Una semana en Escocia, una vida en tu corazón

CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 24: Día 2 juntos - Parte 1

~Sophie~

Recibí las flores con algo de escepticismo.

—Magnus, ¿me trajiste flores porque aún no has hecho lo que prometiste? Porque si es así…

—¡Sí lo hice! –dijo con una sonrisa–. Y tengo la prueba.

Dejó el paquete que traía envuelto en papel de regalo, en la isla de la cocina, y sacó su celular del bolsillo.

—Puedes revisar mis últimos mensajes con Hannah –continuó, entregándome el dispositivo–. En realidad puedes revisar todo lo que quieras, pero la prueba que querías está en el último mensaje que le envié ayer.

Eso me tranquilizó muchísimo, pero…

—Magnus, sólo veré si el mensaje que dices existe. No voy a revisar tu teléfono, no estamos saliendo.

Y no debería hacer eso incluso si saliéramos, sin importar cuantas ganas tuviera de hacerlo, pensé para mí misma.

—Lo sé. Sólo quería que si lo hacías no te sintieras culpable después. Tienes mi permiso –respondió, con una sonrisa de lado.

Me conocía demasiado bien.

—Bueno, ¿quieres ir por Mel? Está en su cuarto –dije, tratando de cambiar el tema mientras ponía las flores en agua.

Magnus asintió con la cabeza y se dirigió hacia allí como con la emoción de un niño en navidad, dejándome a solas con su teléfono.

De inmediato abrí su chat con Hannah y leí su último mensaje. Y lo que ella respondió.

Era obvio que habían hablado por teléfono previamente y que Magnus le había contado que tenía una hija. Pero también estaba claro que Hannah no tenía ningún interés en saber más sobre ella. Lo cual me resultó extraño.

Si mi esposo resultara tener una hija con otra mujer y planeara ser parte de su vida, ¿no querría saber más sobre la situación para tener una idea de qué esperar y calcular el impacto que eso tendrá en nuestra relación? La respuesta sería ¡sí!, por supuesto.

Tal vez pelearon cuando hablaron por teléfono y por eso Hannah parecía tan fría por mensaje luego. ¿Cómo se llevarían antes de la noticia de Mel?

Magnus tenía razón. De verdad necesitaba ver más.

Comencé a subir en el chat para leer mensajes más antiguos, y a decir verdad, había grandes saltos de tiempo entre una conversación y otra. Algunas veces varias semanas, otras dos e incluso tres meses. Aunque dos personas vivan juntas, eso era inusual, ¿o no? Cuando Steve y yo vivíamos juntos, nos escribíamos casi a diario. A veces sólo para avisar que llegaríamos tarde, o preguntar qué hacía falta para la cena, ese tipo de cosas.

Pero Magnus y Hannah hablaban menos por mensaje que parientes lejanos, y cuando lo hacían, ni siquiera parecían agradarse.

2 de febrero de 2024

¿Vuelves el martes? (Magnus)

14:35

No, decidí quedarme otra semana. (Hannah)

18:50

15 de abril de 2024

No me esperes esta noche. (Hannah)

21:30

No lo haré. Dormiré en mi casa. (Magnus)

21:35

¿Qué tipo de matrimonio tenían estos dos?

Estaba tan concentrada leyendo más conversaciones –si es que podían llamarse así– que casi no oigo a Magnus regresar al comedor con mi hija de la mano.

—Noo, Steve es el Ken del speedo amarillo –dijo Mel, y Magnus se cubrió el rostro.

—¿Por qué… por qué ese es Steve?

—¡Porque el verano pasado lo ví usar un traje de baño igualito a ese!

Magnus volteó a verme con los ojos tan abiertos que casi parecían redondos.

—¿Dónde viste a Steve en un speedo, Mel? –preguntó, todavía mirándome a mí.

—El edificio tiene una piscina compartida, Magnus. Ahí lo vió –me adelanté a responder, antes de que Mel dijera…

—Sí, ¡pero también lo ví aquí en casa!

Y lo dijo. Magnus quedó boquiabierto.

Esta niña parecía disfrutar de meterme en problemas.

—Magnus, cierra la boca, te entrarán moscas –dije, empujando su mandíbula hacia arriba con mi mano.

¡Maldición! Era un hombre casado, no debía tocarlo con tanta confianza.

—Lo siento. No preguntaré más –dijo, bajando la mirada.

Yo tragué saliva. Esto sería más difícil de lo que creí.

—Mel, el almuerzo está listo, ¿te lavaste las manos?

—Sí, mami –dijo, enseñándome ambas.

Le devolví su celular a Magnus y me dispuse a traer la comida a la mesa.

—Espero que te gusten los macarrones con queso. No soy muy habilidosa en la cocina, pero a Mel le encantan –comenté, mientras los sacaba del horno.

Gratinar queso era algo que podía manejar –cuando no olvidaba la fuente en el horno y se secaban los macarrones, claro–.




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