Una Segunda oportunidad

Capítulo 26- Concilio de arcángeles

El día comienza y termina, el sol se alza y desciende, la luna aparece y se marcha, pero ninguno se detiene a mirar el desastre que estoy hecho, a preguntarme cómo me siento, o aconsejarme qué hacer. Se me fueron reveladas muchas cosas hace un par de días, más sin embargo, siento que aún falta algo, sigo sintiendo que hay una incógnita sin resolver, y el mayor de mis problemas es que no sé exactamente de qué se trata ni cómo dar con ella.

Desde ese día mis padres se han mantenido renuentes a dejarme un segundo solo, lo que consistía tan solo en no dejarme salir de esta propiedad se convirtió en una tediosa tarea de vigilancia. Mi madre sube a verme cada cinco minutos para asegurarse de que todo se encuentra en perfecto estado, al menos dentro de lo que cabe. Sobra decir que todos me han preguntado una y otra vez el nombre de ese desgraciado, como ellos lo describieron. Yo me he negado a decir una palabra, por una razón no podía, o más bien no quería hacerlo. Quiero seguir adelante, pero todavía hay algo que me retiene, hay algo que tira de mí y me impide avanzar, me impide continuar con mi vida. ¿En qué momento mi vida se vino en picada?, ¿en qué momento dejé que pasara?   

— ¿Sirvió de algo todo lo que descubriste hace un par de días? —aparece justo en frente.

El balcón de mi recamara se había vuelto mi lugar favorito. Estar sentado aquí ayuda a matar el tiempo, aunque esto último sea una completa mentira.  

—Jamás podré entender por qué preguntas si en un santiamén puedes echarte un clavado en mi mente y dar con lo que deseas encontrar —respondo intentando mantener la serenidad  

—Porque tal vez el hablar te ayude a matar el tiempo. No puedes estar así. Tirado aquí. Eres un joven sal y diviértete

— ¿Y ahora de repente me aconsejas que salga? —pregunto irónico. —Mis padres ni siquiera me dejan salir a la esquina de la calle —tuerzo la mirada

—Tu mente te está sumergiendo en un abismo de desesperanza y no estás poniendo resistencia 

—Contéstame algo. —vuelvo a mirarlo. —Impusiste un bloqueo para que no pudiera recordarte una vez que recuperé mis recuerdos, ¿cierto?

—Sí —contesta sin más

—Por eso Luis no pudo describirte ante Roberto —caigo en cuenta y asiento levemente

—Mi identidad no puede ser expuesta, y ellos me conocían —explica enseguida

— ¿Cómo era vivir con ese hombre? —suelta un gran resoplo

—Mi padre era muy duro, sus actitudes como militar transcendían los campos de batalla hasta nuestro hogar. —hace una mueca. —Perdí la cuenta de cuántas golpizas me impuso. —mi semblante cambia catastróficamente. —No pongas esa cara. —agrega enseguida. —No hubo rencor en aquel tiempo y no lo hay ahora. —mueve su hombro. —Nunca fui capaz de odiar a nadie, nunca fui capaz de estar enojado mucho tiempo con alguien. Por más disgustado que me sintiera en su momento, la emoción desaparecía después de unos días. —agacha la mirada un segundo. —Algunos chicos me llamaban estúpido, que el hecho de siempre perdonar a las personas y actuar como si nada haya pasado les abría las puertas para hacerme más daño. Jamás pude pensar como ellos 

— ¿Cómo era tu vida como humano? —le pregunto interesado. — ¿Qué te gustaba hacer? —una sonrisa se le forma

—Para empezar, amaba vestir de negro. —comienza a contar. —Todo el tiempo. —una risa irónica se le escapa, me hace reír. —Amaba leer, aprovechaba cada segundo libre que tenía

— ¿Pasabas tu tiempo libre leyendo? —me torno curioso

—Sí. —responde feliz. —Un buen libro y una taza de café para mí eran la combinación perfecta. El inicio y el desenlace de un gran día  

—Parece que teníamos esa cosa en común —sonrío

—Teníamos más cosas en común de lo que te puedes imaginar —hay un silencio

— ¿Por qué siento que falta algo Adzoel?, ¿o debo llamarte Daniel?

—No. —responde enseguida. —Adzoel es como debes llamarme. —asiento levemente. —Y referente a lo otro, te invito a que interpretes por ti mismo tus emociones

—No puedo hacerlo si hay piezas faltantes en el tablero de ajedrez

—Entonces has de buscar esas piezas faltantes primero —me dice firme

— ¿Cómo se supone que haré eso? —pregunto algo alterado. De repente tocan la puerta. —Adelante. —respondo sin emoción al llamado. Mi madre abre la puerta y luego entra la persona menos esperada.

—Los dejo solos. —dice mi madre de forma cordial y vuelve a salir cerrando la puerta tras de sí. Ella se acerca algo nerviosa hasta el balcón en donde me encuentro.  

—De todas las personas que podían haber entrado por esa puerta, jamás te imaginé a ti —digo sin moverme en lo más mínimo

—Yo vine a preguntar cómo estabas —me dice algo tímida

—Estoy bien. —pronuncio sin más. —Y si Carmen te obligó a venir, déjame desposarte de esa orden. —agrego enseguida. —Puedes decirle que me viste bien. —hago una mueca. —Adiós Magaly

— ¿Me estás corriendo?

—Te estoy diciendo lo que quieres escuchar —le respondo tranquilo 

—Mi madre no me mandó. —dice a la defensiva. —Yo quise venir




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