Una semana en Escocia, una vida en tu corazón

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 2: Día 1 - Parte 2

Cabalgar con Magnus bajo la lluvia, realmente me hizo sentir que era la protagonista de una película romántica de época. ¿Quién cabalgaba por la campiña aún en estos días? Bueno, quizás mucha gente lo hacía, pero definitivamente nadie que yo conociera en persona.

El movimiento del caballo al galopar, había hecho imposible el mantener mi cuerpo alejado del de Magnus mucho tiempo, y aunque ya podía sentir un ligero dolor en mis muslos –debido al duro material de la montura–, definitivamente valía la pena. Sentía la firmeza de los músculos de su espalda en mi pecho y la forma de sus caderas y piernas, en el interior de las mías. Nunca había vivido un momento no sexual tan erótico como este. Y luego de dos años de prácticamente celibato, sólo podía agradecer a los dioses por este gentil gesto conmigo.

—Ya casi llegamos –dijo de repente Magnus, sacándome de mi momentáneo éxtasis.

—Que bien –respondí, con menos que poco entusiasmo.

No me emocionaba la idea de que esto terminara pronto, quién sabría cuándo volvería a sentir a un hombre como este literalmente entre mis piernas –la respuesta era probablemente nunca–, pero sí me alegraba que el caballo y Freya descansaran. El pobre había cargado con los dos por algo más de una hora, y Freya –con sus patas obviamente mucho más cortas– le había seguido el paso, corriendo a nuestro lado sin descanso.

Unos minutos después de anunciarlo, al parecer habíamos llegado a destino. Magnus jaló las riendas del caballo hacia atrás, hasta que éste se detuvo. Me ayudó a bajar primero –lo cual fue bastante más fácil que subir– y luego bajó él. Fue entonces cuando me dispuse a ver a dónde habíamos llegado.

Nunca esperé un hotel 5 estrellas en un lugar tan remoto, pero tampoco esperé que fuera una antigua cabaña de piedra abandonada.

—Magnus, ¿es seguro quedarnos aquí? –pregunté, observando el estado del techo, que aparentemente era de paja.

En mi desconocimiento, creí que sería un milagro si la tormenta no lo volaba.

Magnus sonrió.

—Estos crofts han estado en pié más de un siglo. Créeme, resisten muy bien las tormentas –respondió, mientras dirigía al caballo hacia lo que parecía ser un granero contiguo.

—Ven Freya –dije yo, avanzando hacia la cabaña.

Confiaría en que Magnus sabía de lo que hablaba, y de todos modos, a estas alturas me metería hasta en una cueva con tal de salir de debajo de la lluvia. Estaba empapada hasta la última prenda de ropa y comenzaba a sentir el descenso de temperatura del que había hablado Magnus.

La puerta por suerte estaba abierta, así que entré y dejé entrar a Freya, quien para mi sorpresa, ni bien entramos, sacudió el agua acumulada en su pelo, y se dirigió a una especie de camita colocada frente a una gran chimenea de piedra. También frente a la chimenea había una mullida alfombra de pelo y un gran sillón. Estaba claro que la cabaña no estaba completamente abandonada.

—¡Freya! ¡Mojarás la alfombra y tu propia cama! –exclamó Magnus, entrando detrás nuestro.

Eso me dejó en shock.

—¡¿Tú vives aquí?! –pregunté sin poder disimular mi asombro.

No había nada a los alrededores de esta cabaña, literalmente estaba en medio de la nada. Además, realmente parecía demasiado deteriorada como para ser habitada.

Magnus relajó la expresión de reto que le lanzaba a Freya desde la puerta, para mirarme con normalidad.

—No, solo es un lugar en el que a veces paso la noche cuando se me hace tarde para regresar. Vivo a unos kilómetros de aquí.

Eché un rápido vistazo al resto de la cabaña y lo que decía parecía ser cierto. Aparte del sillón, la alfombra y la cama de Freya, no había mucho más. Sólo algo de leña y un farol.

—Es… acogedor –dije finalmente, tratando de enmendarme por actuar tan sorprendida.

Magnus se rió.

—Crees que es una pocilga, admítelo.

Yo de seguro me estaba poniendo roja de la vergüenza.

—¡Claro que no! Quizás sólo necesitaría un toque femenino. Ya sabes, algunos detalles de diseño.

En mi mente pensaba: asegurar que el techo de paja no se nos caiga encima. Pero por supuesto no se lo iba a decir.

—¿Entonces estás pensando en mudarte aquí conmigo? –preguntó con una sonrisa conquistadora que veía por primera vez.

Quedé boquiabierta un instante. Hasta sus dientes parecían de una publicidad de pasta dental.

—¿Esa es tu línea para conquistar chicas? –pregunté, fingiendo indiferencia. ¿A cuántas has traído aquí?

—Nunca he traído a una mujer aquí. Aunque no lo creas, no suelo encontrarme a extrañas varadas en la carretera por un rebaño de ovejas.

Eso me hizo sentir especial, y luego tonta por creerle que era la primera y sentirme especial por eso. Un hombre como Magnus no podría fijarse en alguien como yo, y no quería hacerme ilusiones. No me consideraba fea de ninguna manera, pero tampoco era Miss América, y Magnus debía ser descendiente directo de Apolo, o algo por el estilo. De seguro tenía mejores opciones en su mesa.




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