Una segunda oportunidad para Ginebra

Capítulo 6

—¿¡Qué crees que estás haciendo aquí!? —inquirió Ginebra en un susurro, apartando sus manos y sintiendo un gran espanto al verla en aquel lugar.

Jamás imaginó que volvería luego de tener una gran vida como baronesa; peor aún, comprendía que la única razón de su atrevimiento debía estar relacionada con lo que estaba sucediendo. Aunque no era un asunto de conocimiento general, pues se estaba manejando con cautela, sabía que esto tendría consecuencias para ella.

Se serenó un poco, observando cómo, a pesar de la oscuridad, Susy había logrado entrar y pasar desapercibida. Sin embargo, no entendía cómo había conseguido hacerlo sin ser descubierta en la entrada, por lo que imaginó que buscó la forma de entrar saltando el muro o metiéndose por alguna vieja grieta.

—Te ruego que no me delates —le rogó.

—Si estás aquí, es porque quieres algo de mí.

—¡Así es, Gini! Necesito tu ayuda.

Ginebra lanzó un chasquido de desaprobación. No era habitual que se enojara, y menos con Susy, pero le pareció arrogante que le hablara de ese modo, como si supiera que ella haría cualquier cosa para ayudarla. Eso hubiera sido probable antes, cuando pensaba que la conocía y no había descubierto su verdadera y mezquina personalidad.

—Si estuviese muerta, ¿a quién habrías recurrido? ¿A la madre superiora?

—Gin…

—¡Querías matarme para evitarte problemas!, pero no lograste hacerlo —le reprochó, apretando sus dientes para no gritarla como se lo merecía.

—¡Eso no es cierto! Sabía que solo te provocaría un malestar, pero nada tan grave.

—¡No mientas, Susy!

—Gini, no tengo mucho tiempo. Debo regresar antes de que Lord Foley se dé cuenta de que he salido.

—¿Y eso me importa a mí?

—Te importa mucho, ya que de esto depende que este convento siga en pie. Si esto llega a oídos del rey, será un gran problema para tu amada abadesa, porque el clero jamás debe desafiar a la nobleza, y el barón Foley es allegado a su majestad —explicó Susy, aumentando la ansiedad en Ginebra.

Ella conocía esta realidad y comprendía que el hermetismo con el que se trataba el asunto se debía al temor que esto provocaba. Esa era la razón por la que la intempestiva visita de Lord Forrester había sido considerada por la hermana Fran como un mal augurio que vino a quitarles la calma. Sin embargo, la gente no tardaría en empezar a susurrar si esto se salía de control y no demoraría en llegar a oídos peligrosos.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó con enojo.

—Solo un pequeño sacrificio, aunque también será beneficioso para ti.

—¿De qué hablas?

—Hablo de que debes aceptar la propuesta de Lord Forrester.

Ginebra bufó ante la extravagante petición.

—No voy a hacer tal cosa.

—Eres el problema, así que necesitas irte de aquí y él está dispuesto a llevarte con él —repuso Susan.

—¿Y por qué ese lord haría eso?

—Porque se lo he pedido, y ya ha aceptado —adujo engreída—. Así que mañana vendrá para hablarlo con la vieja abadesa —añadió desdeñosa.

Ginebra sintió que desconocía a la chica con la que estaba hablando, jamás imaginó que tuviera tales alcances. O tal control con las personas.

—¿Por qué haría algo que tú le pidieras?

—¿Por qué no? Tengo que reconocer que en eso soy más astuta que tú.

—Susy —gruñó Ginebra.

—Hazlo, Gini, por el bien de todos. Lejos de aquí, el barón entenderá que ya no existes, y entonces podremos seguir con nuestras vidas y escapar de este horrible lugar. Además, considera que con eso estarás salvando este maldito convento.

—Todo esto es solo por tu bienestar, Susan, pero se te olvida que creciste aquí cuando te abandonaron —arguyó Ginebra.

Susy se alejó justo cuando algunas novicias se acercaban con sus lámparas, temiendo ser descubierta.

—Hazlo por el bien de todas y yo te estaré muy agradecida por ayudarme a conseguir mi felicidad —añadió. Luego, inclinándose para besarle la mejilla, bajó la capota sobre su cara y, escondiendo su rostro, se perdió en la oscuridad de la noche.

—Gini, ¿eres tú? —la llamó una de las novicias, acercándose para alumbrarla con su lámpara.

Las demás también se acercaron, iluminándola y sorprendidas quizás por su palidez. Le decían que iban a llevarla a la enfermería porque no se veía bien, pero lo que verdaderamente la tenía horrorizada, hasta provocarle náuseas y mucha rabia, era la arrogancia con la que Susy le había hablado, recordando su antiguo trato llamándole "querida Susy".

—No me pasa nada, tranquilas, solo voy a mi habitación —dijo, dirigiéndose a allí.

El hambre se le había quitado, de lo encogido que tenía el estómago y, sin embargo, tampoco pudo dormir pensando en la visita que vendría en la mañana.

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