¿una taza más?

¿Qué secretos escondes, querido hotel?

Diana me guía por las numerosas puertas cerradas con llave. Hasta pararse en una en concreto, mi habitación, justo al final del largo pasillo.

Saca un manojo de pesadas llaves que lleva en uno de los bolsillos de su largo vestido negro. El ruido de la cerradura, penetra en mi interior. Me preparo para que una vez dentro, todos los recuerdos me invadan por completo.

El papel de pared blanco con flores azules, aún conserva todos los recuerdos que tuvieron lugar justo aquí. La gran alfombra blanca en el centro de la habitación, está reluciente, por no hablar del espejo que hay junto al armario y la cómoda, justo a la izquierda de mi cama. Pareciera que el tiempo no hubiera pasado, que todo se ha mantenido intacto desde el día en el que nos fuimos. 

Ella se ha quedado en la puerta, esperando con impaciencia.- O eso es lo que demuestra su rostro.- A que yo entre primero. Doy unos pasos hasta el centro de la habitación y me quedo quieta, observando de nuevo todo lo que me rodea, como si de la primera vez se tratase.

La cama, enfrente mía, parece sacada de un cuento de fantasía; el dosel de seda blanco se extiende por sus extremos. Está perfectamente hecha, con sus sábanas azules y sus cómodos cojines. A ambos lados, descansan dos pequeñas mesitas de noche con sus preciosas lámparas de aspecto victoriano. Mi mirada se fija en el pequeño balcón, está abierto y por él se cuela el atroz frío invernal.

-¿Quién lo habrá dejado abierto?- Anuncia con un tono molesto mientras se dirige a cerrarlo.-¿Está cómo la recordaba?

Asiento, dirigiéndome ahora hacia el tocador, situado justo al lado de la puerta. Un frasco de perfume y un peine de plata es lo único que hay sobre la mesa. Me miro al espejo, tengo un nuevo aspecto, muy diferente al que años atrás se había reflejado aquí mismo, eso es obvio.

Rozo la blanca silla y miro al fuego, ardiendo en la chimenea. Todo esto empieza a traerme recuerdos de esa última noche. Incluso el peluche que mi padre no me permitió llevar conmigo, está cómodamente sentado en la cómoda, sin quitarme la mirada de encima.

-Señorita  Hertford, le dejaré junto a la pared su equipaje.- Me mira fijamente, con esa mirada fría.- Y ahora, si usted lo desea, le dictaré unas cuantas cosas que necesita saber, los señores dijeron que debíamos hacértelo saber, luego le dejaré descansar.

-Si, Conall me dijo algo sobre eso.-Me siento en la cama, esperando impaciente a lo que tiene que decirme.- Cuando usted quiera.

Diana se acerca a la chimenea y remueve algunos troncos para que empiecen a arder.

-Son cosas que no le será muy difícil cumplir.-Hace una pausa.-Deberá hacer el menor ruido posible, ya que en las habitaciones contiguas a estas, se alojan nuestros huéspedes. Las comidas; el desayuno se servirá a las ocho y media, pero nada de bajar en ropa de dormir, deberá haberse aseado y vestido correctamente, la comida será servida a la una y la cena, estará preparada a las ocho y media, salvo cuando se celebren eventos que se servirá a las nueve.-Con el atizador, situado al lado de la chimenea, golpea unos cuantos troncos.-Los horarios para pasear por el hotel son restringidos, de doce de la madrugada a siete de la mañana, deberá mantenerse en su habitación.

-¿Por qué?- Pregunto con curiosidad.

Me mira con cara de sorpresa, como si no estuviera acostumbrada a este tipo de interrupciones.

-Señorita  Hertford, los huéspedes deben descansar en silencio, sin gente que camine por los pasillos a altas horas de la madrugada.-Me rio para mis adentros..- Prosigamos, el té se servirá a las cuatro y media en el comedor principal.- Se acerca a un pequeño pulsador, situado al lado de la puerta.- Si tira de él, le atenderemos enseguida.

-¿Eso es todo?

-¿Acaso le parece poco?-Su tono es amargo, me pregunto si de ese modo trata a todo el mundo.- La dejaré para que haga sus cosas, el señorito Rider le traerá el té.

-Gracias.

Antes de cerrar la puerta, se vuelve hacia a mi y dice:

-Disfrute de su estancia.

Me siento en el tocador y retiro las dos cosas que hay encima. Antes que nada, lo mejor que podría hacer, es escribir a mi madre, luego me daré el baño que tanto ansío.

En uno de los cajones encuentro un papel, amarillento por el tiempo, y una hermosa pluma con la que puedo escribir.

 

“Queridísima mamá:

Acabo de llegar al hotel. Mi habitación se mantiene igual, nada parece haber cambiado. Pero no quiero contarte como es mi habitación, ya que tu puedes imaginarte cómo era. Te escribo para contarte acerca de viaje y mi llegada al hotel.

En el vuelo, conocí a una señora muy amable. (Un poco más vieja que la tía Emily) Se llama Mary Dunbar que también vive en Londres, fue bastante agradable mantener una conversación con ella, luego me dormí el resto del viaje.

Intenté preguntarle a Conall algo relacionado sobre el secreto del hotel,mas para mi sorpresa, se hizo el loco, ni siquiera sabía de lo que estaba hablando. (O no quiere decirme nada o creo que he metido la pata)

Diana, la nueva ama de llaves, tiene un aspecto frío y demasiado responsable y da miedo, bastante. Es como esas institutrices de las antiguas películas, de esas que te miran con ojos amenazantes y te encierran en el ático si osas desobedecer las normas. Aunque espero que esa solo sea su faceta y que debajo de eso, se esconda alguien atenta y amable.




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