El calor de la chimenea invade nuestros cuerpos con gran rapidez. Entre mis frías manos, guardo una taza de té, de donde emerge un cálido vapor. Me encuentro sentada en uno de los sillones de la biblioteca, junto al señorito Rider, que descansa a unos metros de mí.
El silencio que nos rodea es quebrantado por los tallos de madera que arden y se quiebran enfrente nuestra, se siente reconfortante y acogedor. Ambos nos encontramos sumergidos en nuestros propios pensamientos; quién sabe qué estará meditando él ¿Acaso se trata de nuestro recóndito encuentro? O tan solo es otra cosa que no posee importancia alguna. Sea como sea, yo no puedo abandonar el pensamiento que surge en mí, Lewis Adolphson. No encuentro el motivo por el cual regresa constantemente a mi cabeza. Apenas se quien es y de no ser por la foto de color sepia que encontré en el desván de casa, tampoco sería consciente de su existencia.
La puerta de la biblioteca se abre y se cierra súbitamente, alguien ha entrado. Nathaniel y yo intercambiamos varias miradas que destacan desconcierto y a su vez temor de que la señora Jones pueda habernos encontrado y por ende, descubierto nuevamente estando juntos, a pesar de no estar realizando nada inadecuado, pero a sus ojos, todo es convertido en algo desacertado.
Sus pasos resuenan por toda la estancia, acompañados de un tercero, solo que mucho más débil. Mis sentidos se agudizan cuando dejo de escucharlo y el miedo empieza a apoderarse de mi ser. Nathaniel nota mi inquietud y sin dudarlo se acerca a mí.
-¿Se encuentra bien?
-Si, lo estoy.- Respondo casi en susurro.- ¿Quién podría ser?
-No muchos frecuentan la biblioteca y permíteme dudar que se trate de la señora Jones, ella no utiliza bastón. Así pues, cálmese.
Lentamente consigo evadirme de mi espanto y procede a sentarse a mi lado, incitando a que mis latidos se aceleren más aún.
-Le sugiero que se termine la taza de té antes de que se logre enfriar. Confío en que le servirá de gran ayuda para relajarse.
Procedo a seguir su consejo, sintiendo como un nudo en la garganta me impide tragar. Por lo que la dejo sobre la mesa que se encuentra enfrente mía. De improviso, percibimos el rumor de algunos libros siendo retirados de sus respectivos lugares. La blanca mano de Nathaniel se desliza pausadamente sobre la suave tela, posándose sobre la mía. No soy capaz de moverme por lo que él prosigue y la agarra con fuerza sin poder mirarme a los ojos. El calor que se encuentra en mí, es conducido a mis mejillas.
Percibimos los pasos una vez más, mas esta vez parece ser que se acercan hacia donde nosotros nos encontramos. Se escuchan más cerca, justo a nuestra espalda y se paran en seco.
-Buenas noches.-La misma voz de la noche anterior, causa en mí, un pequeño sobresalto.
Sin añadir nada más, una figura oscura y elegante, deja su largo abrigo y su bastón sobre el perchero y se sienta con suavidad en el sillón libre, ocupado anteriormente por Nathaniel. Abre el grueso libro, nosotros apenas somos capaces de mirar al señor Lawrence Hallam, que se concentra en su lectura.
Su presencia logra inquietarme, el señorito Rider suelta mi mano cuando siento que más lo necesito.
-No te vayas.-Susurro de tal manera que él tiene que acercarse un poco hacia mis temblorosos labios para poder escucharme.
-¿Sabe señorita Hertford? Usted me recuerda a una vieja amiga mía.-Me sobresalto tras escucharlo, no aparta la mirada del libro.-No logro recordar su nombre… Estaba enamorada del señorito Adolphson.
Mi interés despierta, por lo que procedo a responder.
-¿Y qué pasó con ellos?
Dibuja una sonrisa, como si se sintiera complacido de haber captado mi atención. Cierra el libro y sus ojos me atraviesan cuando se clavan en mí.
-Puede retirarse.
Mostrándome desconcertada tras lo que he sido capaz de escuchar, Nathaniel se levanta, no sin antes haberme cogido la mano y posado en ella un suave y delicado beso.
-Si me necesita ya sabe donde encontrarme.- Me dedica una pequeña sonrisa.- Le esperaré.
Coge mi taza de té con sus guantes blancos y desaparece por los pasillos llenos de antiguos libros.
-Parece ser que le resulta complicado separarse de usted ¿No cree?
-Su presencia me reconforta.
-Una dama como usted, siempre debería tener a alguien que cuide de ella. Yo mismo podría… tal vez, mas lamentandolo mucho tengo otros asuntos que me mantienen terriblemente ocupado.- Mis manos juegan entre ellas, incómodas.- No me demoraré más, parece inquieta por escuchar la anécdota de mi buen amiga.
Carraspea y da por empezada la historia.
-Sucedió no hace demasiado tiempo, al menos es lo que sospecho…
“ Con gran claridad, rememoro la gélida noche en que nuestros caminos se entrelazaron por primera vez. Allí, justo en el lugar donde usted ahora se encuentra, la vi sentada, absorta en el baile de las llamas, sus suspiros resonando en la quietud de la biblioteca. Me acerqué a ella con precaución, y a medida que compartíamos palabras, la semilla de una amistad sincera germinó. Nos convertimos en confidentes, cautivados por cada rincón de esta sala silenciosa. En una de nuestras charlas encantadoras, ella me confesó su profundo amor por el señorito Adolphson.-Sus ojos despiertan un escalofrío en mí al evocar el pasado.- Durante los bailes, dejaba caer su abanico con regularidad cuando él dirigía su mirada hacia ella, un sutil mensaje de interés. Y así comenzó un delicado juego: el señorito Adolphson le otorgaba flores, rosas, lirios malvas, calas... aquel lenguaje mudo pero expresivo que solo las flores saben hablar.- amor, seducción, belleza.- El tiempo avanzó, y la pareja decidió compartir su amor con el mundo. Como dicta la tradición, él buscó la bendición de sus padres antes de dar el paso definitivo. Sin embargo, encontró resistencia. Un día, desapareció, ella desapareció, sumiéndose en un enigma que desconcertó a todos. Rumores y habladurías la rodearon; algunos juraban haberla visto en burdeles, otros afirmaban que había huido, indecisa ante un matrimonio con Lewis, aunque sus progenitores se opusieran. Finalmente, regresó, con un vientre creciente y un esposo misterioso a su lado. Lewis le entregó dos flores, una lila y una camelia rosa, en un simbólico adiós. Pero, después de aquel momento, ella se evaporó en la bruma del misterio, como si las sombras de la noche hubieran engullido su presencia. Su figura se desvaneció del mundo que conocíamos, una enigmática incógnita que perdurará en la memoria como un susurro de tiempos pasados y amores truncados.“
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Editado: 15.11.2024