Una semana en Escocia, una vida en tu corazón

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 1: Día 1 - Parte 1

—¿No enciende? –preguntó Magnus, bajándose del caballo.

—Tal parece que no. Definitivamente hoy no es mi día de suerte.

—¿Quieres que lo intente?

—Sí, adelante –contesté, abriendo la puerta del lado del conductor y moviéndome para el lado del acompañante.

Magnus entró al auto pero sólo a duras penas cupo en él. Era aún más alto y grande de lo que parecía hace unos instantes, cuando nos separaban varios metros. Realmente se veía como una de esas enormes esculturas talladas en mármol. Me hubiera resultado intimidante, si no fuera porque sus rodillas pegaban el volante y su cabeza el techo del auto.

No pude evitar reírme.

—Es un auto pequeño –comentó con una sonrisa contenida.

—¡Lo es! –respondí, tratando de no reír de nuevo.

Probó el encendido y la palanca de embrague pero nada pasó.

—Creo que la batería murió –dijo después de dos o tres intentos.

—¿De verdad? ¿Puedes saber eso desde aquí adentro? Quiero decir, ¿no necesitamos levantar el capó o algo para comprobarlo?

—No tengo idea, la verdad no sé mucho de autos –aseguró, probando a encender la calefacción. Pero nada enciende. Yo diría que es la batería. Deberías llamar a una grúa.

—Tienes razón. Quienes me alquilaron el auto me dieron el número de una.

Tomé mi celular y busqué el contacto que había agendado esa mañana. Llamé… y nada.

—¿No contestan?

—Creo que no tengo señal.

—Quizás la tormenta haya averiado la antena –dijo Magnus, mirando hacia afuera.

En ese momento –como si el clima lo hubiese oído– un fuerte rayo cayó cerca nuestro, iluminando todo el cielo y haciendo temblar el auto completo.

Afuera, Freya comenzó a ladrar y si no fuera tan obediente, seguro ya hubiese salido corriendo. El caballo, por otra parte, espantado por el rayo y por Freya, hubiera dejado a Magnus a pie, si no lo hubiese atado a un árbol antes de subir al auto. Lo cual era bueno para Magnus, pero no tanto para su caballo, ya que el árbol sería un perfecto pararrayos.

—Definitivamente hoy no es mi día –dije observando el caos afuera, en todo sentido.

—Deberíamos irnos. Nadie conducirá por esta carretera en una tormenta como esta. Mañana la grúa se encargará del auto.

—Pero no llegaré al pueblo más cercano caminando. Puedo dormir en el auto hoy y llamar a la grúa mañana.

—Pero las temperaturas descienden mucho por la noche en esta época del año. El auto se congelará –dijo, mirándome seriamente. Yo podría llevarte si quieres. Eres americana, ¿no es así?

—Sí, ¿y?

—De seguro sabes montar un caballo.

Eso me hizo reír aún más que lo del auto.

—¡Claro que no! –respondí al borde de una carcajada. No todos en Estados Unidos somos cowboys.

—Lo sé, era una broma –dijo, de nuevo con esa sonrisa contenida. Pero es sencillo. El único problema es que no creo que el caballo pueda llegar al pueblo antes del anochecer. Pero conozco un lugar a mitad de camino dónde podemos refugiarnos hasta mañana.

Su propuesta parecía bienintencionada. Sabía que irme con un extraño a pasar la noche quién sabe dónde, no era exactamente seguro, pero mis opciones eran eso o congelarme en el auto. Definitivamente me iría con el extraño musculoso, rezando por que no fuera un asesino serial o algo parecido. Era una locura pero ya comenzaba a ver los vidrios empañados por el frío de afuera.

—De acuerdo, iré –dije, armándome de coraje. Sólo espero que tu caballo no me tire.

* * *

Una vez que había sacado todas mis cosas del auto, incluida la costosa cámara que me había dado la revista, estaba lista para irme. Por suerte, todas mis pertenencias estaban en mi bolso, el cual parecía bastante resistente al agua, porque para cuando llegué al caballo, ya estaba empapada. Ahora no solo Magnus no dejaba nada a la imaginación, sino que yo tampoco. Por qué se me había ocurrido vestir una blusa ligera en color crema con un sostén negro debajo, no tenía idea. Y ni siquiera era mi mejor sostén. Mis jeans, en cambio, no presentaban problema alguno en cuanto a transparencias, pero sí se me pegaron bastante a las piernas y se sentían pesados.

No veía la hora de quitarme toda la ropa y tomar una ducha caliente en un cómodo cuarto de hotel. Aunque me conformaría con que el lugar en el que pasaríamos la noche tuviera baño, una ducha decente y una cama cómoda. De acuerdo, dos camas cómodas.

Magnus se tomó unos momentos para tranquilizar al caballo –que seguía bastante agitado luego de ese rayo–, lo desató del árbol y subió a él con una destreza que sólo había visto en películas. Luego quitó su pié del aro metálico que colgaba de la montura y volteó a verme.

—Coloca el pie izquierdo aquí y dame tu mano –dijo, extendiendo la suya.

La sola idea de que mi cuerpo quedaría completamente pegado al suyo apenas me subiera a ese caballo, me hizo olvidar de la lluvia, de la tormenta, de la fotografía y de todo lo demás en mi vida. Mi corazón latía tan rápido que temí que él lo sintiera en la palma de mi mano. Una vez más tragué saliva, y tomé su mano, la cual agarró con mucha firmeza –sin hacerme ilusiones, probablemente para que no se resbalara de la suya por el agua–.




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