CAPÍTULO 13: Día 6 - Parte 1
~Sophie~
Desperté con una luz tenue llegando a mis ojos y una brisa suave y fresca acariciando mi piel. Nunca había dormido tan bien y en una cama tan cómoda. Me costó trabajo recordar en dónde estaba, cuando abrí los ojos y nada me resultó familiar.
Al principio, no reconocí el papel tapiz de las paredes, ni los enormes ventanales con finas cortinas verde musgo. Pero luego vi el traje, la camisa y zapatos de vestir de Magnus, junto a mi vestido y tacones, en el suelo, y todo vino a mi memoria.
Instantáneamente, me percaté del brazo rodeando mi cintura desde atrás, y giré un poco la cabeza para encontrar a Magnus, durmiendo cómodamente, con su cuerpo pegado al mío. Y no era lo único que se me estaba pegando.
Sentí que tenía algo extraño pegado en el hombro –el que daba al colchón–, y moviéndome lentamente, traté de alcanzarlo con la mano del brazo opuesto. Era un paquete de condón, y en él se leía: talla XL, texturizado, sabor fresa.
Mis cejas casi se escaparon de mi frente. Steve jamás había sido tan creativo –y además era talla M, pero no quería juzgar a un hombre por el envoltorio–.
Entonces giré un poco el cuerpo, y comencé a ver aún más paquetes desparramados en la cama. Habría al menos una docena de ellos, si contaba los que habían comenzado a pincharme la espalda. Los pocos que podía llegar a ver –y leer–, decían: vainilla, melocotón, piña, e incluso uno decía: brilla en la oscuridad. Casi me echo a reír con ese, pero me contuve para no despertar a Magnus.
Moviéndome otro poco en la cama, para despegarme los paquetes restantes de la espalda, me percaté de algo más grande, picándome un poco más al sur. Y es que al parecer, Magnus estaba feliz de amanecer a mi lado.
Ahora sí iba a despertarlo.
Moví gentilmente el brazo que tenía sobre mi cintura y entonces al fin pude voltearme, aunque eso sólo me dejaba más vulnerable a ser picada por el frente.
—Magnus, despierta. Me vas a ensartar con esa cosa –dije, conteniendo la risa.
—¿Hmm? –balbuceó en tono de pregunta, sin siquiera abrir los ojos.
Teniendo el tiempo para contemplar su rostro a esta corta distancia, y con la luz de la mañana entrando por la ventana, noté por primera vez que sus pestañas eran tan rubias como su cabello, y pequeñas pecas cubrían parte de su nariz y mejillas. Realmente se veía como alguien con quien sólo soñarías.
—Magnus, despierta. Dije que vas a ensartarme con ese monstruo que llevas entre las piernas. ¿Quieres que hagamos algo al respecto? –pregunté acariciando su pecho.
¿Por qué no me despertó anoche? Lo hubiésemos hecho al menos dos veces.
—¿Segura que tenemos tiempo? –preguntó, acercando su cuerpo al mío, aún con los ojos cerrados pero claramente despierto.
—Creo que sí, déjame ver la hora –respondí, mirando para todos lados a ver si veía mi cartera.
Estaba junto a mi vestido.
Lamentando tener que separar mi cuerpo del suyo, me levanté rápidamente de la cama y me agaché junto a la pila de ropa descartada. Cuando hallé mi teléfono, volteé y ví que Magnus se había incorporado y ahora estaba recargado sobre el respaldo, mirando.
—¿Disfrutas la vista? –pregunté, de manera sugestiva.
—La verdad sí –dijo, sonriendo de lado–. Pero aunque tu ropa interior es bastante sugerente, no puedo esperar a quitártela.
Eso de seguro me hizo sonrojar, porque podía sentir el calor en mis mejillas.
—De acuerdo, señor extra large de fresa –respondí, regresando a la cama, mientras me dispuse a controlar rápidamente la hora en mi celular.
Pero para mi sorpresa, tenía 14 mensajes de Steve y el último –el único que pude leer desde la notificación, sin abrir el mensaje–, decía: urgente. En lo que me senté, tratando de decidir qué hacer, mi celular comenzó a vibrar.
—Lo siento, debo contestar –dije, muy a pesar mío, justo cuando Magnus se disponía a abrir el paquete del condón de fresa.
Él asintió con la cabeza, mientras se daba a su tarea, y entonces atendí la llamada.
—Steve, ¿qué sucedió? –pregunté, tratando de no sonar alterada.
—Hola, Soph. Lo siento, le prometí a tu hermana que no te llamaría, pero es sobre tu apartamento –dijo, sonando agitado.
—¿Qué sucede con mi apartamento?
—Uno de los vecinos dijo sentir olor a gas y al parecer la fuga podría provenir del tuyo. Le dí tu llave a los bomberos y ahora están adentro.
—¿Qué? ¿Una fuga? –pregunté, tratando de mantener la calma.
El edificio era antiguo y cada tanto los bomberos eran llamados por denuncias de este tipo. Por fortuna, hasta ahora todas habían sido falsas alarmas.
—Así parece, pero sabremos más cuando terminen de revisar.
—De acuerdo. Por favor, avísame cuando te informen algo.
Detrás mío, por el incesante ruido a envoltorio, era evidente que Magnus no había parado de luchar con el paquete del condón –aparentemente, demasiado concentrado en lograrlo como para oír mi conversación–.