Una santa para un pecador

Iván Fábregas

Alan

 

sonrío satisfecho, las cosas están funcionando tal como lo había planeado. Tomo un vaso de whisky y entrecierro los ojos con malicia dejando caer las cartas frente a mi oponente, quien con el rostro desencajado se acaba de dar cuenta que ha perdido.

 

—¡No puede ser! —exclamó desesperado mientras que yo me pongo de pie.

 

—Denle un trago de mi parte a este hombre —musité sin borrar mi sonrisa mientras que mis hombres "amablemente" invitaban al perdedor a beber.

 

No puedo evitar sentirme ansioso, esos momentos cuando tengo a todos en la palma de mi mano, cuando avanzan de acuerdo con mis planes, es una satisfacción difícil de explicar.

 

—Pareces muy feliz ¿Ha pasado algo que yo pudiera saber? —preguntó Marcelo apoyado en la barra del bar con una mirada curiosa.

 

—Ni siquiera lo imaginas —le respondí con misterio colocando mis brazos en la barra y pidiendo otro trago—. Tal como te lo dije, ella volvió aceptando mis condiciones.

 

Me miró abriendo los ojos como si no creyera lo que acabo de decirle, no puedo evitar contemplarlo triunfal, a estas alturas tendría que saber que todo lo que me propongo es lo que siempre va a suceder. 

 

—¿La monjita entonces te ha aceptado? —indicó estupefacto—. Pensé que ya no volvería, parecía no está dispuesta a aceptar tu loca idea.

 

—Sí, pero como te dije, su hermano es un llorón, y la chica de seguro una sensible que se deja manipular por los sentimientos, en fin, las mejores condiciones para lograr mi meta, sin necesidad de meter mano —entrecerré los ojos—. Ya quiero ver la expresión de mi madre cuando la vea.

 

—¿Ver a quién? —y esa voz me hizo ponerme serio, no puedo creer que justo él se aparezca en este momento. Me tomo un trago para quitar el gusto amargo que siento al tener que encontrarme con mi hermano menor y me giró hacia él con una sonrisa—. Pero si es Iván ¡Quien iba a imaginar que un día podría encontrarte en un lugar como este! Recuerdo que no te gusta frecuentas bares ¿O has cambiado de opinión y dejaras tu aburrida existencia para vivir la vida? Conozco unas chicas muy guapas que estarían encantadas de conocer a un hombre tan serio como tú.

 

Mi hermano menor arrugó el ceño con molestia, es claro que mis palabras le han sonado a burla, aunque no niego que esa es mi intención. Su piel clara y sus cejas pobladas, le hacen lucir más severo de lo que tal vez quisiera. No entiendo ¿Qué hace él en este lugar? Cuando siempre ha despreciado la bohemia nocturna, conociéndolo puede incluso estar aquí por órdenes de mi madre ¿Será que acaso ella duda de que tenga una prometida? Aún sigue con la idea de meterme a la mujer que ella eligió. No puedo evitar dejar escapar un bufido de solo pensarlo. 

 

—Solo estaba aquí acompañando a un cliente, no pensé tener la mala fortuna de encontrarme contigo —respondió Iván sin borrar la adusta mirada de su rostro.

 

—Lo imaginaba —me alcé de hombros—. Aun así, deberías sentarte con nosotros, podemos beber y conversar.

 

Intenté sonar amigable, aunque no puedo evitar que la ironía con que le habló no pase desapercibida, y es que la relación entre ambos es complicada.  Le cuesta aceptar que, aunque destacó en los estudios no fue más destacable que mis resultados, y aunque su comportamiento en la escuela fue mucho mejor al mío, que posee una tranquilidad y madurez que mi madre me critica no tener, mi padre al final haya optado por dejar en su testamento que yo sería la cabeza de la familia en vez de él. 

 

—Yo no tengo tiempo para perder como tú, tengo que trabajar —dijo en tono seco.

 

Y sin despedirse salió del lugar. Marcelo me contempló alzando ambas cejas. 

 

—Esa actitud de Iván es peligrosa —musité sin mirarlo. 

 

Confundido se quedó esperando mis palabras. Pero guardé silencio. Es una pena que Iván no se dé cuenta por qué mi padre se inclinó más hacia mí que hacia él, que va más allá de un tema de ser su hermano mayor. Un tema que nuestro padre lo habló conmigo antes de fallecer. Entrecerré los ojos pensando en esos recuerdos cuando de golpe una llamada a mi teléfono móvil me hizo volver a la realidad. 

 

—¿Sí?  —pregunté al escuchar la conocida voz—. ¡Genial! Mañana temprano entonces, te adoro, querida Madame, sabía que podía contar contigo.

 

Me puse de pie mirando la hora en mi reloj, debo irme si deseo llegar a tiempo para cenar. Sin embargo, algo aún me molesta, y con expresión seria me dirijo a Marcelo acercándome a él para evitar ser oído.

 

—¿Me puedes hacer un favor? —le pregunté evitando que alguien pudiera oírme.

 

—Dime, estoy a tus ordenes, jefe —sonrió con burla a lo cual respondí con una sonrisa irónica.

 

—Necesito que busques información de Edward Sinclair —le señalé y al escuchar ese nombre borró su sonrisa en el acto arrugando el ceño.

 

—Está bien, haré todo lo posible —me respondió.

 

Palmotee su hombro con confianza, sé que si ha dicho eso es porque así lo hará. Es el mejor investigador que he conocido, ni siquiera su hermano Oscar, reconocido por salvar la vida de una condesa secuestrada llega a su nivel. 

 

—Debo irme —le indiqué dejándole dinero—. Yo invito. 

 

—¿Tienes una cita? —alzó su ceja, tal vez al verme tan apurado.

 

—Así es —le respondí sin agregar nada más y apresurándome para llegar a casa a cenar. 



#15971 en Otros
#2508 en Humor
#25748 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, matrimonio por apuesta, serie casadas

Editado: 09.04.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.