¿una taza más?

El sello de lacre rojo

Abro la puerta con sumo cuidado, quiero ser la primera en pisar la nieve que acaba de caer, dejar mi rastro sobre ella y escucharla crujir bajo mis pies.

 

Es la primera nevada que cae del año en New York, y como todos los inviernos, espero impaciente su llegada.

 

Bajo unas cuantas escaleras que separan la puerta de la acera y hundo mis pies en el manto blanco. Su tacto helado se dispersa por todo mi cuerpo, desde las botas hasta la cabeza, hace frío y el viento sopla con fuerza.

 

Cubro mi cabeza con la capucha de mi abrigo y observo mi alrededor con 

curiosidad. No hay nada que merezca la pena ser destacado, es de noche y todo el mundo debe estar acostado esperando con impaciencia la mañana del 25 de diciembre, donde Santa Claus nos visitará a todos.- De niña estaría durmiendo, después de haberle dejado unas galletas hechas por mi madre y un vaso de leche, pero ahora ya tengo veinte años y no es lo mismo, aunque añoro esos tiempos.- Doy unos pasos en dirección a la carretera blanca por completo y me siento en el bordillo, ignorando que tarde o temprano mis pantalones comenzarán a mojarse.

 

Me sobresalto cuando unas manos se posan sobre mis tensos hombros.

 

-Catherine ¿Qué haces aquí, sentada en el suelo? La cena ya está casi lista.

 

-Supongo que quería estar un rato en la calle antes de entrar de nuevo  en casa, nunca hay nada interesante que hacer.- Miro a mi madre a los ojos directamente, cuando me entrega lo que parece ser un antiguo albúm de fotos. 

 

-Estaba en el desván, en una caja, junto con otras cosas que se han quedado olvidadas por el tiempo.- Intenta sonreír, pero no le sale.

 

Con mis frías manos y con mucha cautela, paso la página. Hay una foto mía de pequeña, sentada en las rodillas de mi tío Heinz.

 

-Mamá… -Sus ojos me miran.- ¿Por qué nos fuimos de allí? Han pasado ya tantos años y aún no eres capaz de explicarme nada.

 

Su cuerpo se pone rígido mientras una fina línea se dibuja en su cara, apartando cualquier signo de felicidad, pone una de sus manos encima de la mía y comienza a acariciarme.

 

-Verás…- Pero antes de que pueda permitirse seguir hablando, un sollozo se escapa desde el fondo de su garganta. Se lleva ambas manos a la boca y vuelve a casa, casi corriendo.

 

Yo no me atrevo a moverme ¿Por qué le afecta que le pregunte la razón por la cual nos marchamos sin ninguna explicación? 

 

Tan solo tenía cuatro años y me acuerdo de muy poco, pero sé que estar allí era agradable, siempre de un lado para otro, junto con mis tíos.

 

Vuelvo mis ojos al albúm de fotografías y paso las páginas con cuidado, observando las fotografías una a una, todas las que hay es de cuando yo era muy pequeña, cuando seguíamos viviendo en Londres.

 

De pronto me invade una rara sensación que nunca antes había experimentado ¿Quizás nostalgia? No lo sé, pero si de algo estoy segura, es de que mi madre esconde un gran secreto y estoy segura de que  acabaré por saberlo tarde o temprano.

 

Cuando la casa queda sumergida en un profundo e inquietante silencio, me dispongo a subir al desván, quiero saber que más esconden esas cajas.

 

Una vez allí, enciendo una pequeña bombilla que cuelga del techo, adornada con alguna telaraña,  y me siento en el suelo, al lado de una caja húmeda y llena de polvo.

 

Con cuidado la abro y descubro su interior, mucho menos interesante de lo que había imaginado, tan solo hay una caja metálica y parece vacía.

 

Ni siquiera me da tiempo a pestañear de nuevo cuando ya me encuentro con un libro bastante antiguo, no tiene título ni autor, pero la curiosidad me puede.

 

Lo abro lentamente, hay páginas marcadas. Leo la primera que aparece: ”Los entes que se quedan deambulando por la tierra después de morir, se dice que tienen cosas pendientes que hacer antes de ir al más allá”

 

Mi rostro se congela en una mueca de temor.

 

Estoy sorprendida, pero sé muy bien que carece de importancia ¿Acaso se trata de una historia de fantasmas? No, eso no es real. 

 

Cuando vuelvo a dejar el libro sobre la caja, una vieja carta se desliza de entre las páginas amarillentas y cae al suelo.

 

Leo con precisión el lugar de procedencia de la misteriosa carta que sostengo entre mis temblorosas manos

-Londres.-Digo para mis adentros.

El sello de lacre que cierra el sobre es de color rojo, como la sangre. Tiene la inscripción del hotel que dirige mi familia desde hace décadas, "La Maison de Beaucoup."

Siento entonces un espiral de emociones que comienzan a invadirme a medida que la abro. El corazón parece haberse parado dentro de mí cuando leo la fecha en el papel color café.

-¡Es de hace más de diez años! ¿Cómo es que mi madre me ha ocultado tanto tiempo noticias del tío Heinz?- Logro decir antes de quedarme absorta entre la tinta que dibuja palabras en un vocabulario bastante antiguo y culto, como si dentro del hotel el tiempo no hubiese pasado y se hubiera detenido al completo, hacia el siglo XIX:

 

"Mi querida Edna:

Como propietario del hotel "la Maison de Beaucoup" y hermano lejano tuyo que soy, debo pedirle disculpas por mi atrevimiento a obligarla a que se quedara con nosotros, hace más de cinco años. Debo reconocer que mis palabras no fueron dignas de escuchar aquella tarde de octubre, cuando los árboles comenzaron a perder sus hojas anaranjadas por el paso del tiempo. Pero debo advertirle que a nosotros no nos queda mucho tiempo para disfrutar de esta maravillosa vida y necesitamos a vuestra sucesora, vuestra hija. No debemos olvidar que aún es una pequeña que corre por la nieve sin preocupación, pero cuando sea su veinteavo cumpleaños optará por las capacidades necesarias para que aprenda con esmero lo que hace falta para seguir manteniendo el hotel que nuestros antepasados dejaron en nuestras manos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.