sonriendo con orgullo ante el rostro desencajado de mi contrincante.

 

Se quedó mirándome sin creer lo que ha pasado, pero luego bajar la mirada y contemplar las cartas sobre la mesa, estupefacto, no es de menos si pienso que acabo de quitarle toda su fortuna y lo he dejado en la calle. Alza su cabeza con evidente desesperación y sin otra opción más que arrodillarse en el piso suplicando que le perdone la apuesta.

 

Lo observo con indiferencia mientras tomo un vaso de whisky, con una frialdad que provoca estupor en mi contrincante.

 

—Apostaste toda tu fortuna más la empresa familiar, ahora todo eso es mío, sé un hombre y asume tus decisiones —le hablo con crueldad indiferente al dolor del joven arrodillado frente a mí.

 

—Por favor, perdóneme, haré lo que sea, pero me voy a quedar en la calle, y no tengo a nadie, mis padres fallecieron y mi hermana no...

 

—No es mi problema —entrecierro los ojos sin atisbo de compasión y con una señal llamó a mis hombres.

 

—Acompañen al joven, fuera de este lugar —y dicho esto volteó para juguetear con la mujer que me trajo el trago.

 

Aquel individuo, quien acaba de perder toda su pequeña fortuna en el juego ante mí, ni siquiera es capaz de ponerse de pie mientras mis hombres lo agarran de los brazos para sacarlo del lugar. Desesperado intentó aferrarse de lo que fuera, pero todo fue inútil, de un momento a otro quedó tirado en la calle, sin nada. Ha comenzado a llover, sonrió mirando como el clima me ayuda a sentir esa satisfacción plena al ver como humillo una vez más a otro engreído que se creyó capaz de desafiarme a un juego. 

 

—No sé si debería aplaudirte o sentirme avergonzada —exclama una elegante mujer que aparece en la entrada de mi hogar. Arrugo el ceño ante la inesperada visita, y la fría mirada que le dirige a mi compañera la hace alejarse de mi lado—. Puedes salir de este lugar, quiero hablar con mi hijo.

 

El tono de voz rudo de mi madre provoca que la chica, con la que pensaba pasar una apasionada noche de sexo tome sus cosas dispuesta a salir del lugar. No puedo evitar la molestia ante la interrupción, es una de las cosas con la cual aún tengo conflictos con mi madre. Se olvida que actualmente soy la cabeza de la familia Fábregas, soy quien toma las decisiones en la familia, quien decide los castigos e incluso la expulsión del clan de quienes fallan con su lealtad hacia mí y que eso la incluye a ella.

 

—Te llamare —indica la mujer, pero ante la forzada tos de mi madre sale sin esperar mi respuesta.

 

Mi progenitora no parece muy a gusto con el ambiente que se siente en el lugar, siendo que eso lo aprendí de mi padre, su marido, en ese entonces no parecía molestarle este ambiente e incluso ser parte de él. Se sienta a mi lado cruzando la pierna, a pesar de los años no deja de ser aun la bella mujer de la cual mi padre se enamoró. Entrecierro los ojos esperando su reprimenda mientras tomó un vaso de whisky intentando mantener la calma, sea como esa es mi madre y debo respetarla, aunque no entienda que yo soy la autoridad principal en la familia. No puedo evitar estar tenso, de ella puedo esperar cualquier cosa.

 

—Deberías ya casarte —menos eso.

 

No pude evitar atorarme con la bebida y toser ahogado ante sus palabras ¿Es que acaso escuché mal? ¿Que acaba de decir esta mujer? ¿Está bromeando o que mierda? La contempló intentando respirar, aunque ella no parece ni inmutarse con mi reacción. 

 

—¡¿Casarme?! —la miro anonadado esperando que diga algo, pero permanece en silencio. Susurro un "maldita sea" mientras intento secar mi traje. No puedo creer que venga hasta aquí a decirme semejante barbaridad y luego se quede callada. 

 

No puedo evitar reírme a carcajadas pensando que lo ha dicho con la intención de burlarse de mí. Sin embargo, no se inmutó, bebió su té sin perder la compostura. Entrecierro los ojos tensando mi rostro, a mí no me viene con esa clase de tonterías, para eso tiene cuatro hijos más, solteros, y una hija que vive la vida loca acostándose con quien se le cruce y creyéndose actriz ¿Por qué precisamente a él debe molestarlo con eso?

 

—Olvídalo madre, no voy a atar mi vida a ninguna mujer cuando tengo a todas las que quiero con un chasquido de mis dedos —arrugo el ceño con expresión fría—. No quiero atarme de esa forma a nadie.

 

—Pues tendrás que hacerlo, por lo menos públicamente mostrarte como un hombre de familia, y puedes seguir teniendo "una vida oculta" con todas esas mujeres de poca clase con las que te gusta rodearte —habló en tono severo.




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