La puerta se abre con suavidad, Nathaniel y yo entramos en el salón de baile, un remanso de la época victoriana. Mi corazón se acelera ante la visión que se despliega ante mis ojos. La gran habitación está iluminada por candelabros majestuosos que arrojan un resplandor dorado sobre las paredes cubiertas de paneles de madera oscura y los techos decorados con molduras intrincadas.
El suelo de madera pulida brilla bajo nuestros pies, reflejando el centelleo de las luces y creando un escenario perfecto para el baile. Los espejos adornan las paredes, duplicando la visión de parejas elegantemente vestidas que giran y se deslizan por la pista. Las damas lucen vestidos largos y vaporosos con encajes y lazos, mientras que los caballeros llevan trajes de chaqueta y corbata de moño.
La música fluye a través de la sala, interpretada por una orquesta invisible pero presente, como si los ecos del pasado aún estuvieran vibrando en el aire. El sonido de violines y pianos se mezcla con risas y el murmullo de las conversaciones educadas. Las parejas bailan con gracia y elegancia, siguiendo los movimientos de un vals, y el susurro de los vestidos y el suave roce de los zapatos contra el suelo crean una sinfonía de sonidos encantadores.
-Después de usted, señorita Catherine.- Extiende su brazo, sosteniendo la pesada puerta de madera de roble e invitándome a entrar.
Le dedico una amable sonrisa y siento como mi corazón late cada vez con más fuerza.
-Si no fuera visto como un simple miembro de la servidumbre, es probable que la invitara a bailar.- Susurra cerca de mi oído, atravesando el umbral de la puerta.
Mis mejillas se tiñen de un suave rubor mientras avanzamos hacia la majestuosa sala de baile. El brillo de las luces y la música en el aire crean una atmósfera verdaderamente encantadora.
Él me mira con sus ojos cálidos, y por un momento, parece que estamos solos en medio de la multitud. La música envuelve nuestros sentidos, y en ese instante, el mundo exterior desaparece, dejándonos con el hechizo de esta hermosa esencia victoriana.
-Debo admitir que sería todo un placer, señor Rider.- Admito entre risitas.
Nathaniel me guía con delicadeza a un rincón estratégico desde donde podemos observar la elegante danza sin ser el centro de atención. Estoy maravillada por la belleza y la gracia de la escena ante nosotros, mientras él permanece a mi lado, fiel y atento.
Bajo las capas de mi vestido, siento un ligero temblor que me recuerda la emoción que bulle en mi interior. Me concentro en una de las parejas que se desliza en un precioso vals, evitando deliberadamente buscar a mis tíos entre la multitud.
La magia de esta noche envuelve todo, mas en algún rincón de mi mente, la inquietud persiste y las preguntas danzan incesantes en mi cabeza.
Percibo la mirada de la señorita Adolpshon recaer sobre nosotros con una expresión enigmática. Sus ojos parecen rastrear cada gesto entre Nathaniel y yo con un interés que, aunque no se expresa en palabras, se siente como un susurro en el aire. Me acerco a él y siento el calor que emana de su cuerpo, lo sorprendo, mas parece no querer moverse.
El señorito Rider observa su alrededor, sin percatarse de la cargante mirada de Jane Adolpshon, ajeno a lo cerca que se encuentra de nosotros a cada paso que da.
-Buenas noches, señorita Hertford. Señor... -Añade, realizando una patosa reverencia que parece desentonar con el ambiente de la sala de baile. El desconcierto en el rostro del señorito Rider es evidente, como si no estuviera acostumbrado a estar en el centro de la atención de la alta sociedad.
-Señorita Adolphson... -Nathaniel pronuncia con cautela el apellido, mostrando respeto aunque también cierto desconcierto.
-Buenas noches.- Saludo sin mucho entusiasmo.-¿No baila, señorita Adolpshon?
El azul intenso de sus ojos brilla cuando se posan en mí.
-No encuentro con quien, señorita Hertford. La mayoría de los caballeros aquí presentes parecen estar más interesados en otras damas o simplemente no me apetece bailar con ninguno. - Sus labios se curvan en una sonrisa tímida.
Nathaniel interviene con amabilidad.
-Es una pena que no encuentre a alguien con quien bailar, señorita Adolphson. La música es encantadora esta noche.
Ella sonríe, cabizbaja.
-Usted mismo podría…- Murmura, apenas soy capaz de distinguir las palabras, como si desafiara sutilmente las barreras sociales impuestas por su estatus.
Él carraspea con delicadeza, dejando entrever una cierta incomodidad que se cierne en el ambiente que nos rodea. En ese instante, su mirada se desvía hacia mí, evaluando la situación con un gesto de cautela y curiosidad. A pesar de su posición como sirviente y la compleja dinámica social que impone restricciones, puedo percibir en su expresión que no se siente a gusto aceptando la invitación de Jane. Sus ojos reflejan la conciencia de las normas sociales que limitan sus acciones.
Jane persiste, esperando una respuesta. Nathaniel finalmente responde con cortesía pero con firmeza:
-Le agradezco mucho su amable ofrecimiento, señorita Adolphson, pero, lamentablemente, no puedo aceptarlo. Las reglas de nuestra sociedad son inquebrantables en este aspecto. Aprecio mucho su consideración.- Deja escapar el aire de sus pulmones.
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Editado: 15.11.2024