¿una taza más?

Entre barrotes de hierro

La noche envuelve al hotel con su manto oscuro y misterioso, mientras susurra secretos ancestrales entre rincones silenciosos. Las luces de las habitaciones destellan como luciérnagas en la penumbra, revelando la vida que aún palpita. Las estrellas, aunque tímidas detrás de las nubes, lanzan destellos intermitentes en el lienzo nocturno, como guiños cómplices en este cuadro de intriga.

El viento, portador de historias olvidadas, acaricia suavemente las ramas de los árboles, creando un murmullo que parece susurrar antiguos secretos. Los copos de nieve caen con gracia desde el cielo, descansando sobre blanco manto y etéreo que contrasta con la oscuridad circundante. El frío se adhiere a cada rincón, como si fuera un testigo silencioso de las muchas historias que este lugar ha atestiguado a lo largo de los años.

La majestuosidad del hotel se destaca aún más en medio de la noche, sus ventanas brillan como faros de esperanza en la vastedad del bosque circundante. La luz que emana de su interior revela una escena intrigante: sombras que se mueven, risas suaves y murmullos de conversaciones. La atmósfera se carga de un magnetismo inexplicable, como si el propio tiempo se detuviera en este rincón olvidado del mundo.

La luna, testigo silente de todos los acontecimientos, brilla con un resplandor plateado, arrojando su luz sobre el hotel. ¿Qué habrá podido presenciar desde allá arriba?

Acompañada por el señorito Rider, me adentro en el amplio recibidor, donde las miradas de los presentes se posan sobre mí, como si pudieran percibir la tormenta de emociones que me agita por dentro. Mantengo la compostura, a pesar de la incertidumbre que me envuelve. Mis pasos resuenan pesadamente en el suelo de madera, y en mi mente, los pensamientos danzan como sombras inquietantes. Desearía poder sumirme en un profundo sueño y despertar en un día diferente, pero el señorito Rider ha tomado una decisión sensata; buscar el consuelo del aire nocturno antes de entregarse a los problemas que acechan en la oscuridad de la noche.

Siento un ligero ardor en los ojos, y mi corazón late con una mezcla de dolor y anhelo. Opto por apartar de mi mente los pensamientos que amenazan con abrumarme y me concentro en las figuras que me rodean. Los rostros de los presentes expresan diversas emociones, desde la curiosidad hasta la simpatía y, en algunos casos, la indiferencia. Es como si estuviera en el centro de un escenario, lista para una actuación que no he ensayado.

La atmósfera en el recibidor es inquietante, impregnada de una tensión palpable. La luz de las lámparas de araña arroja destellos dorados sobre los muebles antiguos y los retratos que adornan las paredes. 

-Permítame acompañarla al exterior por unos minutos.- Nathaniel parece hablar con convicción-. Estoy seguro de que le ayudará a sentirse mejor, señorita Catherine. Confíe en mí.

Agradezco con un gesto de cabeza la sugerencia de Nathaniel. Sus palabras transmiten una sensación de confianza.

-Gracias, señorito Rider.- Susurro.

Caminamos juntos hacia la puerta principal, dejando atrás la opresiva atmósfera del recibidor. El aire nocturno golpea mi rostro, frío y revitalizante, como si tuviera el poder de lavar las preocupaciones y los pesares que han atormentado mi mente. La noche está en silencio, solo interrumpida por el susurro del viento entre los árboles y el crujir de la nieve bajo nuestros pies.

Nathaniel rompe el silencio:

-Señorita Catherine, en ocasiones me parece que la vida se asemeja a una vasta biblioteca repleta de libros enigmáticos. Cada pasillo representa un nuevo día, y cada libro, una oportunidad para desvelar una verdad oculta.

Pierdo la mirada en la distancia, reflexionaba sobre sus palabras, sintiendo la pesada carga de la incertidumbre.

-Señorito Rider, a diferencia de los libros, no tenemos un índice que nos muestre dónde encontrar las respuestas a nuestras preguntas más profundas.

Sus ojos transmiten comprensión.

-Sabe bien que los libros no serían tan cautivadores si desveláramos todos los detalles de la trama desde el principio, señorita Catherine.

Me encuentro conmovida  por su sabiduría contenida en sus palabras.

-Quizás deba aprender a abrazar la incertidumbre y considerarla como una oportunidad en lugar de una carga...- Acaricio mis brazos con la intención de entrar en calor.

Nathaniel, con una sonrisa serena, continúa  con su metáfora literaria.

-Exactamente, señorita Catherine. La vida presenta sus propios capítulos enigmáticos, y cada día es una página nueva por escribir. ¿Quién sabe qué descubrirá en las próximas páginas de su historia?

Le dedico una sonrisa.

Nuestra conversación, llena de matices y reflexiones, se ve abruptamente interrumpida por la figura imponente del Conde Hallam. El hombre, de porte majestuoso y elegante, irrumpe en la puerta principal con una presencia que desafía la propia oscuridad de la noche. Su atuendo, caracterizado por un abrigo que cae con gracia sobre sus hombros y un sombrero de copa que realza su figura, refleja la soberbia que le es inherente, su batón de mango dorado va delante de él. Parece, en apariencia, que no ha reparado en la conversación que hasta hace un momento ocupaba mi mente.




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