CAPÍTULO 25: Día 2 juntos - Parte 2
~Sophie~
—Magnus, no puedes quedarte a vivir en Estados Unidos. Toda tu vida está en Escocia. Tu casa, tu familia… tu hermana me odiaría si te quedaras. ¿Y qué me dices de tu esposa? –pregunté, levantándome para juntar la mesa.
En realidad no quería una respuesta.
Magnus no había mentido esta vez, hizo lo que prometió y lo valoraba mucho. Si decía que quería quedarse, le creía. Pero claramente no estaba pensando bien las cosas.
—Sophie, Mel y tú están aquí –dijo, levantándose detrás mío–. Volvería a Escocia un par de veces al año, no quiero dejar sola a Skye, aunque sé que lo entendería. Y con respecto a Hannah… le pedí el divorcio cuando le hablé para contarle de Mel.
Eso me dejó en shock. Supuse por los mensajes que vi en su teléfono que tenían problemas, ¿pero divorciarse?
—Magnus, si esto tiene que ver con Mel, no lo hagas. Te dejaré verla todas las veces que quieras. No me importa si tu esposa no quiere conocerla, esa es su prerrogativa, no mía, ni tampoco tuya.
Magnus parecía confundido.
—Me refiero a que no necesitas divorciarte de ella para estar presente en la vida de tu hija –dije, recogiéndome el cabello para comenzar a lavar los platos.
Magnus tomó un repasador de la cocina y se dispuso a secar lo que lavara. La acción fue tan automática que me dió la impresión de que ya se sentía en casa.
—Sophie, hay muchas razones por las que quiero divorciarme de Hannah. Y sí, Mel y tú son la más importante, no voy a mentir. Pero no son la única razón. Y sé que probablemente aún haya algo entre tú y Steve, speedos amarillos…
Eso me hizo reír.
—O quizás estés saliendo con alguien más –continuó–. Pero te prometo no interferir en tu vida privada ni intentar nada que tú no quieras.
—Pues qué bien, porque nada pasará entre nosotros. Que no me importe lo de hace 5 años, no quiere decir que lo haya olvidado. Seguías comprometido con Hannah, planeabas casarte con ella y me mentiste.
—Sophie, eso no fue lo que pasó. Si sólo me dejaras explicarte.
—De acuerdo –dije cerrando el grifo y dejando los platos de lado por un momento para girar a verlo–. Explícame.
Magnus pareció tragar saliva y rápidamente organizar sus pensamientos.
—Bueno, lo que sucedió fue que cuatro años antes de conocerte, le propuse matrimonio a Hannah. Habíamos sido novios desde la preparatoria pero nuestra relación no había sido la mejor, así que continuamos posponiéndolo. Estuvimos comprometidos dos años, hasta que finalmente le dije que quería terminar. Hannah no lo aceptó y me dijo que en vez de eso nos diéramos un tiempo.
—¿Y tú aceptaste? ¿Por qué? –pregunté, cruzándome de brazos.
Magnus parecía no saber cómo contestar a eso.
—Si vas a mentirme, mejor no digas nada –dije, disponiéndome a continuar mi tarea en la cocina.
Magnus puso su mano en mi brazo para detenerme. Su toque era gentil, como siempre, y costaba creer que alguien que me tocara así podría lastimarme. Pero ya lo había hecho antes.
—Sophie, no creí que mentía cuando te dije que mi compromiso había acabado. Creí que Hannah sólo necesitaba tiempo para aceptarlo –dijo calmadamente–. Y en cuanto a por qué acepté no terminar las cosas ahí y luego me casé con ella… no puedo decírtelo. Esa es la verdad.
Esa era una respuesta a medias. Pero al menos era honesta.
—¿De verdad creías cuando me conociste que todo había terminado con ella?
—¡Por supuesto!, y no era un secreto. Skye lo sabía e incluso Hannah sabía que me había acostado con otras mujeres casi inmediatamente después de separarnos. Luego dejé de hacerlo por casi dos años porque todas se me acercaban por dinero. Y luego llegaste tú. Hannah se enteró de que te presenté ante mi familia y entonces se preocupó.
—No lo entiendo, Magnus –dije, por alguna razón poniendo mi mano en su pecho.
¿Era impresión mía o ahora estábamos parados a sólo centímetros del otro?
—¿Por qué si sentías algo por mí no tardaste nada en volver con Hannah? –pregunté, buscando la respuesta en sus ojos.
Magnus se veía diferente al hablar de ella, o de cualquier cosa relacionada a ella. Como si de repente algo le oprimiera el pecho y un peso cayera sobre su espalda.
—Por favor, espera un poco más para esa respuesta –dijo, sonando increíblemente triste.
En ese momento, quizás aún más de lo que quería conocer su secreto, quería consolarlo. Y creía saber cómo hacerlo.
Sin pensarlo demasiado, tomé su rostro entre mis manos, y poniéndome en puntas de pié, le di un beso. Magnus pareció sorprendido al principio, y sus labios permanecieron inertes una milésima de segundo, hasta que de pronto los partió para profundizar el beso.
Colocó una mano en mi nuca que me erizó los pelos del cuello y nuestros cuerpos se atrajeron como imanes. Cuando rodeó mi cintura con la fuerza justa, y mi pelvis se unió a su entrepierna por la diferencia de alturas, los recuerdos me invadieron.