La brillante luz del sol me obliga a salir de mi confortable sueño, mientras acaricia con delicadeza mi rostro. Me desoriento por un momento al abrir los ojos. ¿Dónde me encuentro? Las imágenes de la tormenta de nieve, el frío penetrante, el silencioso cementerio y la presencia tranquilizadora del señorito Rider comienzan a desplegarse rápidamente en mi mente.
En las ventanas se dibujan espirales de hielo, recordando el atroz frío que atacó el Jaguar cuando la luna reinaba en lo alto del cielo, sin ser consciente de lo que ocurría bajo las grises nubes de nieve. Advierto desde el gran cristal delantero, el capó levantado, permitiendo una oscura visión y sonrió al imaginar lo que oculta tras él.
Me incorporo, ahogando un bostezo y estiro mi cuerpo lo máximo que el pequeño espacio me permite. Las mantas que me ayudaron a guardar el calor, ahora se encuentran revueltas a mi alrededor. Me desahogo de ellas lentamente, preparandome para abandonar la calidez que me brinda el interior. El frío golpea mis mejillas cuando abro la puerta, mas mi determinación me impulsa a enfrentar la realidad del exterior.
El viento silba entre los árboles cubiertos de nieve, como si la tormenta hubiera esculpido un paisaje mágico y aterrador. Observo al señorito Rider, junto al Jaguar; sus ceño está fruncido y puedo apreciar que algo le preocupa, temo la posibilidad de permanecer junto a las viejas lápidas por más tiempo. Las mangas de su camisa se encuentran remangadas, mostrando unos fuertes brazos y hábiles, testigos de su esfuerzo en esta gélida mañana. Su concentración es palpable, y no puedo evitar admirar la destreza con la que realiza cada ajuste. El motor del coche, ahora expuesto, parece desafiar la helada naturaleza que lo rodea.
- Buenos días, señorito Rider.- Mi voz es ronca.
Sus ojos se alzan hacia mí, casi parece que brillan.
-Buenos días, señorita Catherine.- Sonríe como si se alegrara de verme..- ¿Ha descansado?
-Mejor de lo que esperaba.- Mis pisadas se aprecian en la nieve mientras me acerco.- ¿Y usted?
-Bien, gracias.- Su voz se torna burlona.- No obstante, creo que ha desafiado con valentía a la tormenta con sus gruñidos, señorita Catherine. Fue toda una serenata nocturna.
Me sonrojo ante su comentario, aunque no puedo evitar sonreír ante su ingenio. La ironía de la situación nos envuelve como un manto cálido, y Nathaniel aprovecha la oportunidad para hacerme partícipe de su burla amistosa.
-Mis disculpas, señorito Rider. No sabía que mis habilidades musicales nocturnas fueran tan… Destacadas.
Su mirada es traviesa y su expresión juguetona mezclada con una chispa de complicidad.
-Digamos que, aunque la tormenta rugía afuera, sus gruñidos eran la verdadera sinfonía. Mas créame, señorita Catherine, no hay melodía que prefiera más.
La risa se convierte en la melodía que une nuestros corazones.
Devuelve la mirada de nuevo al motor.
Los pequeños copos de nieve que se despegan de las ramas desnudas de los árboles, se posan suavemente sobre su cabello oscuro, creando un cuadro de contrastes entre la blancura de la nieve y la intensidad de sus ojos.
-Parece que nuestro noble caballo de acero ha decidido hacer una pequeña pausa.- Sus palabras, cargadas de humor, resuenan en el silencio de la mañana.
Me acerco aún más, curiosa por descubrir el motivo detrás de este inesperado contratiempo. Nathaniel levanta la mirada, y sus ojos verdes se encuentran con los míos.
Tengo miedo.
Como si hubiese leído mis pensamientos, responde.
-Un pequeño problema mecánico, nada que nuestro ingenioso mayordomo no pueda resolver.- Su tono, siempre optimista, disipa cualquier preocupación que pueda albergar.
Con habilidad, baja el capó lentamente. La fragilidad de la situación se diluye ante la confianza que emana de Nathaniel. Admiro la calma que transmite en medio de la adversidad.
-No es más que un pequeño tropiezo en nuestro camino, señorita Catherine. Estoy seguro de que el Jaguar volverá a rugir con fuerza en poco tiempo. Debemos dejar que el motor se caliente.
Suspiro aliviada y doy gracias internamente.
-Sé lo mucho que añoró anoche un baile en compañía de la sociedad victoriana.
-¿Se burla otra vez de mí, señor Rider?- Arqueo una ceja, divertida y permitiendo que mi tensión acumulada se libere.
-No.- Sonríe y se encamina hacia la puerta, la abre y espera mi llegada con paciencia. La helada brisa acaricia nuestros rostros, pero la calidez de sus ojos verdes contrarresta el frío.
Se coloca poco después en el lado del conductor, y yo ocupo mi asiento. Cuando el motor ronronea con gratificante obediencia, ambos compartimos una mirada de satisfacción.
-Tenía la esperanza de que este contratiempo nos permitiera disfrutar más tiempo de la paz del cementerio. -Deja entrever su deseo de demorar nuestro regreso al hotel.
-¿Qué le preocupa?- Pregunto, imaginando la respuesta.
Desvía la mirada por un momento y se centra en la carretera, manteniendo una velocidad baja al atravesar la nieve recién caída.
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Editado: 15.11.2024