Una santa para un pecador

¿Quién es Alan Fábregas?

Evani

 

Me quité el velo dejando libre mi cabellos castaños claros, lavé mi rostro y me sequé con una toalla blanca y pequeña, siempre recuerdo cuando niña como mi hermano se burlaba de mis pecas que se distribuyen en forma desordenada bajo mis ojos y alrededor de mi nariz, un recuerdo de mi fallecida madre además del tono verdes de sus ojos. Me preparo para dormir, en en mi habitación solo hay una cama al fondo, una cruz de madera, y un pequeño closet de madera para guardar mi ropa. He terminado mis oraciones por lo que estoy lista para entrar a la cama cuando golpes en la puerta me interrumpieron, abrí curiosa sin saber que podría estar pasando a esas horas. La madre superiora solicitaba mi presencia de inmediato en su oficina, me apresuró en vestirme e ir a ver cuál era el asunto que quería tratar con ella con tanta urgencia. Al llegar me encontré con mi hermano Cesar sentado, con el cabello mojado y desconsolado.

 

—Estaba gritando a las afueras del convento —me habló la mujer mayor con severidad—. No podíamos dejarlo afuera gritando el nombre de una de nuestras novicias, nosotras sabemos que es su hermano, pero eso no lo sabe la gente de afuera y podría mal interpretarse.

 

Me disculpe enseguida de la actitud de su hermano, desconozco la causa, pero le prometí que voy a hablar con él para que no se repita aquella falta de tacto por su parte.

 

—Hermano —me arrodillé frente a él colocando mis manos en las rodillas de Cesar—. ¿Estás bien?

 

—Evani —me contempló dolido—. Lo siento tanto.

 

Y no pudo evitar llorar en forma desahogada. Lo abrace intentando consolarlo, aún sigue siendo el niño pequeño de siempre, mi hermano menor, aunque la vez anterior que hablamos parecía haberse vuelto un caprichoso engreído que no quiso escuchar mis consejos.

 

—Todo siempre tiene solución, solo debes calmarte —musito con suavidad.

 

—Esta vez no, Evani, perdí todo, la casa, la empresa de papá, todo, me he quedado en la calle con lo puesto —apretó los dientes desviando la mirada avergonzado.

 

Lo contemplo estupefacta, casi sin creer lo que escuchaba ¿Acaso la empresa familiar entró a la quiebra y se llevó todos los bienes que quedaban de nuestros padres? Aun cuando abandoné todo lo material desde que entré al convento, entiende el dolor de mi hermano, también por el hecho que ha quedado en la calle.

 

—Fui un idiota, tenía las cartas para ganas, me confíe, y aposté todo —me habló desolado—. Había escuchado que ese hombre era uno de los mejores apostadores, pero cometí el error de confiarme —se tomó la cabeza con ambas manos desesperado.

 

—¿De quién hablas? —abrí los ojos curiosa sin aun reaccionar con lo que acaba de decir ¿Apostó todo?

 

—Alan Fábregas —respondió sin mirarme—. Fue tanta mi desesperación por no quedar en la calle que me humillé rogándole que perdonara mi deuda, pero se negó. Mandó que sus hombres me tiraran a la calle.

 

—Qué hombre más cruel —habló la madre superiora en tono bajo moviendo la cabeza. Luego de escuchar el relato y sentirse conmovida por las lágrimas de Cesar.

 

Me giré de inmediato hacia ella.

 

—Le puedo pedir refugio para mi hermano esta noche, está lloviendo, hace frio —le pedí con humildad.

 

La madre superiora me miró por un momento sin responder. Luego cerró los ojos.

 

—Hay aun espacio en las camas de los indigentes, puede acomodarse ahí —con Cesar nos miramos más animados—. Sin embargo, no puedo asegurarla un puesto mañana.

 

—No sé preocupe de eso, mañana solucionaré esto —me muestro confiada.

 

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.

 

—Pido permiso para conducir a un pecador por el buen camino, madre superiora —le sonrío a la mujer mayor.

 

—¿Estas segura de eso? —me contempló alzando una de sus cejas con desconfianza.

 

—Le aseguro que hasta un hombre tan cruel como ese tal Alan Fábregas, debe tener algo de amor en su corazón y escuchara mis palabras para redimirse —moví la cabeza segura de que así sería.

 

***************o***************

 

Temprano en la mañana salí junto a mi hermano a la dirección de aquel hombre. El lugar al que llegamos es de un lujo que no me esperaba, es como ver las enormes casas que vi en el cine cuando era una niña, más con esa cantidad de autos negros que me obligaron a girarme un poco preocupada hacia Cesar.

 

—¿Esto no tiene nada que ver con la mafia? ¿No es así? —le pregunté.

 

—No, claro que no, eso creo —miró de reojo los autos—. Bueno no veo balas incrustadas en los vehículos.

 

Suspiré y avanzamos hasta la puerta donde un hombre mayor nos recibió, bien vestido, de traje y actitud demasiado seria, hasta podría decirse algo exagerada.

 

—Buenos días, necesito hablar con Alan Fabregas —indiqué.

 

Me miró de pies a cabeza con seriedad.

 

—Usualmente no tengo permitido dejar pasar a alguien sin invitación, pero si una hermana aparece en la puerta debe ser algo importante, iré a avisarle al señor...

 

—¿Qué quiso decir con eso? —me preguntó Cesar.

 

Me alcé de hombros antes de entrar mientras mi hermano me esperó afuera, no se siente con ánimos de ver de nuevo a ese hombre. Me dejaron en una sala mientras el hombre fue a preguntarle a su jefe si podía recibirme. No puedo creer todo este lujo, más cuando lo ha construido a lo mejor con apuestas bajo el dolor de sus oponentes, muevo la cabeza a ambos lados.

 

El empleado me dijo que podía entrar. Me acerqué a la puerta con cautela al escuchar a dos hombres que parecen estar discutiendo, entré al lugar y me quedé detenida mirando a ambos ¿Cuál de los dos podría ser Alan Fábregas? Hay uno alto, de cabellos claros y aspecto amigable, versus el otro de cabellos oscuros, engominado y con actitud altanera. Ambos muy guapos, bajé la mirada de inmediato ante esos pecaminosos pensamientos. 




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