Mis ojos siguen fijos en la fotografía de color sepia, casí no soy capaz de pestañear, envuelta en la confusión que me provocan sus palabras ¿Cómo es que nadie se percató de la muchacha que se paseaba por los pasillos vestida en camisón? ¿Será que no recuerdan absolutamente nada?
Me pierdo entre mis pensamientos olvidando por completo que me encuentro acompañada. El conde Hallam se levanta, impresionando a todo aquel que se digne a observarlo, como un rey ante sus súbditos. Deja reposando la fotografía sobre la mesita de café; la pequeña niña sonríe. Él se inclina ante el fuego, o mejor dicho, lo que queda de él.
-¿Dónde está la servidumbre? -Masculla en tono molesto.- Nunca están cuando se los necesita.
Examino cada uno de sus majestuosos movimientos, advirtiendo lo misterioso que puede llegar a ser, con el atizador de metal remueve las ascuas, tratando de resucitar las llamas, en vano. Un golpe seco es suficiente para que la ceniza manche la costosa alfombra que descansa bajo nuestros pies, seguida de varias chispas, un punto color rojo se apaga a la vez que toca el suelo. Sopla débilmente en la chimenea, consiguiendo que la quemada madera se encienda, mas no se mantiene por mucho tiempo.
Se levanta con el ceño fruncido, indignado por no haber sido capaz de avivar el fuego. Ojea su alrededor, en busca de alguien que pueda hacerlo por él.
Hace una leve seña con la mano a una de las sirvientas que se alejan con copas llenas de champán burbujeante, obediente se acerca hacia aquí. Su cuerpo tiembla bajo la cargante mirada del conde, parece un pequeño ratón que ha caído en la garras de un malvado gato.
-Encienda la chimenea.- Sus palabras son firmes.
-Enseguida, señor.
Con movimientos torpes se arrodilla frente a las ascuas, descuidando su negro vestido, adornado con ceniza. El conde vuelve a tomar asiento, sin perder de vista cada movimiento que ella realiza.
-Bien, continuemos, señorita Hertford.- Su profunda voz se cuela en mi interior.-¿Por dónde íbamos?
-La fotografía.- Me limito a decir.
Sonríe de oreja a oreja, dejando a la vista alguno de sus blancos dientes.
-Una imagen muy especial, sin duda.
-Todos parecen estar divirtíendose.- Me permito admitir, envuelta en la incertidumbre de la hoja de papel.
-Puede usted juzgarlo por sí misma.- Toma de nuevo la fotografía entre sus manos y la observa.
Mi nerviosismo crece, sé que va a reconocerme. No puedo permitirlo, pues ¿Qué sería de mí? Intento cambiar de tema bruscamente.
-Señor Hallam, esa historia que me contó sobre el señorito Adolphson ¿Es real?
Su rostro se transforma en sorpresa, pues parece que no le gusta que cuestionen sus palabras.
-En efecto, señorita Hertford ¿Duda usted de mí?
La doncella logra traer de vuelta el calor del fuego, se sacude el vestido todo lo rápido que la mirada del Conde le permite, hace una patosa reverencia y se marcha. Los troncos de madera crujen nuevamente, el fuego se abre paso entre ellos con rapidez, anaranjado su interior.
-Por supuesto que no, señor Hallam.- Vuelve a mi cabeza la conversación con la señorita Adolphson.- Escuché que tan solo era un rumor.
-¿Lo cree así?- Una sonrisa sarcástica ilumina su semblante.
El silencio nos engloba tras no haber sido capaz de responder, él espera pacientemente.
Observo sin disimulo al tío Heinz, su canosa barba se encuentra totalmente arreglada y viste una ostentosa chaqueta negra. Acompaña a un viejo hombre que lleva un gran puro en una de sus grandes manos. El señor Hertford ha advertido sobre mi presencia, pues se despide de su acompañante, presiento que le está poniendo una excusa para separarse de él.
-Sospecho que mi relato le resultará más creíble si confieso el nombre de mi buena amiga.- El Conde Hallam me sobresalta.- Quizá reconozcas de quien se trata.
El tío Heinz camina despacio hacia aquí, sin apartar la mirada del joven Conde, parece inquieto ¿Estará enfadado conmigo por haber bailado con Lewis Adolspshon?
-Lo escucharé, mas no creo conocerla.
-Nunca se sabe, señorita Hertford, no obstante, permítame contarle.
La presencia de Heinz lo interrumpe, no es propio de él realizar actos como este ¿Su miedo de que permanezca junto a la sociedad victoriana es tan grande? Si tan solo supiera lo que tanto temen… Sería mucho más cuidadosa, al menos, lo intentaría.
-Buenas noches, señor Hallam, querida Catherine.- Sin casi percibirlo, se forma una arruga en su nariz.- Deberán perdonarme por mi interrupción, mi mujer espera que la señorita Hertford se reúna con ella y con las demás mujeres.
El conde Hallam mira el reloj de cuco.
-Buenas noches, señor Hertford.- Advierto en sus ojos un tenue destello.- Conversamos alegremente ¿Tal vez quiera unirse? Hablábamos sobre el señor Adolpshon.
La mandíbula de Heinz se tensa.
-Quizá en otra ocasión.- Me siento en la obligación de levantarme tras el peso de su mirada.- Ya sabe cómo de insistentes son las mujeres.
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Editado: 15.11.2024