Observo con cautela cómo sus profundos ojos verdes exploran cada rincón de mi ser. Mi corazón late con fuerza en mi interior. Cada vez que nuestra mirada se encuentra, una mezcla de nerviosismo y emoción se apodera de mí.
-Señorito Rider, pare, va a conseguir sonrojarme.- Le reprendo entre risas, intentando ocultar la ligera incomodidad que sus miradas provocan en mi piel.
-Disculpe si lo hice, no era mi intención incomodarla.- Sonríe con amabilidad, aunque su mirada sigue siendo intensa.- Debo admitir que luce excepcional hoy.
El cumplido sincero y el brillo en sus ojos me hacen sentir un ligero nerviosismo que me recorre por completo. Un calor suave sube a mis mejillas, y me esfuerzo por mantener la compostura.
El recibidor se mantiene en silencio, el reloj aún no despierta a las almas que vagan por el hotel. Es un silencio que parece resonar con los susurros de las historias pasadas y las emociones reprimidas, todo aguardando su oportunidad de emerger y
danzar una vez más. Este es el momento en que los muros de la realidad se desvanecen y las historias ocultas emergen de entre las sombras.
Nathaniel y yo estamos situados cerca de la escalera imperial, nuestras figuras apenas visibles en la penumbra. Soy consciente de su cercanía, de su presencia reconfortante que me da fuerzas para enfrentar lo que está por venir. La soledad del recibidor se vuelve un escenario íntimo para nosotros, donde nuestras almas se conectan en un entendimiento profundo y silencioso.
Mis dedos se aferran suavemente al dobladillo de mi vestido. El señorito Rider, con su mirada atenta y cariñosa, emana la calma que siempre logra transmitirme. Es como si estuviéramos sosteniendo juntos la respiración, a la espera del momento mágico en que las figuras del pasado reviven ante nuestros ojos.
Y entonces, como un suspiro del universo, el reloj de cuco emite su dulce llamada. A medida que las campanadas llenan el aire, siento cómo la tensión en mis hombros se disuelve, reemplazada por una sensación de asombro y gratitud. Es como si estuviera a punto de cruzar un umbral hacia un mundo donde el tiempo es fluido y las historias se entrelazan en un baile sin fin.
Cuando el último eco se desvanece, el recibidor se transforma. Los retratos en las paredes parecen cobrar vida, los muebles antiguos recuperan su esplendor y la atmósfera se impregna de una energía que solo podemos describir como mágica. Las figuras vestidas con elegancia y gracia emergen de la oscuridad, como si fueran retratos que finalmente se liberan de sus confines.
La gran puerta principal se abre y personas vestidas con trajes victorianos proceden a entrar, sus ropas exquisitas y los gestos refinados me trasladan a una época pasada. Se deslizan por el recibidor con gracia, como si estuvieran asistiendo a la más exquisita de las fiestas. Sus risas suaves y conversaciones susurradas llenan el aire, y no puedo evitar sentir que he sido transportada a un sueño encantado.
En medio de la multitud de entes elegantemente ataviados, mis ojos se encuentran con los de uno de ellos. Lewis Adolphson posee una mirada melancólica, su porte y elegancia destacan incluso entre esta asamblea sobrenatural. Su mirada se conecta con la mía por un breve instante, y siento un escalofrío recorriendo mi espalda.
Por un efímero momento, siento compasión por el señorito Adolpshon y su historia de amor inacabada. Tal vez se encuentra sepultada en lo más profundo de su ser u olvidada en algún oscuro abismo, repleto de lo que alguna vez fueron recuerdos. Alimento mi fantasía con la imagen de los jóvenes amantes danzando sobre el mismo suelo que ahora piso, envueltos en promesas e ilusiones, sin sospechar el sombrío destino que les aguardaba, convirtiéndo todo en cenizas. Presiento que esta narrativa oculta una esencia lóbrega y, sin ser consciente, acaricio el bolsillo donde reposa la carta.
Con una sonrisa traviesa, el señorito Rider murmura cerca de mi oído:
-¿Debo preocuparme, señorita Catherine? Si el señorito Adolphson sigue mirándola así, es posible que empiece a envidiarlo.
Se me escapa una risita inesperada y él forma una mueca de orgullo.
—Te aseguro que no necesitas preocuparte.
Nathaniel me dedica una mirada divertida y levanta una ceja en un gesto exagerado.
—Oh, por supuesto. Es probable que deba temblar ante la competencia que Adolphson presenta. No obstante, no se preocupe, siempre estaré aquí para recordarles quién es el más encantador de todos.
Reprimo las carcajadas, y le brindo un ligero empujón.
—Eres un caballero tan modesto, Nathaniel.- Bromeo.
Nathaniel posa una mano sobre su corazón en un gesto teatral.
—Me rompes el corazón con tus palabras, señorita Catherine. Supongo que tendré que conformarme con ser un simple sirviente.
—Oh, señor Rider, considero que es usted irremplazable.
Su sonrisa se ilumina.
-Y usted, señorita Catherine, es la razón por la cual se encendería el corazón de cualquier hombre.- Su tono desprende sinceridad.
Sus palabras resuenan en el aire, golpeando mi corazón con una cadencia sorprendentemente intensa. Un escalofrío recorre cada centímetro de mi cuerpo, y aunque reblandecen mi corazón, también despiertan un atisbo de incertidumbre. A pesar de todo, mi pálida piel opta por adornar mis mejillas en un tono rosado.
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Editado: 15.11.2024