¿una taza más?

Nieve y secretos

La taza de té se ha convertido en un remanso de paz y tranquilidad, su dorado líquido desciende por mi garganta, dejando una sensación de calidez y dulzor.  Conall guarda su taza entre sus gastadas manos, sentado, con una pierna sobre otra. Las ollas silvan y burbujean, liberando el apetitoso olor de la cena.

Todo se mantiene en silencio, de no ser por los murmullos de las cocineras y de sus pisadas sobre el suelo de azulejos. Permitiendo que mi mente divague ¿Habría sido capaz de abandonar el hotel para siempre? No, sé que no. Abandonar todo lo que me rodea es una tarea casi imposible de realizar, no obstante, mi corazón guarda la esperanza de  ser incluida en los secretos de la familia, aunque solo sea por soñar  con los ojos abiertos. 

El mayordomo se levanta de la gastada silla de madera y como si de algo muy frágil se tratase, deposita la taza con delicadeza sobre la mesa. 

-Agradezco poder haber compartido este momento de calma, señorita Hertford.- Dice con una sonrisa que ilumina su rostro y acentúa esas arrugas, como surcos de sabiduría.- Tengo que volver a mis quehaceres, ha sido un verdadero placer.

-Gracias por todo, Conall.- De no ser por él, tal vez estaría lejos de aquí.

-No olvide lo que le he dicho.

Asiento, sintiendo como crece la curiosidad conforme creo escenarios imaginando lo que puedo encontrarme ¿Un cementerio? Es posible que las lápidas cuenten más historias que los señores Hertford.

Asiento con gratitud mientras él se retira, marcando el final de nuestro breve encuentro en la cocina victoriana. Agradezco su presencia silenciosamente.

Me permito deleitarme con un último sorbo de té y me tomo mi  tiempo para abandonar la calidez de la estancia.

Los minutos pasan con lentitud, y a pesar de que ansío descubrir los secretos que ese cementerio puede ocultar, siento como si la silla me abrazase a ella, afán a mantenerse pegada a mí el tiempo que le sea permitido. La comodidad que me brinda dificulta mi tarea de dejar atrás la cocina.

El servicio saca brillo a la gastada vajilla de porcelana, con sus apilados platos y sus relucientes cubiertos de plata, con sumo cuidado. La cena se acerca.

Siguiendo el ejemplo de Conall, me alejo de la cocina, con pasos lentos y cargados y me encamino hacia mis aposentos, envuelta en la curiosidad que desprendieron sus palabras. 

El misterio que rodea el mensaje del mayordomo pesa en mis pensamientos mientras subo las escaleras hacia mi habitación ¿Qué secreto oculta el panteón en el cementerio? ¿Por qué Conall sugirió que debía visitarlo? Son interrogantes que bullen en mi mente sin descanso.

Mi puerta se encuentra entreabierta, la luz asoma desde su interior, iluminando sutilmente el largo pasillo. Mi evidencia con alejarme del hotel, mi maleta, ha desaparecido.

Empujo con suavidad la puerta, como si estuviese preparándome para enfrentarme de nuevo a los secretos que yacen ocultos entre las sombras. Mi corazón parece querer abandonar mi cuerpo, cuando mis ojos lo ven a él. 

Ahí, en medio de la habitación, se encuentra el señorito Rider, sentado a los pies de la cama. Sus ojos, fijos en la carta, se deslizan por las palabras que he escrito con delicadeza y sinceridad. El fuego de la chimenea proyecta sombras danzantes sobre su rostro, mas no parece darse cuenta de mi presencia.

Un atisbo de sorpresa y temor, se entrelazan dentro de mi interior mientras lo observo. Nathaniel esboza una expresión de asombro y una sonrisa ilumina su semblante

En el silencio de la habitación, puedo oír el latido frenético de mi propio corazón. Mi voz se siente atrapada en mi garganta mientras lo observo. Nathaniel finaliza la lectura y dobla cuidadosamente la carta. Se queda quieto, sumido en sus pensamientos, y luego su mirada se alza, encontrándose con la mía.

Los segundos se estiran como horas antes de que el señorito Rider, sonrojado y con una chispa de burla en sus ojos, rompe el silencio.

-Así que, ¿Planeaba irse sin decir una palabra? -Pregunta en tono juguetón, guardando la carta con delicadeza en el bolsillo de su chaqueta.

Mi rostro arde por completo mientras intento recuperar mi voz.

-Nathaniel... Yo... - Tartamudeo, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para explicar mis emociones. La tensión se disuelve lentamente en la habitación, y la chimenea sigue crepitando como si fuera la única testigo de este encuentro.

-Entonces ¿Planeaba huir en silencio y dejarme tan solo una carta?-Sus palabras se cruzan con su risa.- Juraría que guarda un afecto por mi persona.

Mis ojos brillan.

-Es solo que…

Deja de sonreír por un momento.

-Debo confesar, que me he sentido especialmente halagado, señorita Catherine.

El silencio flota en la habitación, como si el tiempo se hubiera detenido. El señorito Rider, con esa chispa juguetona en sus ojos, sostiene mi mirada, y la atmósfera se carga de una tensión que solo puedo comparar con la electricidad en el aire antes de una tormenta.

Me siento atrapada en sus ojos y en el tono burlón de su voz. Mi rostro arde y mi garganta se seca, y me debato entre la sorpresa y el alivio de haber sido descubierta. Soy incapaz de encontrar las palabras adecuadas para explicar mis emociones y mis razones. 




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