CAPÍTULO 20: ¿…?
~Archer~
Estaba muy emocionado por conocer Houston. Quizás no era el destino turístico más popular de Estados Unidos, pero si algo gritaba América, esa era la ciudad de Houston –según lo que averigüé en internet–.
Iría a visitar el Centro Espacial Johnson, de la NASA y definitivamente iría al rodeo anual de la ciudad, el más grande del mundo. No por nada había elegido específicamente esta semana para venir aquí. Pero principalmente este era un viaje de trabajo, no podía olvidarlo.
Traía los cinco mejores proyectos de la firma, en los que había trabajado personalmente, y esperaba que eso bastara. Se trataba de algunos de los hoteles más lujosos y costosos del Reino Unido y de auténticas obras maestras de la arquitectura –no porque las diseñara yo, o tal vez sí–. Pero pocos de este lado del mundo parecían conocerlas.
Ahora la firma quería captar la atención de la élite inversora de Estados Unidos, para que contratasen nuestros servicios, y yo sugerí que una revista de arquitectura de renombre, con millones de suscriptores americanos, podría ayudarnos con eso.
Sus oficinas eran bastante comunes. Si las hubiese diseñado yo, hubiera adaptado la funcionalidad al diseño. Pero esto era Estados Unidos, así que por supuesto que hicieron lo contrario. Aún así se veían decentes.
Una secretaria me llevó a la sala de reuniones y ni bien me senté y coloqué mi maletín en la silla contigua, una bella mujer de cabello castaño y ojos verdes, entró acompañada de una pequeña niña.
—Hola, me disculpo por traer compañía. La niñera se enfermó –dijo la mujer, acercándose con prisa a la mesa, para dejar unas carpetas que parecían pesadas.
Su bolso venía colgando de su brazo, como si se le hubiese resbalado del hombro, y la niña venía detrás, tratando de alcanzarlo.
La pequeña tenía de su madre quizás las pestañas, porque su cabello era de un rubio casi dorado y sus ojos de un azul vibrante. Y por extraño que fuera, me recordaba muchísimo a alguien. Sólo que no sabía exactamente a quién.
—Usted es el señor Boyd, ¿verdad? Es un placer –continuó, mientras sacaba de su bolso una paleta de caramelo.
—Por favor, dime Archer –respondí, distraído al ver la emoción de la niña al tomarla.
—Yo soy Mel –dijo ya con la boca llena.
—Sí, ella es mi hija Mel y yo soy Sophie. Es un gusto recibirte en nuestras oficinas.
—Es un placer Sophie. Y me alegra que lo pienses. Cuando los contacté, la secretaria de tu jefe quería que me conformarse con llenar el formulario de la página web.
Sophie pareció contener una sonrisa.
—Sí, ella… es todo un personaje. Pero que bueno que insististe, me encantaría ver qué proyectos quisiera mostrar en nuestra revista. Mi jefe nos acompañaría pero esta semana está de viaje.
—Mami, ¿tienes otro? –interrumpió su bendición.
—Aún tienes ese en la boca.
—Sí pero me da ansiedad pensar que se termine.
No pude evitar reírme.
—Los chicos aprenden todo tipo de palabras en la escuela estos días –explicó Sophie.
—¿Ya va a la escuela? ¿Cuántos años tiene? –pregunté intrigado porque la niña parecía de cuatro.
—Tiene cinco. Va al jardín en realidad, pero les enseñan muchas cosas sobre salud mental. Ojalá nuestra generación hubiera tenido la misma suerte.
—Es verdad. Concuerdo totalmente.
—En fin. Volviendo a lo nuestro…
—Pero mami, ¿sí tienes?
—Sí, corazón. Tengo más. Lo siento –dijo juntando las manos.
—No te preocupes, entiendo perfectamente.
—Oh, ¿también tienes hijos?
—No, por Dios –dije sin pensar.
Por fortuna eso la hizo reír. Tenía que agradecer su sentido del humor o esta reunión hubiera terminado antes de comenzar.
* * *
—Creo que a mi jefe le encantará incluir estos edificios en nuestro próximo número, realmente son maravillosos –dijo, guardando las fotografías que yo había llevado en su correspondiente carpeta–. Tendrá todo mi apoyo, se lo aseguro.
—Muchas gracias, Sophie. Me conformo con eso –respondí, dándole mi mejor sonrisa conquistadora–. Si su jefe aceptara, ¿usted iría a tomar las fotos? Me encantaría darle un tour yo mismo.
Ella me devolvió la sonrisa pero, por alguna razón, parecía triste.
—No, ya no me envían a mí a tomar las fotografías, organizo y coordino las sesiones desde aquí, ya sabe, por cuestiones personales –dijo mirando a su hija, de seguro de manera inconsciente.
—Ya veo. Es una lástima, alguien me había hablado muy bien de tu trabajo, dijo que eras la mejor.
—¿De verdad? ¿Quién? Me encantaría agradecerle.
—No sé si lo recuerdes, fotografiaste los castillos de su familia hace algunos años. Se llama Magnus MacLeod. Hombre alto, rubio, ojos azules.
Un momento…