Gunnar, el valiente vikingo, surcaba las aguas cristalinas del mar en su barco, siendo tan fuerte como audaz. Desde niño, estaba acostumbrado a enfrentar las más feroces tormentas, pero aquella mañana, algo en el ambiente lo hizo detener su marcha.
De repente, se escuchó una melodía mágica y seductora que se filtró en lo más profundo de sus oídos. Su corazón se detuvo al instante, cautivado por el encanto de la música que lo llamaba desde lo lejos.
Gunnar no podía resistirse a su embrujo y dio la orden a su tripulación:
—¡Remad sin parar hasta encontrar el origen de esa melodía! ¡No importa lo que cueste, debemos descubrir su fuente!
La melodía se hizo cada vez más intensa, como si quisiera guiarlos hacia su origen. Los músculos de Gunnar temblaban de emoción, y sus ojos se llenaron de lágrimas al sentir su poder.
A pesar de que la tripulación estaba cansada y no podía entender por qué tenían que buscar una melodía, Gunnar se negaba a renunciar. Él sabía que había algo especial en esa música, algo que lo atraía irremediablemente hacia su fuente.
Pronto sus hombres cambiaron el rumbo, y así siguieron el sonido de la voz que le llamaba. Cuando llegó a su origen, se encontró con la más bella criatura quizás la más hermosa que jamás habían visto sus ojos, y sin dar más tiempo a pensar lo único que se escuchó fue la voz ronca de Gunnar:
—¡VENGA PATANES! Coger a esa sirena —gritó con los ojos más brillantes que dos monedas de oro.
Sus hombres echaron todas las redes que tenían en el barco, y después de unos pocos minutos, lograron atrapar a la hermosa sirena de cabellos rojizos y ojos azules. Su cola se había enredado en las redes pesqueras, y cuanto más luchaba para liberarse, más liaba su cola en aquellas redes, que para ella habían caído sin motivo.
Todos estaban tan sorprendidos por la captura de aquella criatura mitológica, que la encerraron en una jaula de barrotes de madera. La sirena estaba aterrada y su corazón latía con fuerza, todos los tripulantes la miraban con asombro, algunos de ellos intentaban acercarse a ella con una lanza en la mano, esperando que hablara.
Aquella noche, los hombres celebraron su captura, bebiendo cerveza en cuernos de animales que ellos mismos habían cazado. Sin embargo, para la sirena, el calvario apenas había comenzado. Algunos hombres se acercaron a la jaula y la abrieron para ver a la criatura más de cerca, la sirena, asustada, intentó defenderse y escapar de aquellos hombres. Pero en el caos que se desató, dos de ellos perdieron la vida.
Los hombres se enfurecieron y comenzaron a clavar lanzas en su cola para que no pudiera moverse. Pero pronto terminó aquella tortura, pues Gunnar, al escuchar los gritos de dolor de la criatura, disparó flechas a su tripulación para que dejaran de lastimarla.
Gunnar sabía que aquella criatura mágica era algo más que una simple atracción para su tripulación: él tenía planes diferentes para ella, y su instinto le decía que tenía que protegerla de aquellos hombres salvajes.
Gunnar se acercó con las manos en alto hacía la criatura, y aunque su cola ya estaba casi destroza comenzó a quitar las flechas que la anclaban a la proa.
—No te muevas criatura, te ayudaré a soltar todas esas flechas de tu preciosa cola.
La sirena, le miraba con recelo no sabía si podía fiarse de él o era solo una trampa más.
Y mientras que soltaba aquellas flechas, Gunnar no dejaba de hacer preguntas:
—¿Cómo te llamarás? ¿Quieres unos pececillos para comer? ¿Tienes sed?
La sirena seguía mirándole, y cada vez lo hacía con mucha más rabia, quería contestarle, pero el dolor que sentía se lo impedía.
—Seguro que no sabes ni lo que es un nombre, porque no eres más que un pez bonito dentro del mar y... Dime, ¿Hay más como tú, ahí abajo? Por qué puedo forrarme si es así.
Cuando el Vikingo fortachón soltó la última flecha, la sirena mal herida contestó enfurecida:
—¡SOY TALASSA! Y no hay más ahí abajo.
—¡Pero mira! Si también hablas —murmuró sin dejar de buscar esos dos ojos azules que brillaban como dos luceros bajo la luz de la luna.
—Y no como peces, como humanos como tú, pero tu olor, el de tu barco y el de la tripulación es repugnante, sois los peores seres vivos que he visto en mi vida.
—No te preocupes pescadito, no duraras mucho en este barco. Dentro de tres días te llevaré a Hrafnfell.
—¿Hrafnfell? —preguntó Talassa, pensando en aquel pueblo en donde se encontraba el único mercado negro, en el que los Vikingos compraban y vendían cosas ilegales.
—¿Lo conoces? —indagó Gunnar, al mismo tiempo que se acercaba a ella para levantarla por los aires, para volver a meterla en aquella jaula.
—Sí, es la colina del cuervo negro, allí no hay más que traficantes y hombres muy malos, no puedes llevarme allí, ellos me mataran. Te lo suplico, no lo hagas por favor.
Gunnar no dijo nada, solo la ofreció un poco de agua dulce y las raspas de unos pescados que acababan de comer sus hombres. Talassa cogió el agua y las raspas de los pescados con un poco de ironía y dijo muy cabreada mientras le tiraba las cosas a la cara, por los barrotes de la jaula: