Mi corazón parece querer salirse de mi cuerpo cuando lo distingo entre la multitud.
Se encuentra rodeado de personas con las que conversa alegremente, su tez desprende seguridad y calma, es consciente de lo popular que es su familia y parece lucrarse con ello.
-Siento que esta noche no va a necesitarme, señorita Catherine.- Nathaniel camina unos pasos detrás de mí.
-Siempre acabo recurriendo a usted, señorito Rider.- Admito entre risas.
-Me temo que quedará tan cautivada nuevamente por el señorito Adolpshon que acabará por olvidarme.- Manifiesta de forma burlona.- No obstante, si sus conversaciones le resultan tediosas, estaré encantado de rescatarla.
-Nadie podría reemplazarlo.
Avanza hasta ponerse a mi altura, poco antes de terminar de bajar las magníficas escaleras.
-Formar parte de la servidumbre ya es un punto en mi contra, querida Catherine.
-Deje decir sandeces, sabe bien que no comparto la mentalidad de esta época.
Una pequeña sonrisa asoma de sus rosados labios.
Cuando ponemos un píe en el brillante suelo de madera, su mirada se clava en mí y observan con rareza a mi acompañante.
-Señorita Hertford.- El señorito Adolphson se acerca a mí y me obsequia con un débil beso en mi mano enguantada.- Es un placer verla de nuevo.
Nathaniel aparta sus ojos de nosotros, incómodo.
-Puede retirarse, está a buen recaudo.- Lewis Adolphson muestra superioridad, dirigiéndose a Nathaniel.-Tendrá más personas a las que atender.
-¿Sabe usted? La señorita Hertford es una de mis favoritas.- Una sonrisa burlona ilumina su semblante, alejándose después.
El señorito Adolsphon se muestra desconcertado, a la vez que yo.
-El servicio se ha vuelto demasiado impertinente.-Una ligera arruga se forma en su frente.-Deberían adoctrinarlos nuevamente.
Sus acompañantes asienten casi al unísono.
Aquellos que usan el estatus y la posición social para juzgar y discriminar a los otros, eso es vil.
El señorito Adolpshon me presenta ante sus acompañantes, incluyendo a su querida hermana, Jane Adolpshon, que sin disimulo, acompaña con la mirada a Nathaniel.
Apenas digo palabra, conversan sobre arte y casamientos en su mayoría, invitándome a participar en alguna ocasión, en vano. Mas, me deleito observando a los invitados andar de un lado para otro, incluso me ha parecido ver que el conde Hallam contemplaba esta escena, pero luego ha desaparecido.
Entre risas y habladurías nos adentramos en el comedor, escuchando la meliflua música. La señorita Adolspshon me invita a sentarme con ella en una de las sillas que han sido apartadas. Ella abre su abanico de plumas blancas y empieza a abanicarse lentamente sobre el pecho, indicando que busca alguien con quien bailar. Lewis se encuentra charlando lejos de aquí, apenas lo distingo.
-Padre dijo que tengo que buscar un buen marido, casarme y formar una familia.
-Veo que se encuentra impaciente.- Respondo, dándome cuenta de lo joven que es para eso.
-Puede, no estoy segura.- Hace una pausa.- Perdona mi indiscreción pero… No lleva ningún anillo.
-Si lo que deseas saber es si estoy comprometida, no, no estoy comprometida.
-Mi hermano tampoco, padre no hace más que presentarle jóvenes encantadoras, mas él las rechaza.
-Se escucha que el señorito Adolpshon estuvo a punto de casarse.- Me atrevo a decir.
Se lleva la mano a los labios y esconde una tierna risita.
-Me temo que se trata de una falacia, señorita Hertford.
Escondo mi sorpresa.
- Debo admitir que guardo un vago recuerdo…-Prosigue.- Debo haber escuchado ese rumor más veces.
Entonces tan solo es un rumor… El señor Hallam debe de estar equivocado.
La música cesa y es despedida con aplausos. De repente mi pulso empieza a acelerarse, el señorito Adolphson se acerca sonriente hacia aquí.
-Deberás perdonarme.- Dice dirigiéndose a la señorita Adolpshon.- Le prometí un baile a tu acompañante.
Me sumerjo en un estado de inquietud cuando rozo la mano que me tiende. Sus verdes ojos brillan y sus largas pestañas rozan sus mejillas cada vez que pestañea. Curva débilmente las comisuras de sus labios.
Me ofrece su brazo, titubeo un poco y me agarro a él. Noto sus músculos tensarse bajo su manga.
Pasamos frente a un grupo de jovencitas que me dedican una mirada recelosa mientras agitan sus enormes abanicos de plumas de colores ¿Es por mi acompañante? Lo observo sin disimulo; su rostro es alargado con las líneas bastante marcadas, sus rosados y carnosos labios forman una pequeña sonrisa. Cabe destacar que es muy apuesto. Inmediatamente mis mejillas se encienden ante tal pensamiento.
Los músicos se preparan para cautivarnos nuevamente con otra de sus piezas; el señorito Adolphson acelera débilmente el paso.
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Editado: 15.11.2024