¿una taza más?

Trazo de intriga

El ligero temblor de mi cuerpo me despierta, y mis sentidos luchan por salir de la placidez de un sueño que, por un breve instante, me brindó la ilusión del calor. Tengo frío, un frío que parece insaciable, que se adhiere a mi piel y se cierne sobre mí como una gélida manta. Me abrigo con las suaves sábanas de seda, mas su tacto helado provoca en mí escalofríos que se propagan desde la punta de mis dedos hasta el último rincón de mi cuerpo. Aprieto los ojos con fuerza, aferrándome a la última ráfaga de sueño, reticente a abandonar el mundo de los sueños. Todavía no.

Siento mi pelo alborotado cubrirme el rostro, me hace cosquillas y añade una sensación de caos a mi despertar. La oscuridad me rodea, la luz de la luna se cuela tímidamente a través de mis cortinas semitransparentes, pintando rayas de plata en las paredes. En la chimenea, el fuego exhala sus últimos alientos, como si incluso las llamas estuvieran renuentes a romper la calma de la noche.

Escondo mi cabeza bajo los cojines, buscando el consuelo del calor que se evapora lentamente. La sensación de soledad se vuelve abrumadora, y una nostalgia inexplicable me invade. Mis pensamientos se enredan en una neblina de imágenes borrosas y recuerdos difuminados.

Con una de mis manos, rozo sin querer el libro que descansa en la mesita junto a mi cama. El regalo del señorito Rider asoma tímidamente de entre sus páginas, deseando que lo tome entre mis manos y lo admire nuevamente. Mis sueños han creado un mundo donde solo existíamos él y yo ¿Por qué esa conexión inexplicable entre nosotros, incluso en el mundo de los sueños?

Mis pensamientos se vuelven turbios mientras trato de recordar el contenido del sueño, mas las imágenes se deslizan como sombras esquivas. Una extraña sensación se cierne sobre mí, como si los límites entre la vigilia y el sueño se hubieran vuelto borrosos, y el roce de sus dedos en mi piel en el mundo de los sueños se sintiera tan real como el frío que me envuelve ahora.

Con todas mis fuerzas, intento retener los detalles del sueño, como quien trata de atrapar el viento en sus manos, en vano.

Mis ojos se abren, aún cansados y me incorporo de la cama, en busca de algo que pueda ayudarme. Mis movimientos son torpes y somnolientos mientras me dirijo al imponente armario y lo abro con cuidado, evitando hacer cualquier tipo de ruido. Sus puertas se abren, reflejando en el gastado espejo a una jovén en camisón y el pelo enmarañado. Mis ojos se deslizan hasta llegar al último estante, donde descansan las cálidas mantas, intento estirar mi cuerpo, mas es imposible. 

Acerco la silla del tocador, como si mi vida dependiera de ello, me aseguro de que esté estable antes de subirme a ella. Mi corazón late con una mezcla de emoción y preocupación mientras me elevo hacia el estante. Alcanzar la manta parece una tarea sencilla, mas la altura de la silla, me hace sentir vulnerable. Me encuentro de puntillas, extendiendo el brazo tanto como puedo, siento la textura de la lana rozando mis dedos. La punta de mis manos acaricia el borde de la manta, estoy a punto de tomarla. La silla se tambalea peligrosamente.

Mi pulso se acelera, y por un precioso momento, siento que voy a caer, mas logro recuperar el equilibrio, habiendo conseguido mi trofeo.

El polvo se cuela sutilmente en mis fosas nasales cuando extiendo la manta sobre la cama, provocándome un estornudo inoportuno. Con cuidado, me envuelvo en ella, sintiendo su suavidad y calidad abrazándome como un capullo, mientras me sumerjo en la comodidad de mi lecho. Bajo la manta, encuentro refugio y permito que el sueño me envuelva una vez más, entregándome a la calidez y seguridad que ofrece.

El suave murmullo de la música del salón llega hasta mis oídos, apenas audible, pero los susurros de los instrumentos logran filtrarse en mi refugio. Aferrando la manta, cubro mi cabeza en un intento de ahogar el ruido intruso. En ese instante, la puerta de mi habitación se entreabre por una fracción de segundo, pero luego, reina el silencio. Mis párpados, pesados por el cansancio, luchan contra mi voluntad de mantenerme despierta.

Escucho con atención lo que parece ser el sigiloso roce de unas botas sobre el suelo de madera, y una sensación de confusión empieza a tomar forma en mi mente. La línea entre el mundo de los sueños y la realidad se entrecruzan peligrosamente. Mis sentidos captan el sutil sonido de pisadas que se acercan, y bajo la manta, presiento que alguien se halla cerca de mí, un hombre, por la firmeza y la cadencia de su caminar. El miedo me paraliza cuando intuyo que una mano podría alzarse sobre mí en cualquier momento, descubriéndome por completo.

Mi mente se debate en un torbellino de posibilidades. ¿Es esta una alucinación, un espectro de mi propia imaginación, o realmente alguien ha entrado en mi habitación en plena noche? La incertidumbre y el miedo me asaltan mientras espero, temblando bajo la manta, a que se revele el enigma que se oculta en la oscuridad.


 

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Mis pasos se funden con el alegre coro de trinos que llenan el aire. El sol se alza alto en el cielo, derramando su cálida luz sobre el blanco manto de nieve. Esta empieza a ceder ante su abrazo, formando pequeños charcos de agua alrededor, que no tardarán en volver a congelarse. El sol acaricia mi rostro, y no puedo evitar sonreír ante su calor reconfortante. 

En la lejanía, puedo divisar la figura de mi tío Heinz, deambulando sin un rumbo aparente por sus vastos terrenos. Su andar es pausado, casi como si estuviera perdido en sus pensamientos, y su mirada se pierde en la vastedad del frondoso bosque que se extiende más allá de sus dominios. Cada uno de sus pasos parece estar cargado de una preocupación que se refleja en la arruga que se ha instalado en su frente, una arruga que no había notado antes y que ahora se muestra más pronunciada que nunca ¿Debería acercarme?




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