Talassa, la cautiva de la jaula anhelaba con toda su alma volver a ser libre. Cansada de estar prisionera, observó a lo lejos a unos delfines nadando en el vasto océano, sintiendo una envidia incontrolable por su libertad. Con su fuerza mermada, intentó en vano liberarse de los barrotes de madera que la rodeaban, pero mientras intentaba buscar una salida, comenzó a tararear una de sus hermosas melodías. Con cada nota, su voz se alzaba como un canto de libertad, mientras las olas del mar y los vientos se unían a ella para crear una sinfonía única.
En ese momento, Gunnar la escuchó cantar y quedó cautivado. Sin pensarlo dos veces, salió de su camarote y se acercó a la jaula tratando de escucharla más cerca. El sonido de su voz le dejó sin aliento, y su canción le transportó a un lugar mágico y desconocido, donde la belleza de la criatura cautiva se mezclaba con la naturaleza misma. A partir de ese momento, Gunnar se propuso encontrar una manera de liberarla, pues no podía permitir que una criatura tan maravillosa siguiera encerrada.
A pesar de que eran de mundos diferentes, Gunnar se enamoró en ese instante. Él la vio cantar y ella lo vio llegar, ambos fueron cautivados el uno por el otro.
—Deja que me vaya —suplicó Talassa, con el amargo sabor de boca que tenía por llevar horas sin beber agua.
—Jamás, nunca dejaré que te marches —respondió Gunnar, al mismo tiempo que negaba con la cabeza.
—Por favor, tengo sed y hambre, necesito comer algo, sino moriré —le imploró Talassa, intentando que se apiadara de ella.
Gunnar acercó la jaula a proa y se acercó a ella, la miró a los ojos y se decidió a meter su mano por uno de los barrotes para acariciar los labios de Talassa.
Después de mirarla no dijo nada más y con la misma polea que sujetaba aquella cárcel de madera, la bajó despacio hasta la mar dejando que Talassa bebiera su propia agua y se refrescara un poco, pues sus labios estaban morados y agrietados, por las horas que llevaba fuera del agua.
Mientras ella bebía, Gunnar le preparó un poco de comida, sabía que la sirena no comía como los humanos, pero intentó hacer algo que pudiera gustarle. Le ofreció un trozo de pescado fresco y esperó con ansias su respuesta. Talassa, que nunca había comido algo así, estaba sorprendida por el sabor de aquel manjar. Gunnar la miraba con ternura, cada vez estaba más enamorado de ella y no quería que sufriera más.
—No temas, no te haré daño —dijo Gunnar, mientras acariciaba su cabello. —Solo quiero estar a tu lado, protegerte y cuidarte.
Talassa, que en un principio estaba asustada, comenzó a relajarse. Era cierto que estaba atrapada, pero sentía que con Gunnar estaba segura. Así, con el sonido del mar de fondo y el aroma del pescado recién cocinado, comenzó una extraña amistad entre el humano y la sirena.
Al día siguiente, volvió a bajar la jaula al mar, para dejar que Talassa volviese a su entorno, aunque fuese por un tiempo determinado. Solo pasaron unos cuantos segundos, pero los dos delfines se acercaron a aquella jaula, y la golpearon con todas sus fuerzas intentando que se rompiera, pero estaba tan bien hecha que ni siquiera se movió un palo.
—No creas que ellos te podrán ayudar, jamás saldrás de esos barrotes. —Se mofó Gunnar de ella cuando la vio que intentaba huir de nuevo.
Gunnar tiró de la polea y la subió, dejando que aquellos delfines, siguiesen saltando al lado del barco, mientras hacían sonidos extraños que parecían lloros por la sirena. Así pasaron los días y los días, pasó un mes entero y nunca llegaron a aquel mercado negro, pero cada día Gunnar se encargaba de atender las necesidades de Talassa dentro de aquella jaula, con la esperanza de que ella se enamorara de él y que dejara de estar triste.
Algo que para Talassa era imposible, ya que su cola se estaba secando poco a poco. Ella necesitaba moverse, nadar con los peces, pescar como lo hacía antes y jugar con los delfines, a pesar de todo Gunnar cada día dejaba caer la jaula al agua, pero eso para ella no era suficiente; su cabello ya no lucía bonito, las escamas de su cola se caían sin parar, hasta que un día su cola dejo de brillar con el sol, entonces fue cuando Gunnar se dio cuenta que no podía retenerla por más tiempo.
Cada día que pasaba se sentía más culpable al ver el estado en el que se encontraba Talassa, su belleza estaba desaparecido y su vida estaba en peligro. Sabía que tenía que hacer algo para salvarla, pero no sabía qué hacer. Fue entonces cuando decidió que lo mejor era dejarla libre, aunque eso significara que nunca volvería a verla.
—No hagas ruido, te soltaré —susurró Gunnar, para que ninguno de sus hombres le escuchara.
Talassa le miró como pudo, después de tanto tiempo ella ya casi estaba desvalida, pero sintió que dentro de su mano algo frio se hundía mientras que Gunnar se despedía de ella dejando un suave y cálido beso en su frente.
Después bajó la jaula muy despacio, pues Talassa ya estaba más que débil como para hacerla algún daño más, y en pocos segundos vio el reflejo de la puerta abrirse con cuidado por debajo del agua. Vio como la cola sin brillo de Talassa se movía muy despacio, hasta que se agarró con fuerza a uno de los delfines y la alejaron de aquel barco que solo la proporcionaba tristeza.
Gunnar despertó a la mañana siguiente con una sensación de vacío en el pecho. El día anterior, Talassa se había ido y aunque le dijo adiós y que volvería, él no podía esperar más para verla, ahora era su corazón el que agonizaba. La tristeza y la preocupación le invadían por dentro de su más oscuro ser, mientras se preguntaba cómo podría encontrarla.