Una segunda oportunidad para Ginebra

Capítulo 12

Mientras Ginebra se encontraba en la habitación preparándose con los regalos que le había preparado su prima Carlota para bajar a la cena, Dante enfrentaba un interrogatorio por parte de esta. Había asumido que eso sucedería al escribirle para pedirle alojamiento en su villa, mientras retomaban el camino hasta Lancashire; por lo que era poco probable que escapara a su escrutinio, especialmente al mencionar que llevaría compañía, aunque los detalles faltantes se los estaba entregando personalmente en ese momento.

—¿Así que esa jovencita es tu nueva esposa? —lo increpó, enfatizando las dos últimas palabras.

Dante conocía muy bien el motivo de su actitud; sin embargo, había llegado el momento de reconocer que nunca pensó en volver a tener una “nueva esposa”, y menos tan joven como Ginebra. No obstante, debía admitir que ella lo había hechizado con su belleza y juventud, y, pesar de estar cerca de cumplir los treinta, no consideraba que fuera tan viejo como para parecer su padre.

—Así es —admitió, provocando que su prima lo mirara con sorpresa y cautela.

—¿Dime que reconoces que este matrimonio improvisado es toda una locura? —manifestó Carlota.

Él lanzó una honda exhalación antes de contestar.

—Es lo que es —respondió escueto, relajándose en el sillón cuando ella le entregó una copa de Borgoña.

Su prima tomó asiento con la suya en la mano sin cambiar su expresión. No era extraño para él que lo mirara de ese modo; aunque en el fondo, más que una locura, lo consideraría un capricho dominante. Aquello lo incitó a no permitir que su amigo Foley intentara corregir su error: en el fondo, creía que ella no era la culpable de las ambiciones de la otra chica. Tampoco estaba dispuesto a que él le pusiera un dedo encima.

Su amigo había insistido tanto en que lo acompañara en su nueva aventura matrimonial que no pudo negarse; sin embargo, cuando conoció a la muchacha, quien lo primero que hizo fue asegurarse de meterse en su cama, le hizo pensar que era la indicada para él. Pero su astucia no sería impedimento para que él la desechara y exigiera que se le entregara a alguien mejor. Por eso, en parte, festejó que la chica tuviera artimañas para evitarlo.

Algo que no haría Ginebra, lo intuía; a pesar de su carácter firme, su aparente docilidad podría jugarle en contra y hacer que terminara obedeciendo cualquier barbaridad que se le ocurriera a su amigo el barón, conocido por desvirgar jovencitas, de las que, una vez cumplido su cometido, solía aburrirse y marchar en busca de la siguiente.

Pensando en ello, auguró que tarde o temprano se desharía de esa muchacha, Susan, y no dudaba que en unos meses le comunicaría su decisión por carta.

—Bien —dijo, suspirando profundo antes de beber su siguiente sorbo—. Te conozco, y sé que solo lo haces para llevar la contraria a la familia, pero ya presiento el grito que emitirán todos al enterarse de que has elegido a esa niña —añadió al acabarse su copa.

—No es una niña —recalcó él.

—Dios, parece que apenas ha dejado de orinar la cama.

—¡Qué diantres! Deja de decir tonterías, es asqueroso.

Dante resopló ante esa absurda idea. Tampoco quería ni imaginarlo, además, tenía claro que su dulce Ginebra, aunque pudiera parecer una niña, había cumplido la mayoría de edad hacía dos semanas, y hacía tres estaba en edad de concebir; por lo tanto, no podía considerarla de ese modo, aunque sí la veía inmadura por haber vivido toda su vida encerrada en un convento. Pero eso era lo que menos le preocupaba en ese momento; tampoco quería agobiarla pronto con lo que a él le resultaba trivial.

—Me pregunto si siquiera sabe lo que le espera.

—Esa será mi responsabilidad, así que no te preocupes —adujo, manteniendo su posición.

Su prima suspiró de nuevo, con un toque de disgusto, pero luego de mirarlo por un breve instante, suavizó su enojo hasta sonreír.

—Bueno, en medio de todo, me alegra que hayas decidido casarte, después de lo de Juliet —repuso, causándole un vuelco en el pecho—. No lo digo para torturarte, porque es loable que al fin hayas comprendido que no se enojará si decides rehacer tu vida con otra mujer. Eso es lo que ella hubiese querido.

—¿Puedes no habla de ella? —sugirió, aunque esta vez la mención de ese nombre no le resultó tan doloroso.

—No, porque la única bondadosa en su familia era ella, y sabes bien que sus padres no verán con buenos ojos que te hayas casado sin consultarles, cuando seguramente tendrían planes de casarte con su hija menor.

Dante volvió a resoplar ante esa idea. Sabía a quien se refería, pero no tenía ninguna intención de complacerles, ni siquiera en memoria de su difunta esposa.

—Hablas como si todavía tuviese que rendirles cuentas —se quejó.

—¿Y no ha sido así todo este tiempo, Dante? Ellos creen que les debes algo por la prematura muerte de su hija.

—¿Puedes detenerte con tus insinuaciones?

—Lo haré cuando decidas poner todo en orden y echar a esa familia de tus terrenos. Puesto que te casaste con Juliet, no con sus padres, ya no tienes por qué seguir manteniéndolos.

—No he sido yo quien los ha mantenido allí, es mi madre. Ella la apreciaba tanto como a una hija.




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