CAPÍTULO 8: Día 3 - Parte 3
Al final del día, terminamos en King's Cave Restaurant, el lugar más escocés de toda Escocia. Era la combinación perfecta entre rústico y acogedor, con mesas de madera y hermosas lámparas vintage que colgaban sobre ellas. Pero lo que más me llamó la atención era un enorme mural, en una de las paredes del lugar, hecho a modo de collage, con fotos de parejas.
—Lindo mural –le comenté a Magnus, mientras la camarera dejaba la carta en la mesa.
Magnus levantó la vista y de inmediato se dibujó en su rostro una media sonrisa.
—Es un homenaje a Freya, la diosa nórdica del amor. Hay varios como éste en la zona. Dicen que si la fotografía de una pareja es colocada en el mural, su amor será eterno.
—¿Le pusiste a tu perra el nombre de la diosa del amor? –pregunté con incredulidad.
—No fui yo. Skye eligió su nombre. En ese momento era en lo único en lo que pensaba. Pero le rompieron el corazón y ahora tiene un cane corso llamado Mjølner.
—Magnus, no entendí nada de eso. ¿Un qué?
Magnus se rió.
—Un cane corso es un mastín italiano, una raza de perro bastante grande. Parece salido del infierno, en realidad, pero Mjølner es muy gentil.
—¿Mijolner? –pronuncié a duras penas.
—Mjølner, como el martillo del dios del trueno. Supongo que en ese entonces Skye sólo pensaba en golpear a su ex con algo.
Eso me causó mucha gracia.
—Tu hermana es todo un personaje. ¿Y parte de la isla Skye es suya?
—Sí, fue un regalo de mi abuelo cuando ella nació.
—Mi abuelo me regaló un triciclo.
Magnus no pudo contener la risa.
—De acuerdo, ¡estoy lista para ordenar! –dije, emocionada porque finalmente probaría algo de la comida típica del lugar y no solo pescado o pollo frito, lo cual abundaba en Estados Unidos.
—¿Qué pedirás?
—Haggis, neeps y tatties –dije, cerrando la carta.
Magnus se mordió el labio como queriendo callar algo.
—¿Qué?
—Los haggis se elaboran con vísceras de oveja –dijo finalmente.
Me quedé helada. Al instante, volví a abrir la carta.
—Mejor algo sin vísceras y definitivamente nada que tenga que ver con ovejas.
—Deberías agradecerles el hecho de conocernos, o más bien, de conocernos tan íntimamente –dijo, con esa sonrisa conquistadora de siempre.
Sintiendo el calor en mis mejillas, me cubrí disimuladamente el rostro con la carta.
—¿Planeas contarle a toda Escocia o qué?
—¿Sabes?, soy bastante popular aquí en mi país, no deberías avergonzarte tanto de haber pasado la noche conmigo.
—Pues ese no es el punto. Ahora dime que puedo ordenar que no sean entrañas o algo parecido.
Magnus pareció considerarlo unos instantes.
—Yo te recomiendo el scotch pie de res, si no quieres cordero.
—Suena bien.
* * *
Resultó ser que el scotch pie era un pequeño pastel de carne guisada, cubierto por una masa de hojaldre, un plato sencillo, pero exquisito en realidad. Además, Magnus insistió en que debía probar el whisky escocés si estaba en Escocia, y el cranachan –un postre con queso, crema batida, más whisky, frambuesas y miel. Todo estuvo delicioso y hacia el final de la velada, podía decir que ya había probado algunas de las comidas –y bebida– más típicas de Escocia.
Estábamos esperando la cuenta, cuando de repente la camarera se acercó a la mesa, con una pequeña cámara polaroid.
—Disculpen, ¿les gustaría tomarse una foto para el mural? –dijo, con una amable sonrisa.
Casi como un acto reflejo, volteé a ver de nuevo el mural y noté que, en cada foto, las parejas se estaban besando. Cuando volví la mirada hacia Magnus, él me miraba expectante con esa media sonrisa de lado.
Tragué saliva.
Por alguna razón no podía dejar de mirar esos labios, finos y ligeramente rosados, aún húmedos por el whisky. Recordaba claramente cómo se sentían sobre mis propios labios, y sobre mi cuerpo. Magnus debió haber adivinado mis pensamientos y sabido que no rechazaría un beso.
Lo ví devolverle una sonrisa gentil a la camarera y asentir con la cabeza. Ella alistó la cámara, y entonces Magnus acercó su rostro al mío. Podía sentir su cálida respiración y oler el whisky en su aliento. Sin pensarlo más, acorté la distancia de milímetros que él parecía haberme dejado como opción, y finalmente junté nuestros labios.
Nuestras bocas se amoldaron instantáneamente, como si recordaran cómo hacerlo, y al instante sentí el click de la cámara. Magnus dejó su labios sobre los míos un momento más de lo necesario y luego rompió el beso.
La camarera nos agradeció mientras la cámara le devolvía la fotografía, y se retiró, agitándola suavemente con la mano. La vimos colocarla en el mural con un pin y en ese preciso momento recibimos la cuenta.