Una semana en Escocia, una vida en tu corazón

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10: Día 4

~Sophie~

Magnus estaba actuando muy extraño. Al principio creí que estaría enojado, o con el orgullo herido. Y no lo culparía si ese fuera el caso. Pero esto era algo más.

Seguía siendo exactamente igual de amable, y me miraba cuando creía que no lo veía. Pero si le devolvía la mirada, él volteaba tan rápido, que en una oportunidad incluso se chocó la cabeza con una escultura. No pude evitar reírme en esa oportunidad, aunque lo hice por lo bajo para no avergonzarlo aún más.

No sabía qué estaba pensando, pero definitivamente había tomado algún tipo de decisión y eso por alguna razón me preocupaba. Estábamos en el segundo y último castillo que visitaríamos ese día, cuando me decidí a averiguar qué se traía entre manos.

El lugar era una ciudadela, con una enorme muralla de piedra rojiza rodeándola y una única puerta fortificada para ingresar a ella. Dentro, se encontraba el castillo, propiamente dicho, –dónde había vivido la familia real–, una torre de vigilancia, una capilla, un patio de armas y el cuartel de la guardia. Era, por mucho, la construcción más grande e imponente que habíamos visitado hasta ahora. Y la altura de las pequeñas ventanas en las paredes de la torre, me daban la excusa perfecta para poner mi plan en marcha.

—Magnus, ¿me ayudas? –pregunté, aclarando la garganta.

Habíamos pasado tanto tiempo en silencio, que yo casi no recordaba cómo hablar y Magnus se sobresaltó al oírme hacerlo.

—Por supuesto, ¿qué debo hacer? –preguntó, recuperándose de inmediato.

—Necesito llegar a esa ventana para tomar una foto panorámica desde allí, ¿podrías ayudarme?

—De acuerdo, puedo buscar algo para que subas –dijo, echando un vistazo a los alrededores.

—No hay nada, ya busqué. ¿Puedes… levantarme tú?

En mi mente pensaba: con esos músculos no debería ser un problema. Pero Magnus parecía petrificado.

—¿Levantarte cómo? –preguntó, luego de al menos un minuto.

Yo fingí pensarlo, como si no lo tuviera todo planeado de antemano.

—Puede ser en tu espalda, estilo piggyback. Sólo agáchate un poco para que pueda sujetarme de tus hombros.

Su garganta se movió como si tragara saliva, pero no opuso resistencia. Caminó hacia la ventana, me dió la espalda y puso una rodilla en el piso –lo cual lamenté por su traje–.

Con la cámara colgada al cuello, pasé mis brazos por sobre sus hombros, y entrelacé mis muñecas contra su pecho. Luego coloqué una pierna un poco más arriba de su cadera, y cuando se levantó del suelo, subí la otra al otro lado.

De niña, hacía que mis primos más grandes me cargaran de esta manera, y era muy divertido hacerlos llevarme así a todas partes. Pero al tratarse de Magnus, el sentimiento era completamente diferente.

Sentía cada músculo de su espalda contra mis pecho y sus fuertes caderas en el interior de mis muslos. Me recordaba al día en que nos conocimos y cabalgué detrás de él, sintiendo su cuerpo exactamente de esta manera. La única diferencia, era que ahora también sentía sus manos en la parte posterior de mis piernas, sujetando desde allí mi cuerpo con fuerza.

Ahora sólo debía actuar como si fuese a tomar una fotografía, aunque a decir verdad, una toma desde aquí, en realidad no sería una mala idea. Ahora que sí podía ver por la ventana –lo cual me había sido imposible antes– me dí cuenta de que la campiña escocesa en todo su esplendor, con las ruinas de este bello castillo en primer plano, harían a una excelente fotografía.

Aprovechando esta magnífica oportunidad, tomé la cámara y saqué al menos diez fotos. Pero luego continué con lo que tenía planeado en primer lugar, y eso era la posibilidad de juntar mi cuerpo al de Magnus. Si respondía al contacto, entonces todo seguía igual. Pero si me rechazaba, sabría que mis posibilidades con él se habían acabado. Y después tendría tiempo para pensar en cómo eso me hacía sentir –aunque la respuesta más probable sería como una completa idiota–.

Con eso en mente, presioné aún más mis pechos contra su espalda, amoldando mejor mis muslos a su cintura y caderas, esperando que él respondiera apretando más mis piernas. Pero eso no pasó. Por el contrario, lo sentí retirar sus manos de mí, y antes de comprender lo que sucedía, me deslizaba por su espalda y mis pies tocaban el suelo.

Y entonces Magnus volteó a verme.

—Sophie, ¿qué estás haciendo? –preguntó, sonando dolido.

Nunca quise que se sintiera así.

—Nada, sólo trataba de tomar una fotografía –respondí, decidiendo olvidarme del plan.

—Esto no fue por una fotografía. ¿Por qué juegas conmigo?

—No sé de qué hablas.

—¿No? ¿Acaso no me besaste y me llevaste hasta tu habitación anoche, para luego sólo echarme? ¿Y acaso no estabas pegando tu cuerpo al mío, justo ahora, para excitarme?

Fue mi turno de tragar saliva y sentirme excitada. Esa palabra sonaba tan erótica saliendo de su boca, que a cualquiera se le aflojarían las piernas al oírla.

—¿Y qué vas a hacer ahora? –continuó, dando un paso hacia mí–. ¿Me dirás que te deje trabajar en paz mientras me ves caminar raro de regreso al auto?




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