Ginebra solo lo miró y, tras un breve silencio, volvió a abrazar su saco, escondiendo su rostro de él, que seguía ardiéndole. Intentó serenarse para que sus palabras no la afectaran, pero no lo consiguió, pues en medio de sus dudas, lord Dante lograba inquietarla.
Sin embargo, poco a poco se fue quedando dormida, tal vez debido al cansancio acumulado de los últimos días, que le había impedido dormir bien. Luchó para no mostrarse descortés, pero al final se rindió.
No supo cuánto tiempo pasó dormida, pero al despertar se sobresaltó al darse cuenta de que se había acomodado en el regazo de lord Dante. Esto la hizo incorporarse de un salto, enderezándose como una vara.
―L-Lo siento ―balbuceó, sintiéndose avergonzada.
Además, ya no estaban sentados en cada esquina del estrecho carruaje, sino lado a lado. Ella se llevó la mano a la boca, sintiendo que tenía un poco de saliva, y él de inmediato le extendió un pañuelo. No quiso agarrarlo, pero el duque se había asegurado de colocar su saco en el lugar de antes. Finalmente, lo aceptó y se limpió un poco.
―Temí que te cayeras; además, es bastante incómodo dormir en este carruaje.
―No quise quedarme dormida ―murmuró, apretando la suave prenda.
―No te estoy reclamando por ello; tampoco me molestó hacerlo.
Ella lo miró de reojo, frunciendo el ceño, y luego se alejó un poco, creando distancia entre ambos.
―Gracias ―dijo, y él le sonrió de manera contenida―. Su señoría también debería descansar.
―Lo haremos, pero en un lugar más confortable ―agregó, haciendo que ella abriera los ojos como platos―. El viaje hacia Lancashire es bastante largo y no lo completaremos en una noche, por lo que nos quedaremos en Barley, en casa de una familiar, y retomaremos el camino desde allí hasta el valle de Ribble ―añadió, provocando que ella tragara con fuerza.
Ginebra no formuló pregunta alguna sobre lo que quería decir, por lo que no dudó de que con eso él se refería a la obligada noche de bodas. Decidió pensar que no sería muy diferente de lo que significaba la consagración en cuerpo y alma al Señor, como había aprendido en las primeras lecciones de su iniciación como novicia, recordando algo que le había mencionado de manera escueta la hermana Francesca. Aunque en el fondo, quizás ninguno de los dos actos de entrega tuviera relación alguna.
Tras su anuncio, el carruaje se detuvo en una hostelería, pero no era el lugar que le había indicado para quedarse. Allí solo se detuvieron para desayunar y alimentar a los caballos, dándoles un momento de descanso. Retomaron el camino después de aprovisionarse y no se detuvieron de nuevo hasta cruzar el puente de Hebden Bridge y llegar a una maravillosa villa en las afueras de Barley. Ginebra agarró su saco, pero él se lo quitó de la mano, entrecerrando la mirada, así que no insistió en recuperarlo, aunque lo siguió refunfuñando.
En la entrada principal de la suntuosa villa, los aguardaba una mujer de mediana edad que recibió al duque con una gran sonrisa, acompañada de varios criados.
―Pensé que no te encontrabas en casa ―le dijo el duque al acercarse a saludarla.
―¿Y perderme esta grata sorpresa? ―respondió la mujer, ampliando su sonrisa.
Ginebra se quedó a su espalda, pero él se hizo a un lado, permitiendo que la mujer la conociera.
―Mi lady, ella es mi prima, lady Carlota, viuda de Finch ―la presentó Dante.
―Es un gusto conocerla, lady Forrester ―expresó la mujer, tomando sus manos―. Espero que se sienta a gusto en esta humilde casa.
Ginebra quiso pensar que la mujer lo decía en tono de broma, porque lejos de ser modesta, la villa, aunque ubicada en una zona rural, le parecía fastuosa y de gran tamaño.
―Gracias, mi lady ―respondió a la mujer, devolviendo la amabilidad que les ofrecía al recibirlos.
Ella deseó pedirle su saco, pero Dante le susurró algo al oído a su prima y luego le entregó el objeto, que Ginebra miró como se lo llevaba con zozobra. Aquella se despidió de ambos, asegurándoles que todo estaba preparado en la habitación y que la cena sería a las ocho.
―Vamos, Ginebra ―la instó.
Al ver que no se movía, la tomó de la mano y la arrastró consigo.
―Mis cosas, las necesito.
―Ya las tendrás de vuelta ―le dijo, y no se detuvo hasta llegar a la puerta.
Él la abrió y le indicó que entrara. Ella lo hizo, y cuando pensó que también él lo haría, se quedó fuera.
―¿Milord? ―Una criada apareció en el pasillo cargando una bonita valija―, mi lady le envía ―indicó la mujer con una reverencia, entregándosela.
Lord Forrester le agradeció con un gesto y, tomando la valija, se la entregó a ella. Ginebra alzó las cejas, bastante confundida.
―Es mejor que llevar ese saco, pero si le tienes mucho cariño, Carlota lo ha dejado dentro ―dijo él, muy a gusto.
―Pero…
―Es un regalo ―declaró él, acallándola al poner un dedo sobre sus labios, haciéndola estremecer.
Inmediatamente se retiró, dejándola en manos de la criada para que la ayudara a asearse y prepararse para la cena, algo que ella nunca había necesitado hacer porque había aprendido a hacerlo todo por sí sola. No obstante, el gesto la hizo sonreír.