Alan
—Bonitos ojos, tiene la monjita —musité pensando en voz alta apoyado en el respaldo de la ventana mientras la veo alejarse molesta por el jardín de la casa.
La verdad no me esperaba otra reacción, pero me siento tranquilo, además que me resulta interesante, ¿Será más fuerte su amor a sus convicciones o a su hermano? Entrecerré los ojos al verlos salir a la calle, ella es de esas tontas que aman más a su familia que a sus metas y por eso sé que la volveré a ver muy pronto, suplicándome, que acepta mi propuesta y es justo cuando daré mi golpe obligándola a aceptar cada una de las condiciones del contrato.
—Te ves feliz, aunque te rechazó —señaló Marcelo acercándose curioso y con una sonrisa burlesca.
—¿Qué te pareció? —le pregunté cambiando el tema, aunque era algo esperado, su tono de burla me resulta molesto.
—Bueno, aunque no llevaba maquillaje ni nada, es bonita, con arreglos se verá mejor y aunque parece tener su carácter, tiene ese aire "angelical" que no lo tienen ninguna de tus otras amiguitas —revisó su teléfono celular ya que vibró avisándole que había recibido algunas respuestas—. Le voy a pedir a algunos de mis amigos que averigüen más en profundidad sobre su vida, pero hasta ahora lo que he podido recabar es que es la única hija de Claudio Montalbán, hermana mayor de aquel que dejaste en la calle, Cesar Montalbán el único heredero de la fortuna de esa familia la cual no solo perdió en una puesta contigo, sino que despilfarrándola en forma descontrolada. Evani fue buena alumna, no tiene ningún lio con la policía, ni nada, se podría decir que está bien educada.
Sonreí hacia mis adentros, no podía ser mejor, de buena familia, buena escuela, y con sus papeles intachables. Mi madre no podrá negarla, mi monjita cayó justo del cielo.
—Bien, excelente —señalé sin decir más palabras— es justo lo que necesito, y si se niega puedo aun seguir presionándola teniendo a su hermano en mis manos.
Marcelo me miró con seriedad, lo contemplé sin entender la expresión de su rostro, pero una ligera sonrisa de él fue suficiente para arrugar el ceño.
—La verdad es que cuando hablas así y con ese tono resultas tan intimidante como dicen los demás —se puso a reír.
—Cállate no digas tonterías —refunfuñé incómodo con su broma, además debemos enfocarnos en la novicia aquella—. No creo que dos veces tenga la misma oportunidad de encontrar justo a la mujer que necesito, y no la dejaré ir de ninguna forma.
Tomé asiento, cuando justo vibró mi teléfono, lo miré con curiosidad viendo que es mi madre quien me llama, suspiré sin ánimos de hablar con ella, con la ansiedad contenida que en cuanto la novicia me acepte se la restregaré en su cara.
—¿Sí? Dime —le contesté con tono aburrido.
—¿Podrías hablarme de forma cariñosa? —me reprendió en el acto momento que bufé alejando el teléfono para que no me sintiera.
—Podría, pero cada vez que me llamas es algo malo para mí —le respondí con sinceridad.
—No digas ese tipo de cosas —pareció herida con mis palabras y no pude evitar reconocer que estoy siendo demasiado descariñado con ella.
—Entonces ¿Para qué me llamas? —intente sonar más amigable.
—Voy en camino a tu casa con tu prometida —exclamó sin respirar mientras que yo por poco no dejo caer el teléfono al suelo.
Me puse de pie de inmediato, pensando en cómo salir rápido del lugar. Sabía que debí construir un pasadizo secreto como los tenía mi abuelo para escapar de la policía. Tomé las llaves de mi auto para salir lo más pronto de aquí antes de que mi madre llegué.
—No estoy en casa —le respondí.
—No mientas, recién Marcelo me dijo que estabas ahí —me replicó mientras que anonadado alzó mi cabeza hacia él.
—Maldito traidor —mascullé viendo como no deja de sonreírme.
—Mira, estoy ocupado ahora y...
—Nos vemos en unos minutos —dijo y cortó.
La llamo y llamo y no contesta, ha apagado su teléfono. Es seguro que debe saber que yo me negare a conocer a esa mujer. Notó como el traidor de Marcelo me sigue con la mirada mientras sigo aferrado a las llaves de mi auto, debo salir de aquí, así como así.
—Me voy antes de que lleguen esas mujeres y...
—¿A dónde vas? —preguntó mi madre justo apareciendo en frente mío.
Me detuve de golpe entrecerrando los ojos, molesto por aparecer aquí sin invitación y más encima trayendo a la mujer con que quiere casarme. ¿Se olvida que soy la cabeza de esta familia y me debe obediencia tal como todos los demás? Pero mi madre no le afecta mi sería expresión, todo lo contrario, entra tranquilamente a la sala seguida de otra mujer que camina detrás de ella con la cabeza gacha. Y toman asiento en el sofá viéndome obligado a seguirlas y sentarme frente a ellas, arrugando el ceño notando la sonrisa de triunfo de la mujer que me dio la vida.
—Ella es Elizabeth Sinclair, hija de Edward Sinclair, los dueños de varios negocios en Inglaterra —la presentó, al escucharla la chica levantó su cabeza.
No cabe duda de que es muy linda, por unos segundos me quedo impresionado, pero luego cuando me sonríe notó algo en ella que me despierta desconfianza. Hay algo en esa mujer que no me gusta.
—Es una excelente mujer, amante del hogar, buena cocinera, educada como tutora, así que será educadora de sus propios hijos, además tiene una voz espectacular y...
—¿Cómo es en la cama? ¿Cuántas posiciones sabe hacer? Me pregunto si...
—¡Alan! —me reprendió mi madre.
—Soy virgen, pero si usted me enseña puedo aprender —respondió la mujer con la mirada fija en mi—. Además, por consejo de mi madre leí el Kama Sutra y estoy dispuesta a hacer todas las posiciones que mi marido requiera.