CAPÍTULO 6: Día 3 - Parte 1
—¿Qué haces aquí? –pregunté, sin poder evitarlo.
Eso me ganó una mirada extraña del ama de llaves.
—Vivo aquí, señorita Miller. Soy Magnus MacLeod, es un placer conocerla –respondió con una sonrisa contenida.
Eso me dejó en shock. El granjero con el que me había ido a la cama la otra noche, ¡¿era el heredero de los MacLeod?! ¡¿Y pretendía no conocerme?! Mi mandíbula debió haber estado por el piso.
—¿Le parece si tomamos algo en el estudio mientras discutimos nuestro itinerario? –continuó él, cuando no hubo respuesta de mi parte.
—Enseguida les llevaré el té –dijo rápidamente el ama de llaves, luciendo incluso más incómoda que yo.
—Gracias, señora Paisley. Acompáñeme por aquí, señorita Miller.
* * *
—No eres granjero –dije, señalando lo obvio, una vez que estuvimos solos.
Magnus se rió al oír eso.
—Nunca dije que lo fuera. ¿Lo asumiste por el caballo?
—No, ¡lo hice por las ovejas!
—Te dije que no eran mías.
—Pero las manejaste tan bien.
—Freya fue quien las manejó, en realidad. Jamás me hubieran hecho caso a mí –respondió, riendo de nuevo.
—Y cuando te hablé del heredero, ¿por qué no dijiste nada entonces? –pregunté, inclinándome hacia adelante en la preciosa silla tapizada.
Magnus se reclinó hacia atrás, apoyando los codos en los posabrazos de madera.
—No quise arruinar el momento. Tienes un problema de prejuicio contra los ricos, ¿lo sabías?
—No es cierto. Dije que quizás fueran personas excelentes.
—Sí, pero como si fuera un milagro que lo fueran.
—Aún así debiste decirme. Si no me equivoco, es un delito tener relaciones con alguien bajo una identidad falsa –dije, cruzándome de brazos.
—Pero nunca mentí sobre mi identidad, mi nombre realmente es Magnus. Y tú tampoco me dijiste tu apellido.
Eso era verdad.
—No puedo creer que no seas granjero –dije más para mí misma, que para él.
—¿Era más excitante cuando pensabas que lo era? –preguntó, con esa sonrisa conquistadora que me derretía. Si quieres puedo ponerme un vaquero con tirantes y lo hacemos en un establo.
Tragué saliva.
Como salvada por la campana, en ese instante llegó el ama de llaves con una delicada bandeja plateada. Colocó dos finas tazas de té y un plato con shortbreads en la petisa mesa entre nuestras sillas. Ambos le agradecimos y luego de devolvernos una sonrisa cortés, se retiró, cerrando la puerta detrás de ella.
—Magnus, no volveremos a hacerlo –dije, finalmente tomando coraje. Siento mucho el haberte dado una impresión incorrecta, pero la verdad es que jamás me había ido a la cama con un extraño, y no lo volveré a hacer.
Magnus parecía intrigado por mi declaración.
—¿De verdad nunca habías hecho eso?
—¡Por supuesto que no! Y como dije, no volveré a hacerlo.
—Respeto tu decisión –afirmó, asintiendo con la cabeza.
Creyendo que el tema había terminado ahí, me estiré para tomar mi taza de té y le dí un sorbo.
—Pero creo que puedes cambiar de opinión –continuó.
Me ahogué con el té y Magnus comenzó a reír.
—De acuerdo, traeré unos mapas para elegir los sitios que visitaremos hoy –dijo finalmente, dirigiéndose al escritorio.
* * *
Aproximadamente 1 hora después, teníamos un plan. Visitaríamos dos castillos en tierra firme, uno a 90 kilómetros de aquí, y otro a 50 kilómetros del primero, con una parada para almorzar entre ambos, y otra para cenar al finalizar el día. Me sorprendió que alguien como él liberara su agenda completa para ir conmigo a estos lugares, pero no comentaría nada al respecto. Yo tenía todo lo necesario para trabajar en mi bolso y estaba lista para empezar de inmediato. Sólo tenía que concentrarme en eso.
—Salgamos. Mi chofer nos llevará –dijo Magnus, levantándose de la silla y dirigiéndose hacia la puerta del estudio.
Cuando llegamos a la recepción, el ama de llaves le recibía la gabardina a una mujer en la puerta de entrada. Era alta, esbelta, de largo cabello rubio y deslumbrantes ojos azules.
—¡Magnus! ¡Ahí estás! Pensé que ya no te encontraría –dijo, con una voz que sonaba dulce como coro de ángeles.
En mi mente, comenzaron a sonar las palabras de Magnus esa noche: “Sí hay alguien…”. Y de repente se me heló la sangre.
—¡Y tú debes ser Sophie! –exclamó alegremente, mientras se acercaba a nosotros. Magnus me habló de tí.
—Lo siento… ¿qué? –pregunté, de nuevo demasiado perpleja como para evitarlo.
La mujer sonrió y miró a Magnus como si ambos supieran algo que yo no.
—Es verdad, tengo entendido que no tuvieron mucho tiempo para hablar. Seguro no te habló de mí. Me llamo Skye. Sí, como la isla. De hecho, parte de la isla es mía –dijo, con una pequeña sonrisa. Soy hermana de Magnus.