Una semana en Escocia, una vida en tu corazón

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3: Día 1 - Parte 3

—¿Lo ves? Sabía que pensarías mal de mi –dijo Magnus, riendo.

Se levantó de la alfombra y se dirigió hacia un gabinete que ni siquiera había visto, en un rincón oscuro de la habitación. De allí, regresó con un par de mantas bien gruesas.

—Si te pones esto sobre la ropa mojada sólo aislarás la humedad y sentirás más frío, pero es tu decisión –continuó, alcanzándome una de las mantas.

Yo todavía no podía creer que estuviéramos teniendo esta conversación, cuando de repente, lo ví desabrocharse el primer botón de la camisa.

—¡¿Qué estás haciendo?! –pregunté alarmada.

Al parecer Magnus hablaba en serio.

—Pues yo sí voy a desvestirme. No quiero que me de hipotermia. Pero puedes voltear un instante si te pone incómoda, enseguida me cubriré con la manta –respondió, mientras desabrochaba otros dos botones más.

En ese momento –y claramente en contra de mi buen juicio– decidí dejar de luchar contra la corriente. Si un hombre apuesto y encantador me pedía por mi propio bien, que me quitara la ropa, ¿quién era yo para negarme?

—Tú también voltéate –le dije, dejando momentáneamente la manta sobre la alfombra.

Magnus sonrió, y como todo un caballero, se dió la vuelta. Yo en cambio, no podía despegar los ojos de su espalda mojada y lo vi quitarse la camisa, casi como si fuera una segunda piel. La imagen era hipnótica. Sin embargo, el sonido metálico de la hebilla de su cinturón abriéndose, que escuché a continuación, me hizo entrar en razón y de inmediato me dí la vuelta. Pero mi imaginación tenía voluntad propia, y no pude evitar fantasear con esos pantalones bajando lentamente hasta dejar el resto de su cuerpo al desnudo.

Me enfoqué entonces en quitarme mi propia ropa mojada, o Magnus voltearía solo para encontrarme derretida en la alfombra y aún completamente vestida. Me quité la blusa, los zapatos y el jean, y por último, toda la ropa interior. De inmediato me envolví con la manta y miré a Magnus.

—Ya puedes voltear –anuncié, viendo que él también había terminado y esperaba envuelto desde los hombros hasta las pantorrillas.

Magnus se dió la vuelta y volvió a sentarse junto a mí en la alfombra. Yo no podía creer que debajo de las mantas ambos estábamos completamente desnudos y mi cerebro continuaba proveyendo imágenes de cómo se vería Magnus sin la suya.

—¿Puedo preguntar si hay alguien esperándote en Estados Unidos? –dijo de repente, interrumpiendo mis fantasías.

La pregunta me tomó por sorpresa. No esperaba que le interesara mi vida privada, pero no tenía razones para no contestar.

—Es complicado. Pero la respuesta corta es: no. No hay nadie esperándome –dije, apoyando mi espalda contra el sillón.

—¿Y la respuesta larga?

Tomé aire.

—La respuesta larga es que mi ex, al parecer, aún sigue muy interesado en si voy o vengo y piensa que tiene derecho a opinar sobre mi vida. Podría decirse que él me espera, aunque no debería.

Magnus parecía intrigado.

—¿Terminaron hace muy poco?

—Dos años.

—¡¿Dos años?!

—Te lo dije. Es complicado. ¿Y qué hay sobre tí? ¿Debería preocuparme que alguna mujer celosa nos sorprendiera aquí sin ropa?

—¡De ninguna manera! –dijo Magnus, riendo sin contenerse. Sí tengo un compromiso con alguien, pero lo nuestro terminó antes de empezar. Sólo nos falta hacerlo oficial.

Eso me dejó confundida.

—Pero sí que tienes un problema con el hecho de estar aquí desnuda conmigo –me sorprendió diciendo, de nuevo con esa sonrisa encantadora.

—Bueno, es que es extraño, ¿o no? –respondí, tratando de no parecer nerviosa. ¿Qué tan a menudo te desnudas frente a alguien con quien no… no vas a…

—¿Tener sexo? –terminó Magnus por mí, con una confianza que envidiaba.

Yo tragué saliva.

—Pues sí.

—¿Entonces la idea cruzó por tu mente?

La respuesta a eso sería: un millón de veces desde que te conocí, pero de ninguna manera lo diría en voz alta.

—¿No cruzó por la tuya? –dije sin siquiera saber de dónde salió esa respuesta.

Magnus se acercó un poco más y sacó un brazo de debajo de la manta, lo cual dejó su hombro descubierto por completo.

—Sólo unas diez veces, si contamos las del último minuto –dijo, quitando un mechón de cabello mojado de mi rostro.

Me sorprendió entonces la suavidad de su piel y de sus movimientos. Solo había tocado mi mejilla, pero mi cuerpo entero pareció cobrar vida.

Sin pensarlo demasiado –porque eso de todos modos jamás me había resultado– me incliné hacia adelante y le di un beso. De inmediato, sentí sus labios partirse y acoplarse a los míos con destreza. Tomó mi rostro entre sus manos y yo sentí la necesidad de poner las mías en su pecho.

Olvidadas quedaron nuestras mantas y mi cordura. Ni siquiera sé cómo terminé sentada sobre sus piernas, con las mías a cada lado de las suyas, pero el haber aprendido a montar a caballo esa tarde, definitivamente debía estar rindiendo sus frutos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.