¿una taza más?

Esa fatídica noche

Nuestras pisadas en la clara  nieve nos delatan.

Sigo a Nathaniel sin saber bien a dónde nos dirigimos, nuestra única fuente de luz se ha convertido en una débil llama de fuego que amenaza con apagarse a cada paso que damos. Una tenue luz se asoma desde una de las múltiples ventanas del solemne hotel, mas inmediatamente desaparece.

Nos adentramos en el gran jardín trasero, apreciando un hermoso paisaje invernal; sus rosales yacen lúgubres, los árboles nos reciben teñidos completamente de blanco y las distintas esculturas sepultadas bajo la nieve. 

- Ya casi llegamos, señorita Catherine ¿Logra ver la fuente que se encuentra delante nuestra?

Más adelante logro vislumbrar lo que parece ser la silueta de una hermosa fuente de distintos niveles, a su alrededor el camino se encuentra despejado, la grava nuevamente se deja ver.

Asiento, aunque él no sea capaz de verme, pues camina unos pasos más adelante.

Coge lo que parece ser una cesta de mimbre del interior de la congelada fuente y sigue su camino.

Avanzamos unos cuantos pasos más y nos paramos frente a una mesa con dos sillas, sus diseños de metal logran captar mi atención.

Nathaniel deposita con cuidado la lámpara de aceite, protegida con un cristal, junto con la cesta sobre la mesa. Retira una de las sillas:

-¿Le gustaría tomar asiento, señorita  Hertford?- Una sonrisita ilumina su rostro.

-Sería todo un placer, señor Rider.-Me siento

La tenue luz perfila su rostro mientras saca dos tazas de porcelana y una tetera a juego.

-Confío en que aún mantenga su calor, no debí dejarlo tanto tiempo fuera.- Masculla.

Agarra con fuerza el recipiente que contiene el té, inclinándolo sobre la taza más cercana a mi. El líquido de su anterior no cede.

-¡No puedo creerlo! .- Advierto la molestia que desprende su voz.- ¡El té se ha congelado!

Se deja caer sobre la silla libre con el ceño fruncido. Sin poder evitarlo comienzo a reír. Una lenta sonrisa curva los labios de Nathaniel.

-¿Té helado?- Pregunta. Le contagio mis carcajadas.- Juro que pensé que se mantendría caliente, debo parecer un necio.

-Oh, no.- Tomo aire.- Lo encuentro gratamente ocurrente

-¿Galletas tal vez? 

Niego, divertida.

-Debo admitir que se trata de un agradable detalle, gracias.- Admito sin ser capaz de mirarlo fijamente.

-¿Un té congelado? Con mucho gusto.- Se inclina ligeramente hacia mí y su voz se convierte en un susurro.- Cuénteme pues… Adolpshon.

Relato mi inesperado encuentro con el señorito Adolpshon  y todos los demás acontecimientos que acompañaron la noche, sin pausa, manteniéndome lo más tranquila posible.

-Fue… Insólito.- Admito.- ¿Le ocurrió algo parecido, como a la señora Dunbar?

-Creo recordar que si.- Hace una pequeña pausa.- Me asustó encontrarme todo eso, pensé en abandonar el hotel, hasta consideré que me había vuelto loco y que todo era producto de mi imaginación.

-Tan solo las personas que tenemos un contacto estrecho con el hotel logramos verlo… al menos eso parece. Pero ¿Por qué?

Se encoge de hombros.

-Lamento no saber mucho más que usted.

-Formar parte de la familia  Hertford y desconocer todo… me siento impotente.- Suspiro profundamente.- Mas estoy segura de que encontraré lo que busco. 

Su blanca mano se posa sobre la mía, que descansa sobre la fría mesa.

-No dude de ello, señorita Catherine.-Me dedica una sonrisa.- Apuesto a que el señor Adolpshon se mantuvo tan arrogante como siempre.

-¡Señorito Rider!- Su afirmación me desconcierta.

-No me juzgue, siempre tan altivo y engreído.

-Fue muy cordial.- Admito tímidamente.

-Por supuesto.-Se burla.-  He de admitir que no he tenido la suerte de intercambiar muchas palabras con el señorito Adolpshon.

-No hable pues.- Finjo molestia.

Escuchamos atentamente un tenue sonido proveniente de la absoluta oscuridad, la nieve cruje a poca distancia de aquí. 

Separo mis rosados labios para articular palabra, mas inmediatamente Nathaniel posa un dedo sobre ellos, a modo de silencio.

-He aquí lo que deseaba con tanta ansia mostrarle.- Casi no puedo escucharle, tengo que hacer un gran esfuerzo.

El sol comienza a iluminar el gran hotel.

Entre los arbustos, un pequeño ciervo se deja ver, observándonos con cautela.

Nathaniel desliza su mano en la cesta y saca varios frutos; bellotas y castañas en su mayoría. Se levanta con sumo cuidado hasta colocarse detrás de mí, el ciervo mueve sus orejas en nuestra dirección, mas no se asusta. Abre mi mano y permite que algunos frutos descansen en ella.

-No tema, ofrécele y no se mueva.




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