Narrador Omnisciente
Mariangela, caminaba sin ganas de nada por el sendero que la llevaría al río, no era la primera vez que tomaba ese camino desde que había llegado a pasar sus “vacaciones” pero que en realidad eran un castigo por parte de su padre, por haberse negado a aceptar la propuesta de matrimonio de Emilio, el hijo del mejor amigo de su padre.
Ella ha odiado el campo desde que tiene uso de razón y su padre lo sabe, por eso la envió a la casa de su tío Fabián, él y su esposa son personas amables y amorosas, pero Mariangela iba tachando en el calendario cada día que pasaba allí, seis aburridos y muy largos días son exactamente a los que ha tenido que sobrevivir en aquel lugar tan alejado de todo y según su padre, allí estaría hasta que reflexionara sobre lo ocurrido, quisiera poder largarme, pero eso significaría tener que dejar de trabajar en la empresa familiar pues está segura que su padre la echaría como castigo, resignada a estar allí hasta que su padre le permita regresar a la ciudad y a su trabajo sigue avanzando a pasos cansados y sin emoción hasta llegar al río esa tarde, escalo y se sentó en la roca más alta que encontró, ella no sabe nadar y a pesar de morir de ganas de darse un chapuzón en aquella agua tan llamativa, sabía que si lo hacía podía ahogarse pues no conocía la profundidad del agua y no había nadie más allí que pudiera auxiliarla en caso de necesitarlo, era una verdadera lastimar ir allí todas las tardes y no poder zambullirse un rato, solo con sus libros de romance y fantasía es como ha podido sobrevivir en aquel recóndito lugar, el miedo le impedía hacerlo.
Mientras estaba perdida en sus pensamientos, se percató del hombre apuesto que se lanzó al agua con solo un bañador puesto, nunca había tenido compañía, era la primera vez que alguien más además de ella iba allí mientras ella estaba, hasta llego a pensar que nadie más visitaba aquel lugar tan bonito.
Sintiéndose valiente se animó a bajar de la roca en la que se encontraba, hablo en voz alta para que el joven caballero notara su presencia. Gustavo sintió como los latidos de su corazón se aceleraban a cada segundo cuando su mirada se enganchó a la de la verdad de mujer frente a él, una joven hermosa, de mediana estatura, piel blanca y delicada, pelo naranja con las llamas, ojos azules y un cuerpo bendecido por los Dioses del Olimpo con unas curvas peligrosas y perfectamente distribuidas.
Mariangela, tuvo que sostenerse al tronco del gigantesco árbol que cubría con su sombra gran parte del terreno y el agua del río para no caer al suelo, tras los exagerados y absurdos temblores que le provocaban esa mirada azul penetrante de aquel hombre tan hermoso y sexy a morir, de pelo rubio como el más brillante sol, tez blanca, unos 6 pies de estatura, cuerpo fornido, espalda ancha y ese abdomen de lavadero que la dejó tan nerviosa.