Una santa para un pecador

Nuestro trato

Evani

 

Sigo levantada mirando la caja con ropa que ese hombre me dejó, titubeo. Me he dado una ducha, ya que los sirvientes me dijeron que por órdenes de su "señor" no podían subir la cena a mi cuarto, ni tampoco darme de cenar si bajo vestida con mi habito. Suspiro cerrando los ojos buscando tener paciencia para seguirle el juego a este hombre, no es lo que quisiera, pero aún nos tiene en sus manos porque es seguro que si escapo la hará pagar con mi hermano. Aunque este último no se merece ni un ápice de mi sacrificio. 

 

Abro la caja encontrándome con un vestido de tono claro, zapatos y hasta ropa interior. Hace tiempo que no usaba ropas como estas, un lujo típico de mi familia pero que había dejado de lado luego de mi decisión de entrar a un convento. Alzó la mirada y veo mi ropa de novicia sobre una silla y no puedo evitar sentir que traiciono mi promesa al seguir las condiciones de Alan Fábregas. 

 

Me vestí en silencio y en vez de llamar a uno de los empleados de la casa para que me indiquen como llegar al comedor hago la tentativa de ver si la puerta de mi habitación esta con llave. El picaporte giró sin problemas y eso significa que por lo menos este tipo ha tenido la consideración de no tratarme como una rehén. Al parecer no es el monstruo que he imaginado. 

 

—¿Va a algún lugar, señorita? —escuchó una voz gruesa y al asomarme un poco más notó a dos hombres enormes parados a cada lado de mi puerta.

 

Abro los ojos sin creerlo, me ha dejado la puerta sin llave porque puso a dos guardias a cuidar la puerta. Suspire retractándome internamente de que ese tal Alan si es un monstruo y de la peor clase. 

 

—Voy al comedor, el señor Fábregas me dijo que me vistiera y bajara a cenar —musite cohibida ante el tamaño de ambos hombres que parecen doblar mi estatura. 

 

Tal vez por ello me sentí más pequeña de lo que quisiera, más cuando uno de ellos fijo sus ojos en mi e intenté sonreír nerviosa al sentirme intimidada por su atención. 

 

—Le avisaré a una de las sirvientas, puede esperar en su habitación —señaló en un tono de mando que no pude reclamar, y solo entré de nuevo tensando mi rostro al pensar siquiera intentar huir por la puerta principal. 

 

No demoró mucho en aparecer una joven empleada, muy creída, que me miró de pies a cabeza ante de torcer su sonrisa en una mueca de burla. Alce ambas cejas sin entenderla. Es la primera vez que la veo por lo que no entiendo su actitud.

 

—No es tan bonita como pensaba —murmuró con desprecio.

 

—¿Perdón? —le pregunté haciéndole notar que había escuchado sus palabras.

 

—Sígame la conduciré al comedor —y sin responderme salió de la habitación caminando por el pasillo.

 

A pesar de su mala actitud no tengo otra opción, el par de hombres de la puerta no me van a dejar salir sola así que debo acompañarla. Notó como se contonea coqueta de lado a lado, pero es claro que mi presencia le molesta. Bajamos las escaleras sin cruzar palabra alguna hasta llegar a dos puertas de madera cerradas, las abrió de par dejando ver una gran sala con una enorme mesa en el centro, de color caoba, y madera fina. La platería se luce al fondo en estantes de puertas de vidrio, y una enorme lampara de lágrimas cuelga sobre el centro de la mesa. 

 

—Siéntese en ese lado, ya le traerán de comer —dijo sin borrar su sonrisa irónica antes de salir de la sala y dejar ambas puertas cerradas. 

 

Suspiré apenas salió. La tensión pude sentirlas desde que caminábamos a este lugar. Quisiera entender porque no le caigo bien, pero por ahora no puedo evitar sentirme atrapada en este lugar, solo han sido un par de horas y ya parece una eternidad, como quisiera en este momento que me crecieran alas y alejarme volando de este lugar. 

 

Las puertas se volvieron a abrir y apareció el mayordomo mayor seguido de sirvientas más jóvenes, sin que la misma chica de antes volviera a aparecer. Sirvieron la mesa y mi estomago pareció satisfecho con las delicias que veo en la mesa, desde hace mucho no veía esa cantidad de comida. 

 

—Por ahora tendrá que comer sola, el señor aún no ha llegado —me habló el mayordomo con cortesía. Sintiendo alivio de por lo menos por ahora no encontrarme con ese hombre.

 

En medio de la cena siento ruidos y veo que todos inclinan la cabeza cuando aparece en el lugar Alan. Sorprendida me pongo de pie para huir a la habitación, pero es tarde. Vestido de un traje negro, con un rostro agrio, y mirada fría, es como si mi cuerpo se hubiera congelado. El ambiente intimidante que provoca con su presencia no pasa desapercibido para ninguno de los presentes.

 

—Veo que se ha vestido de forma adecuada —exclama acercándose a mí.

 

Me muerdo los labios tragándome cualquier palabra grosera que intenta salir de mi boca en esos momentos. Dirigió su mirada hacia mi pecho y no pude evitar sentirme incomoda sabiendo lo que va a decir. 

 

—Tuve que recoger un poco el vestido, el busto era por lo menos una talla más grande que el mío —indiqué antes de que lo preguntara.

 

—Es un vestido de mi hermana, imaginé que podía ser así con solo mirarla, a través de ese hábito pude notar que no tiene mucha "generosidad" en esa área—respondió con seriedad.

 

¿Qué quiso decir con eso? ¿Qué sabía que no tengo el suficiente busto para llenar el vestido? En cierta forma me sentí ofendida, pero luego intenté controlar esos pensamientos de vanidad que no son correctos. 

 

—Pero no se preocupe, mañana dele su talla a uno de mis empleados y ella se encargará de traerle toda la ropa que necesite —exclamó antes de darme la espalda.

 

—Puedo yo misma ir a comprarme mi ropa, señor Fábregas —señalé molesta. 



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En el texto hay: comedia, matrimonio por apuesta, serie casadas

Editado: 09.04.2021

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