Ginebra no dejó de sentirse abrumada por el trato especial que estaba recibiendo, siendo ayudada hasta con el más mínimo pedido. Como le había advertido Dante, su saco con sus pocas pertenencias se encontraba intacto dentro de la elegante valija, algo que la hacía ver como una insulsa caprichosa por preferir continuar cargándolo todo en semejante despropósito, teniendo un equipaje nuevo y más acorde a su nuevo estado.
Suspiró con fuerza antes de decidir guardar todo en la valija, pero ni siquiera tuvo que hacerlo porque las dos criadas que estaban ayudándole dijeron muy serviciales que se encargarían de ayudarle a acomodar todo con mucho cuidado. Quiso reírse, pero se contuvo haciéndolo solo para sus adentros, pues ella bien pudiera meter todo allí hasta con una sola mano.
―Su excelencia y mi lady la esperan en la mesa del comedor ―le anunció una de ellas, haciéndola suspirar de nuevo.
Asintió porque no se podía quedar allí por siempre y ya estaba siendo descortés al hacerles esperar. Una de las criadas la guio hasta el comedor mientras ella trataba de acomodarse a su nuevo atuendo. Llevaba puesto un bonito traje verde de los tres que le había obsequiado Lady Carlota y que le quedaba un poco grande, dado que la antigua dueña de la prenda era más alta. Pese a ello, le pareció mejor y más bonito que el que le ofreció la mujer de la tienda.
Era un vestido de muselina blanca, sin escote y de mangas largas, que la hacían ver un poco más adulta, pero también conforme consigo misma. En el fondo no tenía interés de mostrarse diferente, y todavía no era consciente de si el duque vio en ella algún rastro de belleza que llamara su atención. Ese pensamiento la sonrojó porque no era ajena al atractivo del hombre, e incluso la hacía sudar cuando estaba cerca.
Tragó con fuerza cuando la criada anunció su llegada al comedor y tanto Carlota como Dante se pusieron en pie. La primera para aplaudirla, admirando cómo se veía, y el segundo para guiarla hasta su silla.
―Lamento la demora ―dijo, retrayéndose un poco.
―Tranquila, querida, a veces vale la pena hacerse esperar ―adujo la mujer, sonriéndole con algo de complicidad.
Ginebra asintió a ese gesto con su cabeza.
―Gracias por los vestidos y la maleta, mi lady ―le agradeció y esta se le quedó mirando.
―No tienes que hacerlo, ni siquiera son regalos a la altura, pero me aseguraré de compensarlo cuando te lleve de compras. Y espero poder hacerlo antes de que se marchen.
―N-No es necesario ―adujo ella sorprendida, posando su mirada en Dante, quien no dejaba de mirarla.
―Estoy de acuerdo en que lady Carlota te asesorará mejor en ese aspecto ―repuso él y ella medio sonrió.
―¿Entonces podré hacerlo querido primo?
―Puedes hacerlo mañana, partiremos en la tarde.
―Perfecto, enviaré una nota a mi modista para que nos atienda a primera hora ―festejó la mujer, y Ginebra no supo si debía hacerlo.
―Antes, me gustaría saber si mi lady tiene alguna objeción ―se dirigió hacia ella, exaltándola un poco.
Se aclaró la garganta, y luego tragó con fuerza antes de hablar.
―Si mi lord lo concede, estará bien ―contestó con su vocecita baja.
―De acuerdo, así se hará ―declaró Dante.
Su prima Carlota rio de alegría como si se tratara de una gran ocasión, y luego pidió que sirvieran la cena. De inmediato fue servida por tres criados en una lujosa vajilla, destapando una fuente con sopa humeante y que despedía un olor apetitoso, con la que procedieron a llenar su cuenco de loza fina.
―Adelante ―le dijo lord Dante, sacándola de sus cavilaciones sobre lo copioso que lucía su plato y lo que quedaba por servir en la mesa―, ¿algún problema con la comida? ―preguntó despabilándola.
―No, milord, es que todavía no me acostumbro a ver demasiada comida junta ―respondió algo trémula, apretando con fuerza la cuchara que había agarrado.
Esto hizo carcajear a lady Finch, sorprendiendo a Ginebra, quien, pese a su sincera respuesta, no pudo evitar llenarse de rubor. Sin embargo, no podía mentir puesto que, en el convento, los manjares estaban destinados para las fechas especiales, aunque solo participaban de ellos quienes tenían cargos superiores, además de los invitados. Esto era algo de lo que tenía buen conocimiento desde que entrara al servicio de la cocina. La última vez que vio un banquete así, fue en la visita del arzobispo de York.
―Si te resulta demasiado, come solo lo que desees ―adujo Dante, a quien observó al levantar su mirada.
Quería replicar, pero no tuvo nada que objetar a sus palabras y asintió, probando la primera cucharada de sopa, puesto que Carlota no dejaba de repararla con diversión. Eso en el fondo la enojaba, pero se serenó al descubrir que esa era la sopa más deliciosa que había probado en su vida, y tal vez su expresión la delataba porque Dante y lady Finch se habían quedado mirándola.
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